27 de abril de 2008

Hace un momento la compañera del ordenador de enfrente ha hecho una reflexión en voz alta que me ha dejado patidifuso, tronchipartido y mandisencajado. “Hace unos días le comenté a un amigo: el periodismo comenzó a morir cuando los periodistas os decidisteis a ayudar a vuestras mujeres en las labores caseras”, ha dicho, y a mí se me ha caído encima del teclado la dentadura postiza y he escrito Bayadolhid con hache intercalada.
Le he pedido explicaciones, porque no es precisamente una talibana seguidora de las enseñanzas religioso-sanitarias de doña Esperanza, y me lo ha explicado. Según la susodicha, desde ese fatídico momento histórico en que los periodistas machos se pusieron a echar una mano en casa, comenzaron a levantarse a las ocho para llevar el niño al colegio, y luego, como no tienen que hacer van a la redacción, vuelven a medio día a fregar los platos y llevan luego al tierno infante a la clase de judo, por lo que su posibilidad de patear las calles en busca de la noticia se reducen de manera directamente proporcional al aumento de la prole.
No es mala teoría, que sin duda algún día se tendrá en cuenta cuando en esta o aquella universidad de verano, algún director “independiente”, de uno cualquiera de esos periódicos que a diario manipulan la realidad, ofrezca una documentada conferencia con el título de “Causas, motivos y circunstancias ortodóncicas de la crisis consuetudinaria del periodismo tradicional en el primer decenio del siglo XX”. Yo, sin embargo, me he permitido matizársela según mi estilo personal.
Con paciencia le he explicado que, desde mi criterio absolutamente arbitrario, hay al menos otras tres causas de esa crisis ya evidente: los gabinetes de prensa, el “esto vende” y los teléfonos móviles. Como sé que podéis tronchipartiros de risa si me quedo en esta simple enunciación, intentaré argumentarlo con datos convincentes.
Los gabinetes de prensa -en los que trabajan chavales excelentes, amigos muchos de ellos, personas como tú y como yo que comen todo los días, sueñan, follan y defecan (bueno, lo de follar igual no lo hacen todos los días)- nacieron con la promesa de facilitar el trabajo periodístico a los profesionales, ejerciendo de intermediarios entre la noticia que genera la empresa que gabinetean y el informador interesado en su publicación. En realidad son un filtro dictatorial, que impide al periodista acceder a lo que considera debe darse a la luz y vende de manera impositiva todo aquello que interesa promocionar a la compañía de marras.
El “esto vende” es una teoría que en los últimos años se ha convertido en la palabra sagrada de las empresas periodísticas y en el criterio supremo para la publicación de noticias (si es que ciertas cosas que “venden” pueden llamarse así). Esa máxima supone, en realidad, la desaparición de la valoración de las noticias por su importancia intrínseca y por la necesidad de que el lector las conozca, sustituidas por la adoración al dios Mercado Libre. Lo ha dicho con todas sus palabras Paolo Vasile, consejero delegado de Tele 5, que no suele morderse la lengua: “Nuestra única ideología es la cuenta de resultados”.
Y llegamos al teléfono móvil. Oh, el teléfono móvil, maravilla de la técnica moderna que cuando apareció parecía que iba a permitir realizar el viejo sueño periodístico de tener a la fuente permanentemente localizada. Te llamo y me cuentas. Las Fuentes, que en muchos casos no son de agua, sino de hiel, tienen anotado en su lista el número de los informadores y cuando reciben su llamada dejan sonar el aparato hasta que sale eso de “este es el contestador automático del 000000000. Si no lo cojo, te jodes”. Y mientras suena, la Fuente piensa: “que llame al gabinete de prensa”.
Sé que la cosa es más seria y profunda, pero es que si no me cachondeo me deprimo. A veces siento que soy como un viejo dinosaurio, uno de los últimos ejemplares de una generación de periodistas que intentamos hacer de nuestro trabajo un ejercicio civil responsable y crítico. No digo independiente, ni objetivo, porque la independencia y la objetividad son como Carla Bruni para Wyoming, sencillamente no existen. Se las ha inventado Sarkozy y para lo único que nos sirven a los demás es para ejercitar la manipulación genética.
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