10 de mayo de 2009
La capacidad de la especie humana para mirarse al ombligo no tiene límites. Y en el caso concreto del periodismo alcanza niveles insospechados. Podríamos afirmar sin miedo a equivocarnos que los periodistas practican el onanismo exhibicionista. ¿Cómo entender sino los continuos artículos y reportajes que realizan sobre sus problemas? Aprovechan las tribunas públicas para exponernos sus miserias. Bien por iniciativa propia o por encargo de sus empresas. Mientras otros sectores, también en crisis y dificultades, necesitan recurrir a gabinetes de prensa para hacer llegar sus voces. ¿Y a quién contratan de jefes de prensa? Lo han adivinado: a periodistas. Todo un círculo vicioso.
Me acosté y me desperté con un magnifico artículo en El País de John Carlin al respecto: “El momento crucial”. Trabajado, documentado y muy bien narrado. Carlin es un excelente escritor y aprovecho para recomendar su libro “El Factor Humano”, con Nelson Mandela y la final del Mundial de Rugby –Sudáfrica/Nueva Zelanda– como símbolos del fin del apartheid y la normalización de la joven democracia sudafricana. Los derechos para el cine fueron adquiridos por Morgan Freeman (suyo es el papel de Mandela) y le ofreció la dirección a Clint Eastwood, quien aceptó.
Tras este inciso retomo el asunto principal de esta nota: el futuro de la prensa contado por ellos mismos. La conclusión a la que siempre he llegado es que no tienen ni idea. Pero en “El Momento crucial” es la primera vez que recuerdo al autor llegando a este mismo punto. También es una novedad el paralelismo con el mundo de la música. Llevo años diciéndolo, pero no soy periodista y tampoco recuerdo haberlo hecho expresamente aquí, salvo tangencialmente en Agravios comparativos (Efe Eme). Si bien es cierto que me centré, en un afán por ser novedoso, en el sector automovilístico (en su continuación, Agravios comparativos 2 (Efe Eme)). En mi caso utilizaba a los medios impresos y su IVA reducido como escarnio frente a la industria musical -soporta el tipo máximo de IVA- y afirmaba que La Música no es Cultura (Efe Eme).
En su exposición John Carlin menciona Internet como factor de cambio y la falta de previsión que han soportado las discográficas y las empresas periodísticas. Desde el punto de vista del negocio musical es cierto que no las hemos olido. Ni nosotros ni nadie. Especialmente los periodistas. Y sobre todo esos listos que se encargaban de vociferar en columnas, artículos, blogs, etc. nuestro certificado de defunción. Durante años. Eso si, sin aportar ninguna solución o idea viable de nuevo modelo de negocio. Y en la mayoría de los casos sin ni siquiera conocer las interioridades sobre las que pontificaban. Tan preocupados estaban viendo pelar las barbas del vecino que no pusieron las suya a remojar. Escribía Diego A. Manrique “El futuro será primitivo”, en su columna de los lunes de El País, y comenzaba: “Qué cansinos son los profetas. Pienso en los que proclaman la extinción de las discográficas, el fin del copyright, el eclipse del CD. Entiendo que son frases rotundas, que tienen garantizado el titular y que llenan de orgullo bíblico a sus autores. Los apocalípticos se deleitan extendiendo el certificado de defunción al CD, pensando que eso supone un golpe mortal a las odiadas disqueras. Ignoran que ése es el sueño húmedo de los ejecutivos más despiadados. Para ellos, la desaparición del soporte físico significaría prescindir de fábricas, almacenes, transportistas, vendedores y tiendas. Recortan gastos, adelgazan plantillas; nada de lidiar con proletarios gruñones o regatear con minoristas.” Para continuar más adelante “Leo una crónica del Digital Music Forum East, conferencia neoyorquina de profesionales donde se presentan datos y se intenta retratar al mercado. El reportero se muestra boquiabierto. Creía que la gran mayoría de los estadounidenses era como él: la música le llega vía iPods, móviles, ordenadores. Resulta que dos terceras partes de los consumidores de música en EE.UU. sólo escuchan CD y radio. Ignoran las descargas legales o ilegales, pasan del streaming. De hecho, la industria musical todavía depende de los compradores de CD, mucho más numerosos que los que pagan por descargas, compran entradas para conciertos o adquieren objetos de merchandising (las otras fuentes principales de ingresos). Parece que periodistas y disqueros hablamos de boquilla: tenemos poca información sólida sobre los modos en que el público consigue, usa, conserva la música.”
Como bien acredita el reportaje de John Carlin de hoy en El País, tampoco los medios impresos han sabido reaccionar a lo que se les venia encima. Desde hace un tiempo han convertido sus páginas en muros de lamentaciones, buscando la solidaridad y complicidad de los lectores. Algunos de los cuales ya estamos hartos de leer constantemente sobre lo mismo. Por no mencionar el cada vez más amplio deterioro de la calidad de los productos periodísticos. Sea por luchas intestinas, recortes de gastos, afinidades y complicidades gubernamentales (autonómicas o estatales) o por lo contrario, etc. La teoría expuesta en El Mundano por Antonio Gómez es buena, muy buena.
Lo que no menciona Carlin es como la aparición de la prensa gratuita ha bajado el nivel de la prensa en general. Y olvida un precedente a la actual crisis: los dominicales de los diarios erosionaron las ventas de las revistas semanales. Y lo que era un paraíso de opciones se ha quedado reducido a unas pocas que sobreviven (testimonialmente) a duras penas. A mi me dolió especialmente la desaparición de Triunfo. Tampoco se refiere a las subvenciones estatales que reciben por papel, al IVA reducido y a la inmensa ayuda que ahora solicitan al gobierno para afrontar su crisis sectorial. Algo que desde luego no ocurre en el sector musical. Y es aquí donde radican las mayores diferencias. Claro, que tampoco los de la música nos hemos dedicado a airear el futuro negro que se les avecinaba a ellos… Con soportar sus demandas publicitarias -y de las otras también- teníamos bastante.
Leia hace unos meses un informe del The Wall Street Journal donde se afirmaba que el mayor problema de las discográficas estadounidenses era que no se anunciaban en The New York Times, The Washington Post, etc. Es decir, en los medios que crean opinión. En cambio resaltaba como Apple, Microsoft, IBM, Bell y demás operadoras de telefonía, proveedores de acceso a Internet, empresas de nuevas tecnologías, etc. si lo hacían. Y era ese el factor que inclinaba la balanza editorial hacia su lado. En España tenemos un ejemplo claro: hace unos meses hubo una huelga de trabajadores de Telefónica ante el recorte de derechos adquiridos, conseguidos a través de duras negociaciones a lo largo de muchos años. No tuvo ninguna repercusión mediática. ¿Saben por qué? Piensen. Les ayudo con una pista: ¿Quién es uno de los mayores anunciantes del país?
Comiendo el viernes pasado con Antonio Cambronero charlábamos amigable y apasionadamente sobre estas cosas. Lógicamente discrepábamos en muchos aspectos relacionados con el copyright. Y sinceramente creo que –aparte de las lógicas diferencias que pueda haber entre un informático y un disquero- el problema radica en la mala información que se dispone de nuestro mundo. Empezando por la confusión de términos entre Artistas, Autores y Músicos. En gran medida está provocada por los medios y los gabinetes de prensa de las telecos. ¿Y quiénes forman estas oficinas? Volvemos al inicio y la respuesta es la misma: los periodistas.
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