La música vuelve a las calles de Nueva York. Concretamente es el jazz. Probablemente esta sea la única noticia positiva de la pandemia que asoló la ciudad. Los bares y restaurantes también aprovecharon para instalar terrazas. Por sorprendente que parezca lo de las terrazas no es una costumbre muy extendida en la gran manzana. Al menos no lo era en Manhattan.
Las restricciones a la música callejera en vivo en NY ha sufrido diversas vicisitudes a lo largo del tiempo. Su presencia se ha limitado a momentos puntuales y no ha tenido el protagonismo como en Memphis o Nueva Orleans. La aparición de los grupos vocales de doo wop invadió las esquinas de los barrios de Nueva York desde finales de los 50 hasta principios de los 60. Los cantautores folk hicieron suyas las calles del Greenwich Village a principios de los 60. Y hasta el nacimiento del rap no volvió a verse un movimiento masivo de música en la calle. De principios a mediados de los 80 las aceras se llenaron de raperos y breakdancers.
Este pasado fin de semana el New York Times reportaba sobre este nuevo fenómeno del jazz en la calle. Y también en los parques, aprovechando el buen tiempo veraniego y los buenos días otoñales. Citaban Prospect Park en Brooklyn y dos de Manhattan, Central Park y Riverside Park de Harlem. El titular y el subtítulo del artículo eran significativos: «A Bright Spot in the Pandemic Gloom: Jazz is Everywhere in New York» y «Musicians are playing al fresco all over the city to earn money and boost morale«.
El texto cifraba en 2.400 los locales cerrados en NY dedicados a la música en vivo. En lo referido al jazz se citaba un estudio de la Asociación de Periodistas de Jazz (Jazz Journalists Association) que afirmaba que el 61% de los músicos de jazz ganarían en 2020 la mitad de lo que ingresaron en 2019. Añadían que el 73% de los músicos de jazz no tienen actuaciones programadas para 2021. El subtitulo del artículo, referido a la subsistencia económica y a la terapia moral, cobra más trascendencia ante la cruda realidad de los datos. Lo malo es que el invierno está a la vuelta de la esquina. Y el mal tiempo cercenará esta salida…
Mientras buscaba en Movistar dónde ver el documental sobre Mario Pacheco y Nuevos Medios, «Revelando a Mario» (muy recomendable: es esplendido), encontré el canal Docs & Roll. Es de suscripción pero lo han liberado para hacernos más leve el confinamiento. Y como estamos viviendo una edad de oro del documental musical descubrí varios muy interesantes, uno sobre John Lennon, el imprescindible «Amazing Grace» dedicado a Aretha Franklin, además del de Mario y el de «Country Music«.
«Country Music» es una serie documental dividida en ocho episodios. Llevo vistos tres y me tiene impresionado. Dirigida por el prestigioso Ken Burns, con guión de Dayton Duncan, nos acerca visualmente al género musical, a su origen, desarrollo y evolución. Al Estados Unidos de las distintas etapas (depresión, guerras: II Guerra Mundial, Corea, Vietnam, etc.), artistas, lugares (Bristol, Nashville, etc.) y estilos (hillbilly, western swing, bluegrass, honky tonk, rockabilly, etc.). Se adereza con entrevistas a los principales protagonistas vivos (el rodaje duró cuatro años y algunos de los participantes fallecieron antes del estreno en PBS, la cadena pública de EEUU).
Burns es una garantia. Conozco dos de sus trabajos («The Civil War» y «Vietnam War«) y repasando su biografía he visto que tiene dos, «Mark Twain» y «Jazz«, que me lanzo a buscar inmediatamente.
Hoy Víctor Lenore publica en su columna Altavoz de Voz Pópuli un muy interesante artículo: «El lado oscuro del negocio del reguetón«. Documenta excesos, amistades peligrosas, falta de formación, etc. Y tiene a bien citar mi entrevista a John Echevarría, el ejecutivo español que desde Miami introdujo el reguetón en Estados Unidos. Se publicó en El Confidencial, gracias precisamente a la gestión de Lenore (quien entonces escribía ahí). Agradezco mucho la mención y la inclusión de parte de la entrevista en su texto.
Don Víctor establece un paralelismo entre este género latino y el rap. Ambos son músicas urbanas, pero VL se refiere al componente delictivo de los artistas y al de las amistades peligrosas. Lo que se conoció en su día como gangsta rap. En este sentido me gustaría incidir que las grandes expresiones de la música popular (o al menos las que dominaron el siglo XX desde el continente americano) tienen un trasfondo de bajos fondos y delincuencia (¿a ver quiénes eran los propietarios de los tugurios donde estás músicas nacieron y crecieron). Desde el tango hasta el blues, pasando por el jazz o el rock ‘n’ roll (en mi libro «Rock ‘n’ Roll: el ritmo que cambió el mundo» detallo el aspecto mafioso).
Recomiendo la lectura del artículo de Lenore y una vez más le doy las gracias por citar la entrevista a John.
El recientemente fallecido Alfredo Pérez Rubalcaba afirmaba que en España se enterraba muy bien. Pero no hay funerales como los de Nueva Orleans. Como contaba en «Rock ‘n’ Roll: el ritmo que cambió el mundo» estamos hablando de la ciudad más importante de la música popular desde finales del siglo XIX (la zona cero para tres géneros tan importantes como el blues del delta del Misisipí, el jazz y el rock ‘n’ roll) y también me refería a que «las marchas de los funerales por la calle eran las más preciadas por los músicos porque bebían y coman gratis al terminar.». Esta tradición de las marchas se ha mantenido a lo largo del tiempo. Tanto es así que nuestro legendario divulgador de jazz Juan Claudio Cifuentes Cifu deseaba tener una celebración parecida cuando le enterrasen (sus deseos fueron cumplidos en Elciego, el pueblo de la Rioja Alavesa que le acogió hace ya tiempo). Estas marching bands tienen detrás de si lo que llaman la second line. Son lo seguidores, donde bailan, cantan y tocan. Son parte indispensable de la marcha.
Es fácil imaginar la que se monta en Nueva Orleans cuando el finado es un músico local. Y más aún si es de la importancia de Dr. John como es el caso. De Malcom John Rebennack Jr. (NO, 1940-2019), su verdadero nombre, decía David Simon, el creador de series de TV como «The Wire» o «Treme«, que «a Dr. John le cabía toda la música de Nueva Orleans en la cabeza». Dudo que Simon conociese la frase de Felipe González sobre Fraga…
El video que despide esta entrada es de la segunda linea de la marcha en honor a Dr. John, a su paso por el barrio de Treme.
Son fragmentos de la película New Orleans (1947) dirigida por Arthur Lubin. Atención a como Louis Armstrong, nacido en Nueva Orleans, rapea -con rima– la introducción de los músicos en el primer video. Entre ellos el gran Kid Ory.
Lubin, quien descubrió a Clint Eastwood, recogió el proyecto iniciado por Orson Wells, gran aficionado al jazz de Nueva Orleans. De hecho la banda se formó por un encargo suyo para su programa de radio en CBS. Lubin retomó y completó el film.
Wells le encargó a Marili Morden copropietaria de Jazz Man Records, la tienda y sello discográfico de Los Ángeles y que sería la primera esposa de Nesuhi Ertegun, que montase un supergrupo de jazz de Nueva Orleans. La banda se llamaba KId Ory’s Creole Band.
Para lo de la guitarra española del grupo de jazz habrá que esperar a mi libro «Bikinis, Fútbol, Rock & Roll (y otras películas)«.
De Billie Holiday, descubierta y patrocinada por John Hammond, solo decir: escuchen, vean, disfruten.
La noticia del adiós de Cifu, Juan Claudio Cifuentes, me conmocionó a media mañana. Hacía apenas dos semanas que había hablado con él, para contrastar unos datos para el libro que estoy escribiendo. Nada hacía presagiar este desenlace, que tuvo su origen el lunes de la semana pasada. Nos habíamos emplazado para una nueva comida…
Hablar de Cifu, Premio Ondas 2010 y Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes 2014 (no pensaba acudir a recogerlo en disconformidad con la política de Wert), es un viaje en el tiempo. En sus distintas facetas personales y profesionales siempre destacó un aspecto: la bondad. Al menos así le percibía, como un hombre bueno. Opinión que ya era compartida por quienes le conocían desde antes de la década de los 70. Es cuando le conocí, 1972, en 99.5 la FM de Radio Popular.
Decir Cifu es decir Jazz. Para muchos fue el mejor embajador que pudimos tener para descubrir el desarrollo del otro lado del Blues. Desde la radio, la tele, la prensa, las conferencias, etc., nos completó nuestra formación musical.
Vengo del tanatorio de despedirme y escuché a una mujer comentar que el volumen de sus programas de radio y los VHS de los de la tele daban para una enciclopedia.
El pianista Kris Bowers nos enseña en este delicioso video la historia del piano de Jazz en 11 minutos. Desde el «Ragtime» de Scott Joplin en 1899 hasta nuestros días. No se lo pierdan.
Una pregunta para quienes lo hayan visto: ¿cuántas grabaciones tienen de Herbie Hancok?
La envergadura del Jazz al Lincoln Center es enorme y uno no puede dejar de sentir envidia. Sobre todo si se piensa en nuestras músicas. El Flamenco por ejemplo.
JATC (Jazz at Lincoln Center) es una iniciativa del Lincoln Center. Nació en 1987 con Wynton Marsalis de Director Artístico. Su ubicación original fue en el propio centro, en Lincoln Square. Desde octubre del 2004 se encuentra unas manzanas más al sur, en el nuevo edificio de Time Warner en la rotonda de Colón (3 Columbus Circle).
Actualmente para desarrollar sus actividades JATC cuenta con tres recintos (el teatro Rose, 1.233 butacas; The Allen Room, 483 asientos; el Dizzy’s Club patrocinado por Coca Cola, con una capacidad para 140 personas), salas de ensayo, estudio de grabación, una institución dedicada a la formación, el Nesuhi Ertegun Jazz Hall of Fame, incluso un centro médico y de investigación.
Producen conciertos, giras, programas semanales de radio y TV, grabaciones, ediciones, etc. Son unos 3.000 eventos al año y cuentan con sus propias formaciones (como la Jazz al Lincoln Center Orchestra con Wynton Marsalis al frente).
Su misión educativa se traduce en 22 cursos con 50.000 alumnos y sobre 4 millones entre no presenciales, online, curriculares, etc. WeBop! es para los peques, desde los ocho meses; crecen con Jazz for Young People, Jazz in the Schools y la Middle School Jazz Academy; han creado la Essentially Ellington High School Jazz Band Competition and Festival (cada verano ponen en marcha la Band Directory Academy); para estudios superiores tienen el Juilliard Institute for Jazz Studies.
El Dizzy’s Club debe su nombre a la imponente figura de Dizzy Gillespie. Será difícil encontrar un club de Jazz con mejores vistas: Central Park y los rascacielos del midtown de Manhattan.
Con motivo del 80 cumpleaños de Wayne Shorter (25 de agosto) el Dizzy’s organizó una semana de homenaje a su música. Congregaron a los mejores músicos de la ciudad. Y mira que hay primeros espadas del Jazz en Nueva York. Es costumbre de la sala ofrecer un late night show después de la actuación principal. A precios reducidos su escenario acoge a los jóvenes talentos. Tuvimos la fortuna de ver al Theo Hill Trio.
Theo Hill es una lumbrera procedente de Albany (la capital del estado de NY). A los 5 inició sus estudios de piano Clásico pero a los 12 se pasó al Jazz graduándose cum laude (2004) en el Conservatorio de Jazz de la State University of New York (SUNY). Desde que desembarcó en «la gran manzana» ha tocado y girado con Jimmy Heath, Slide Hampton, Lew Soloff, Joe Locke, Ralph Peterson, Dave Liebman, Nicholas Payton, Charles Tolliver, Gregory Porter, JD Allen, Roy Ayers, Frank Lacy, Logan Richardson, Joe Sanders y Marcus Gilmore.
El trío lo formó con Alexander Claffy al bajo y Kyle Poole de baterista. Entre las primera piezas que interpretaron llamó la atención que incluyese una composición de Jay Z. En la parte final rindió tributo al pianista Kenny Kirkland. Me pareció espectacular todo lo que hizo. La técnica que se le presupone no impuso su presencia sobre el feeling y le sirvió de base para sus continuas improvisaciones. Todo un descubrimiento.
El pasado lunes Diego A. Manrique publicaba en su columna de El País un artículo titulado «Al Capone amaba el jazz«. Tan tramposo titular era inmediatamente matizado desde el inicio del primer párrafo: «Convendría puntualizar este titular. Alphonse Capone, como descendiente de napolitanos, amaba el bel canto y veneraba a Enrico Caruso. Pero Capone era hijo de su tiempo y también apreciaba el jazz. De hecho, el desarrollo del jazz hubiera sido más lento de no haber contado con el patrocinio de Capone y otros gánsteres.«
El resto de la nota es superficial, planea sin aterrizar sobre un asunto muy interesante y se limita a contar algunas anécdotas. Una lástima porque el tema se las trae. Y desde luego se apreciaría más profundidad y rigor. Y por supuesto pedagogía. Menos mal que nos quedan los listillos. Como el aquí presente, su humilde servidor.
De entrada Manrique olvida dos aspectos fundamentales. Una ciudad, Nueva Orleans, y uno de los músicos más grandes de la historia, Louis Armstrong.
He ilustrado este post con la portada de dos libros muy relevantes respecto a esta y otras historias. Y no me duelen prendas en reconocer y airear mis fuentes.
Thaddeus Russell en su A Renegade History of the United States sostiene una tesis basada en una pregunta muy provocativa: ¿Convirtió la Mafia a los Estados Unidos en un país mejor? Especializado en la historia del crimen organizado el autor aporta 7 puntos que sostienen su estudio. Desde el cine hasta la música pasando por los derechos gays (el primer local de «ambiente» fue abierto por unos mafiosos en Manhattan) o la integración racial.
DAM se limita a la era de la Ley Seca. Pero antes hubo una Nueva Orleans, cuna del Jazz y de Louis Armstrong. Russell nos recuerda que a principios del siglo XX cientos de mafiosos sicilianos controlaban los burdeles y salones de la localidad del estado de Luisiana. Y después durante la Prohibición regentaron losspeakeasies. Henry Matranga, capo de la familia Matranga, edificó en el distrito de Storyville, cercano al renombrado French Quarter. Fue en Storyville donde en 1917 un adolescente Armstrong se ganó sus primeras pagas, tocando la trompeta en los populares prostíbulos de los Matranga.
Satchmo llegó rio arriba a Chicago. Se integró en la banda de King Oliver y dio el salto formando Louis Armstrong and his Stompers (con el pianista Earl Hines como director musical). Joe Glaser, asociado a Al Capone, les contrató para actuar en el Sunset Café. Y se convirtió en su manager.
El Sunset Café era un club de Jazz. Estuvo activo durante las decadas de los años 20 y 30. Coincidiendo con el esplendor musical de la ciudad de Chicago, que le disputaba la capitalidad del Jazz a Nueva Orleans. El local presentaba una particularidad para la época: el público no estaba segregado. Blancos, negros y otras etnias convivían y disfrutaban de los más grandes del momento. Cuando Capone se hizo con el 25% del negocio cambió su nombre a The Grand Terrace Café. Y su política no varió. Hines recuerda: «Al apareció una noche y nos llamó a todos los de la banda. Y nos dijo que quería aclarar su posición. Esta era la de los 3 monos: no oyes nada, no ves nada y no cuentas nada. Y así hicimos.»
Cuando el gran Louis marchó a Nueva York su amigo Earl Hines se quedó en Chicago. Armstrong estaba contratado por el Connie’s Inn de Harlem (competencia directa del Cotton Club). Fundado en 1923 por Connie Immerman, un contrabandista blanco, servía de tapadera para Dutch Schultz, el gánster judío rival de Luciano, jefe del clan de los Gambino y artífice del desarrollo moderno de la Mafia. En el Connie’s sí había segregación: solo entraban blancos (aunque en el escenario podían actuar afroamericanos).
También conocido por el apodo de Pops, regresó a Chicago para volver a NY en 1929. Formó parte de la orquesta de «Hot Chocolate«, un musical (all-black revue) compuesto por Andy Razaf y Fats Waller. Su versión de «Ain’t Misbehavin’» -compuesta por Waller- era el punto fuerte del espectáculo. Y se convirtió en el disco más vendido de la historia (hasta ese momento).
Oh, Play That Thing es el título original de la novela de Roddy Doyle (The Commitments y The Van son otros libros suyos; ambos fueron llevados al cine). Es una frase que Louis Armstrong dice en el tema «Dipper Mouth Blues» de su mentor King Oliver. En España se tradujo como Chicago Blues y narra las aventuras de Henry Smart, un irlandés militante del IRA que llega a Estados Unidos huyendo del IRA. Su aventura se inicia en el Lower East Side neoyorkino y pronto conocerá a las mafias italianas y judías. De ahí parte hacía Chicago. Donde entra en contacto con la estrella emergente del momento: Louis Armstrong. Y se convierte en su representante. Por lo que tendrá que volver a la gran manzana. Un libro fascinante que suena a Jazz, y nos empapa de la Ley Seca, el racismo, el contrabando, la politica, los delincuentes de poca monta y los criminales de nivel. El reflejo de una época.
Quizás ahora entiendan mejor porqué echaba en falta a Louis Armstrong y Nueva Orleans…
Joseph Copeland «Joe» Garland, saxofonista negro y autor de «In The Mood«, vivió hasta su muerte gracias a su trabajo como músico y a los derechos de autor de éxitos como nuestro tema de hoy, que tanto difundió la orquesta de Glenn Miller. Fue Miller quien arregló el tema, compuesto por Garland junto a Andy Razaf. La grabación original data de un año antes, 1938, y fue realizada por Edgar Hayes and his Orchestra, y Joe Garland participó en ella. Pero fue el «toque» Miller el que la propulsó al estrellato.
La lista de versiones es interminable y no solo se convirtió en un clásico en la era de las Big Bands. Su popularidad ha sobrevivido al paso del tiempo (incluso los Beatles incluyeron un fragmento en «All You Need Is Love«).
Joe Garland, nunca fue famoso por sí mismo, pero sí fue una fuerza importante dentro del Jazz. Buen intérprete al saxo tenor, barítono y bajo, además de clarinete, Garland también fue un talentoso arreglista y compositor. Comenzó a tocar mientras vivía en Carolina del Norte y estudió música en el Conservatorio Aeolian en Baltimore y en la Universidad de Shaw. Estuvo con la música clásica hasta 1924 cuando se unió a los Seminole Syncopators de Graham Jackson con quien hizo su debut discográfico. Otras asociaciones en los locos años 20 incluyeron a Elmer Snowden (1925), JoeSteele, Henri Saparo, Leon Abbey (con quien realizó una gira por América del Sur), CharlieSkeete, Jelly Roll Morton (aparece en algunas grabaciones de Roll), y Bobby Neal (1931).
Garland en la década de los 30 ya era un cotizado músico de sección y arreglista de diferentes formaciones: Mills Blue Rhythm Band (1932-36), Edgar Hayes (1937), Don Redman (1938) y Louis Armstrong (1939-1942), ejerciendo además como su director musical. En la década siguiente Garland tocó con Claude Hopkins y regresó a la banda de Louis Armstrong (1945-47). Más tarde, sus trabajos incluyeron las orquestas de Herbie Fields, Hopkins y Earl Hines (1948).
Joe Garland paso a una especie de semiretiro en los 50s, y en ocasiones, dirigió tanto a pequeñas orquestas como a una big band.
Pocos se dieron cuenta de que entre sus composiciones se incluyen éxitos para bandas de jazz/swing como la de Glenn Miller («In The Mood«) y Les Brown («Leap Frog«).