Esta semana se ha puesto a la venta “American VI: Ain’t No Grave”, un documento sonoro desgarrador. El segundo álbum póstumo de Johnny Cash, grabado durante sus últimas semanas de vida. Cuatro meses después de la muerte de su amada esposa June Carter.
Cash, al igual que Elvis Presley y Carl Perkins, comenzó su carrera en Sun Records, propietaria de los legendarios estudios del mismo nombre. En estos tres nombres hemos condensado la gloria de la música popular blanca de EE.UU. Representantes de tres géneros que fueron decisivos para la revolución que vino posteriormente, en los 60: country, rockabilly y rock&roll. Desde luego Sam Phillips, responsable de la discográfica de Memphis, tenía muy buen ojo (y mejores oídos).
Cuentan que cuando el Hombre de Negro agonizaba rubricó un pacto con Rick Rubin, su productor: cada vez que el cantante se sintiera con fuerzas habría un ingeniero y un guitarrista a su disposición, veinticuatro horas al día, siete días a la semana, a un mero golpe de teléfono. De esta forma se grabaron las pistas de “American V: A Hundred Highways”, publicado póstumamente en 2006, y “American VI: Ain’t No Grave”.
El arranque es sobrecogedor. Te pone los pelos de punta desde los primeros compases de “Ain´t No Grave (Gonna Hold This Body Down)”, un espiritual compuesto originalmente por un pastor Pentecostal, Claude Edy. Sigue con “Redemption Day”, una de las grandes canciones de Sheryl Crow. A continuación nos encontramos con una obra maestra de Kris Kristofferson “For The Good Times”. Alcanzó la cima de las listas interpretada por Ray Price (también fue versionada por Chet Atkins, Al Green, Kenny Rodgers y Willie Nelson). No es mi intención repasar tema a tema. Tan sólo decir que la siguiente es un tema del propio Cash “I Corinthians 15:55”, cuyo titulo ya da pistas sobre la temática. Encontramos otras versiones, entre otros autores aparece Tom Paxton.
Toda una experiencia la escucha de este disco. Marcado por dos tragedias. La muerte de un ser querido y la enfermedad que le consume hasta el fatal desenlace. Rubin ha sabido mantener la crudeza y profundidad de las grabaciones originales. Subrayando y matizando, a posteriori, con unos arreglos impecables.
No es un álbum fácil. ¿Pero cuantas grandes obras lo son? Atrévanse. Me lo agradecerán, sobre todo cuando tengan un mal día, aunque parezca un contrasentido. Como mínimo les emocionará, que no es poco.
Comiendo en El Schotis con Félix y Jorge, estaba Joan Gràcia, un tercio de Tricicle,en la mesa de al lado. Y recibe la llamada del Ministerio de Cultura que le anuncia que han sido galardonados con la Medalla de Oro de Bellas Artes. Nos lo confirma en este clip, minutos después de recibir la noticia.
En Madrid estrenan Garrick y terminan su andadura este próximo domingo con Spamalot. Este merecido premio proporciona muy buenas vibraciones de cara a las representaciones de su nueva obra en la Gran Vía madrileña.
Acabo de asociarme con el realizador y director José Luis Lozano. Un crack. Tanto de la publicidad como de los videoclips.
Algunos de sus spots han sido premiados en Cannes, como el de la campaña internacional para Ray-Ban, que podrán ver al inicio del youtube que cierra este post.
Así que ya saben donde encontrarnos si necesitan un equipo creativo para su producto, marca o imagen corporativa. Y qué mejor herramienta que un video para dar a conocer una canción…o una idea.
Cuando Cash agonizaba rubricó un pacto con Rick Rubin. Cada vez que el cantante se sintiera con fuerzas, cuando la lengua de fuego de la enfermedad lo respetara, habría un ingeniero y un guitarrista a su disposición, veinticuatro horas al día, siete días a la semana, a un mero golpe de teléfono. De esta forma se grabaron las pistas de “American V: A Hundred Highways”, publicado póstumamente en 2006, y “American VI: Ain’t No Grave”. A la venta esta semana,“American VI” acarrea paletadas de dolor crepuscular; cierra el círculo; prima las reflexiones sobre la propia mortalidad. Normal: los meses en los que se gestó fueron terribles. En abril de 2003 June Carter fue ingresada de urgencia en el hospital baptista de Nashville. Estabilizada al cabo de dos días, volvió a casa, pero semana y media más tarde los doctores le encontraban un severo problema en una válvula. Fue intervenida de urgencia, pero no sobrevivió al postoperatorio y un infarto masivo desenchufaba su cerebro. El 12 de mayo, tal y como cuenta Michael Streissguth enJohnny Cash, The biography, Johnny autorizó que le fuera retirado del respirador. «Y, como Jack»,(recuerden, el hermano de Johnny) « (June) agonizó durante días». Falleció el 15. Dejó atrás a un marido en eclosión de muerte, al hombre al que había recogido hecho trizas a mitad de los sesenta, cuando podía devorar hasta 300 píldoras diarias, el mismo al que acompañó tras los muros de las prisiones. Ejerció como socia indisoluble de Cash durante cuarenta años de quemar carreteras, ciclón de expansiva energía que lo mismo impregnaba todo con su religiosidad omnisciente que espantaba fantasmas merced a una risa llena de cascabeles.
Una de las primeras cosas que hizo Johnny nada más fallecer June, sin esperar a salir del hospital, fue «pasar cheques a todos sus hijos». Tal y como le explicó el contable de los Cash a Streissguth, «el deseo de June era que nadie se preocupara de nada material inmediatamente después de su muerte dado que ya tenían suficiente pena y cosas con las que preocuparse. (…) «June quería que tuvieras esto; no quería que te preocuparas de qué llevarás en el funeral o cómo vas a llegar»». También les dijo que podían llevarse lo que quisieran de la casa, «Incluida las joyas de June y su vasta colección de antigüedades, pero quería las fotografías, ampliadas para poder verlas, y las cartas escritas por ella». Alanceado por el dolor, enfermo de mil enfermedades, con el sistema nervioso triturado, sufriendo esporádicas alucinaciones, etc., insistió en acudir él mismo a elegir el ataúd. Incapaz de verlos con claridad, palpaba sus interiores mientras murmuraba quedo, casi incoherente, «Mi chica necesita un lugar suave donde descansar».
Desde ese momento y hasta su muerte, acaecida cuatro meses más tarde, las rutinas en el hogar de Hendersonville serán claras. O Cash tiene sesiones concertadas con los músicos, en cuyo caso ensaya y graba, o deambula como un zombie. Incapaz de dormir en el lecho conyugal, se hizo instalar una cama hospitalaria en su despacho. Cuando no simulaba a escondidas que llamaba a June por teléfono soñaba con ella. El atardecer resultaba insoportable, con Johnny pegado a los ventanales, tratando de distinguir la presencia del sol, los helechos enrojecidos, el relámpago del crepúsculo: ella había fallecido justo durante la transición del día y la noche. De madrugada aumentaba la dosis de angustia. Sus hijas lo oían murmurar. «Pensé que me estaba llamando», le explicó Cindy a Streissguth, «Así que fui al despacho y él dijo: «La echo de menos». Igual que un niño. Hablaba con ella. Era sencillamente devastador».
Al menos, ya decimos, aquellos meses dieron para rematar las canciones que conformarían “American V” y “VI”. Dice Rubin que cuando Johnny Cash murió la puñalada llegó sin avisar. Aunque no hacía más que entrar y salir de hospitales se sentía mejor. Incluso habían quedado dos o tres días más tarde, en Los Angeles, a fin de darle los últimos toques a “American V” (que comenzaron a grabar inmediatamente después de rematar “American IV: The Man Comes Around”). Y ese mismo día Rubin acaba de anunciarle por teléfono que en veinticuatro horas recibiría en su casa los cinco CDs que componían “Unearthed”, a los que acababan de remachar las mezclas finales. No hubo tiempo. Ni siquiera el concurso de Phil Maffetone, fisioterapeuta deportivo contratado por Rubin que entró en la vida de Cash como un elefante (le prohibió las bebidas carbonatadas y las chucherías y lo puso a realizar una exigente tabla de ejercicios, logrando que en pocos meses abandonara la silla de ruedas e incluso las muletas), ni siquiera aquel recién ganado y relativo optimismo, dirá Streissguth, frenó el asedió feroz de sus enfermedades De remate, encuentro en la biografía un apunte penoso, que debiera de avergonzar a una industria muchas veces empeñada en practicarse un limpio y merecido harakiri. Sucede que una de las grandes motivaciones de Cash para continuar con la terapia fue el hecho de que “Hurt” había sido nominado a Vídeo del Año en los premios de la MTV. Con independencia de que le sobraban entorchados, no dejaba de resultar tentadora la idea de ser capaz de caminar de nuevo con entera soltura por el escenario del Radio City Music Hall para aceptar el premio. En vano: con impecable miseria, el vídeo elegido fue “Work It”, de Missy Ellliott. Al menos los cabrones de la MTV tuvieron el reflejo de llamar a Cash con antelación por si quería cancelar las reservas de hotel en Nueva York. Mientras Rosanne, su hija, le explicaba por teléfono que iba a bombardear las oficinas de la cadena, Cash se preparaba para la última batalla. El 11 de septiembre era ingresado en el hospital Baptista de Nashville. Según le contó Rosanne a Streissguth, «Sabía que estábamos allí, pero no podía hablar. Tenía problemas para respirar, y apretaba nuestras manos, y estaba claro que tenía miedo». Rodeado por sus hijos (Kathy, John Carter y Rosanne), «recibió abrazos y besos y supo que estaba bien si los abandonaba». «No queríamos que sufriera más», remata Rosanne.
Johnny Cash falleció las 02:00 a. m. del 12 de septiembre de 2003.
Como bien explica Andy Gill en las páginas de The Independent, en“American VI, Ain’t No Grave” no hay versiones estupefacientes de canciones insospechadas, no hay “Hurt” o similares. Pero haríamos mal si colocamos lo insólito de aquellos temas como valor al alza, primando la sorpresa, ese «Oh cielos, Johnny Cash canta a Depeche Mode, Nine Inch Nails, Sting, etc.», sobre lo realmente importante, a saber, que se sintiera a gusto con el material elegido para así buscarle mejor los forros tumultuosos y tristes, el crepitar interno, independientemente de que la canción fuera o no sorprendente, con absoluta concentración en la emoción y sus convulsas ecuaciones, en el disparo a quemarropa de versos que relinchan y melodías con sabor a cobre, radiantes u ominosas, necesarias.
Escribir que electriza su revisión del espiritual “Ain´t No Grave (Gonna Hold This Body Down)”, de Claude Edy (1922-1978) pastor pentecostal y autor de numerosas canciones sacras, que Cash alcanza desde el primer minuto un tono elegiaco y al tiempo tremendo sería decir poco. Con “Ain’t No Grave” vemos muy claro que el disco será una apuesta a muerte y, también, a contramuerte cantando desde el filo para reafirmar el poder sanador, acaso inmortal, del arte. “Redemption Day”, de Sherly Crow podría ser ese tema inusual en el que Cash juega a toquetear canciones de compositores más jóvenes, y en parte lo es, pero su temática apocalíptica evita esfuerzos inútiles y encaja como guante en llamas en la temática del disco; regala de paso la oportunidad para marcase una interpretación escalofriante. Fascinantes, por mínimos y exactos, los pianos, guitarras y violines que Rubin ha colocado a posteriori. El Freedom que repite Cash en la coda final ahonda en la condición de un artista harto y a un paso de la eternidad. Sigue “For The Good Times”, desolador clásico de 1979 de su amigo Kriss Kristofferson. Número 1 en la voz de Ray Price, cantado Chet Atkins, Al Green, Kenny Rodgers o Willie Nelson, es de esos temas en los que la voz de Cash trasciende condicionantes. Da igual que existan versiones sublimes o que hayas escuchado esta canción miles de veces. En su diálogo con vivos y muertos, en la conversación íntima que mantiene con June y tal vez, lejana en el recuerdo, con Vivian, su primera esposa (con la que se había reconciliado y con la que vivió una emocionante jornada de despedida poco antes de morir), Johnny hace uso de una sabiduría ganada a mordiscos; alcanza efectos de estremecida emotividad allí donde la mayoría apenas sería capaz de repetir lo tópico y superficial, la evidencia de un texto y una melodía hermosos que cobijan muy dentro experiencias y obsesiones sólo evidentes para un intérprete superlativo. “I Corinthians 15:55”parece ser una canción compuesta por el propio Cash entre el 2001 y el 03. Conversando con la muerte y la vida, prolonga el hechizo con una nana mortal o responso luminoso; se pregunta por la victoria de la nada en el convencimiento de que otra vida lo espera. Era su consuelo y su derecho, y uno, descreído, lo respeta e incluso llora. “Can´t Help But Wonder Where I´m Bound”, del cantautor folkTom Paxton, devuelve al Cash enamorado del renacimiento del Greenwich Village en los días de “Bitter Tears” (1964) y sus colaboraciones con Peter La Farge y Dylan. Sólo que ahora el exuberante poderío de antaño ha sido sustituido por un delicado y afectuoso talante, con el capote al hombro mientras pliega las velas. Su recreación de “A Satisfied Mind”, el clásico country de Jack Rhodes (que compuso entre otros para Gene Vincent) y Joe Red Hayes, versionado por una miríada de artistas, lo conocíamos desde 2004, cuando fue incluida en la banda sonora de Kill Bill Vol. 2. Elegir “I Don´t Hurt Anymore”, otro puntal country, famosa por su interpretación a cargo de Hank Snow en 1954, está lejos de ser un ejercicio retórico: en el reino de Cash la furia inducida por el consumo de estupefacientes y los pasotes interminables machacaron durante años la psique de quienes lo habían amado. “Cool Water”, gema de 1936 a cargo de Bob Nolan, conoció el éxito en 1948 cantada por The Sons of the Pioneers, el grupo favorito de John Ford (búscalos, entre otras, en las bandas sonoras de Río Grande y Centauros Del Desierto).
A Ford, manojo él mismo de contradicciones, le hubiera emocionado “American VI”, cómo aprovecha la inercia de la desazón y el derrumbe de un mundo para silbar orgulloso canciones que protegen de la corrosión del tiempo mientras asumen la derrota final, como en “Last Night I Had The Strangest Dream”, el himno pacifista de Ed McCurdy («La última noche tuve el sueño más extraño/ Soñé que ponía fin a la guerra») que antecede a la despedida, el “Aloha”compuesta por Lili’uokalani (1838-1917), última reina de Hawaii y talentosa instrumentista y compositora que dedicó su vida a preservar el folklore del archipiélago. Sabiendo como sabemos que el country tomó uno de sus elementos fundamentales al importar el lamento de la guitarra pedal steel de Hawaii, qué magnifica despedida, enlazando los sonidos de la steel que Don Helms tocaba para Hank Williams en los Driftings Cowboys desde mediados de los cuarenta. De Hank a Cash, en “American VI: Ain’t No Grave” cabe medio siglo de música agónica, fulgurante, oprimida por la pérdida, lastrada de nostalgia, telúrica como un trago de oscuro o una bocanada de whisky, la música de la América que amamos, la que va del Opry a los estudios Sun, de Monument Valley al Delta del Mississippi, de los Apalaches al desierto de Mojave y de la Carter Family a Charlie Patton a Roy Acuff a Elvis Presley a Bob Dylan a Steve Earle, de La Diligencia a The Last Picture Show y de aquel seminal “Cry, Cry, Cry” con el que Johnny Cash debutó en 1955 a este majestuoso disco con el que el reimprime su leyenda.
Bien lo sabía cuando llegué. Nueva York es el mejor espacio para la música, donde lo mismo encuentras músicos senegaleses, ases del jazz, bluesmen de mirada oscura, conjuntos de rockabilly, baladistas que llenan el Madison a ritmo de bachata, anónimos campeones del soul y decenas de aspirantes al podio reservado a los más progres y vanguardistas, a los que embelesan a Uncut y NME por igual, a los más cerebrales, sofisticados y transgresores, a los Animal Collective de turno. También permite contemplar a no pocos ídolos. Desde que vivo aquí he disfrutado (en teatros o clubs, ojo, dejo aparte los estadios) de Neil Young, Bob Dylan, Cachao, Gato Barbieri, Solomon Burke, Ronnie Spector, Bruce Springsteen, Little Richard, Al Green, Leonard Cohen o Elvis Costello. Muchos han pasado por España, país que hace tiempo abandonó su condición enjuta, de tierra cejijunta y cruel, reactiva a las giras de los grandes, o al menos así fue hasta hace poco, cuando la crisis se encapuchó rabiosa y comenzó a modernos. Como llegué en 2005, sospecho que me precipité, que me he perdido los mejores años de la bonanza, cuando los festivales ibéricos descorchaban dinero público para pujar por los nombres sagrados y podías ver a Cohen en León (¡en León!). Hace apenas un lustro, si vivías en Valladolid y querías escuchar a, uh, Van Morrison, debías viajar hacia el Cantábrico. De modo que, ya ven, este castellano atormentado por el aislamiento de unas ciudades intratables ha recibido de Manhattan, entre otras múltiples gracias, la de restañar no pocas deudas.
No todas, claro. A un penoso número de mis artistas más reverenciados jamás podré verlos. Firmaron la baja por defunción antes de que aterrizase en el JFK. Imposible disfrutar en directo de Hank Williams o Sam Cooke, Elvis Presley, la Carter Family, Gram Parsons, Son House, John Coltrane, Frank Sinatra, Roy Orbison, Miles Davis, Bessie Smith, Bob Marley, Mississippi John Hurt o Louis Armstrong, y eso por delirar circunscribiéndonos a lo anglosajón, por no mencionar a Jacques Brel, José Alfredo Jiménez, Atahualpa Yupanqui, Edith Piaf, El PolacoGoyeneche o Ali Farka Touré, que intuyo hubieran cantado en su día felices bajo los rascacielos de ofrecérseles el cheque correcto. Ahora, si tuviera que escoger, si pudiera ver a uno sólo de entre todos ellos volviendo de donde nadie vuelve, elegiría como un tiro: Johnny Cash.
Verán, hay artistas que alcanzan tu corazón por ósmosis y otros al asalto. Unos pocos conquistan tu psique con la fuerza de un terremoto de magnitud 9, como si hubieras mamado su música desde la placenta y su descubrimiento fuera en realidad un reencuentro con tus humores más chungos, tus miedos primigenios, tu delectación y sueños básicos. A mí que ocurrió hace años con el caballero bautizado como J.R. Cash, hijo de un campesino pobre, que recogió algodón de niño y contempló como su hermano Jack besaba a los ángeles durante días, antes de palmar, siendo niño, tras cortarse al bies los intestinos con una sierra mecánica. Inútil, por bien conocida, resumir su carrera, que arranca en los estudios Sun y alcanza a los conciertos en Folsom y San Quentin, pasando por su decisivo programa de TV, donde mezcló a Loretta Lynn con Dylan, Ray Charles, Merle Haggard o Kristofferson, donde dio bola y podio a los sofistas y los hippies, los reaccionarios y los fumetas del negocio musical; la única condición fue que cantaran como Dios.
Con el Altísimo, precisamente, tenía línea directa. Uno de los mejores trabajos de la última década, para quien esto firma, es “My Mother´s Hymn Book”, (2004), diez canciones sacadas del libro de oraciones de su madre incluidas antes en una caja espectacular. “Unearthed” (2003) donde coleccionaba temas inéditos pertenecientes a las sesiones de Cash con el productor Rick Rubin. Fruto de ese trabajo habíamos tenido antes los discos “American Recordings” (1994), “Unchained”(1996), “American III: Solitary Man” (2000), “American IV: The Man Comes Around”(2002) y “American V: A Hundred Highways” (2006). La serie presentó al Cash post/Columbia, tras la decepción que supuso el período Mercury (1987-1990), cuando nadie en la industria creía en su renacimiento. Puede entenderse como una enmienda frontal al country-pop que ensucia las listas, el testamento vital de una voz que asusta y susurra y acuna y aúlla, el aleteo metálico, con ribetes de viento y espolones de tigre, de un cantante que epitomiza la evolución de varios géneros. También supone la vuelta a las aguas nodrizas de Jimmy Rodgers y otros pioneros tras décadas de progresiva desnaturalización en Nashville, un repertorio turbio, convulso y emocionante, al cabo, que mezcla tonadas del XIX, clásicos propios y ajenos, folk, bluegrass, country y rock and roll con insospechadas versiones de autores más jóvenes. Cuando Johnny cantaba a, pongamos, Bono, Nick Cave o Will Oldham, devoraba el original, lo hacía suyo para siempre. Los cínicos y los descreídos, los que pensaron que el productor barbudo había camelado al Hombre de Negro con embalajes pop y chatarrería ajena han terminado por claudicar ante el inmenso cuerpo de trabajo que presenta la serie.
Claro que no todos los discos son sublimes. Algunos sólo son muy buenos. “American IV: The Man Comes Around”, por ejemplo, presenta una descomunal composición propia, la canción homónima, junto con un puñado de versiones discutibles, “Desperado”, “Streets Of Laredo”, “In My Life”, etc., que apenas se sostienen merced al fabuloso cuajo del intérprete. Ciertas elecciones dan más rabia tras escuchar los increíbles descartes que cobija “Unearthed”. Otros discos, como los dos primeros de la serie o el póstumo de 2006, carecen de mácula; no hay en ellos transiciones entre lo sublime y lo interesante pero menor; todo es memorable, todo acongoja y cae sobre ti como una lluvia de plomo o un monzón ciego. Incluso los clásicos propios revisitados, como “The Long Black Veil”, incluida en el disco seminal de 1964 “Orange Blossom Special”, y versionada por Cash durante las sesiones de “American Recordings”, acompañándose sólo con su guitarra, rompen el canon; demuestran que todavía era posible darle una vuelta de tuerca, incluso mejorarlo.
Sin han llegado hasta aquí sepan que el rollo sirve como introducción obsesiva para “American VI: Ain´t No Grave”. El disco, último de los firmados junto a Rubin, sale a la venta el 26 de febrero, casi seis años y medio después del fallecimiento de Johnny y coincidiendo con la fecha de su nacimiento.
Sé que Internet aconseja escribir virtual, cortito.
Debes podar la prosa, ejercer de eunuco porque, de lo contrario, cansas al lector, al colega computerizado que busca píldoras, prospectos, resúmenes y subrayados que llevarse a la sesera.
Pues vale.
Si unos predican la prosa macrobiótica, el pictograma como emblema, yo sostengo que ningún análisis meticuloso, edificado sobre el conocimiento y el amor, ha deshonrado jamás las grandes obras, y por lo que tengo escuchado, “Ain´t No Grave” lo es, sin duda. Hablaré mañana del disco por extenso en el segundo artículo de esta miniserie, donde contaremos cómo grabó esas tomas sobrenaturales un Cash herido por el rayo, casi ciego, con esporádicos ataques alucinatorios, que se consolaba de la reciente muerte de June, su amada esposa, simulando a escondidas que hablaba con ella por teléfono.
Agonizó sobre el micrófono cuando el buitre del dolor lo abandonaba unos minutos.
El fruto quema.
Desamortiza cualquier idea previa que tuvieras sobre los últimos días, sobre cómo sobrevivir mientras engendras árboles viejos, versos que azotan, mientras esculpes a soplete fastuosas canciones enfrentadas a la inanidad y lo pueril, que dan dentelladas, que acojonan, que te dejan en la esquina del ring con ojos de borracho y las manos en los tobillos, dando gracias al viejo que tuvo la gallardía de bajar a la fosa cantando coplas de trueno, metralla y nanas.
Todos los aficionados a la música han conocido, oído y apreciado “Walk On The Wild Side” de Lou Reed. Pero quizás no tantos conozcan como surgió esta canción: originalmente fue un encargo para que Reed compusiese un musical, basado en la novela del mismo titulo de Nelson Algren.
El libro se editó en 1956 y en 1962 se rodó una película dirigida por Edward Dmytryk con Laurence Harvey, Capucine, Anne Baxter, Barbara Stanwyck y una primeriza Jane Fonda. El tema central del film también se llamaba “Walk On The Wild Side”. Mack David hizo la letra y Elmer Bernstein compuso la música. Interpretada por Brook Benton, fueron nominados al Oscar para la mejor canción original. La canción evocaba, con aires de jazz y gospel, el barrio de Storyville de Nueva Orleans, la ciudad donde se desarrollaba la trama.
El musical no se materializó pero el ex Velvet Underground se quedó con la copla. O más bien, con el titulo.
Un par de años después y bajo la producción de David Bowie (y Mick Ronson) se produjo el lanzamiento de nuestra canción de hoy. Original de Lou Reed “Walk On The Wild Side” reflejaba a una serie de personajes habituales dela Factory de Andy Warhol: Holly Woodlawn, Candy Darling, Joe Dallesandro(el Little Joe del “never once gave it away/ everybody had to pay and pay/ a hustle here and a hustle there”), Jackie Curtis y Joe Campbell (su mote era Sugar Plum Fairy). Candy Darling sería también protagonista del «Candy Says«, otra canción de LR.
El single, que tenía “Perfect Day” en su cara B, se publicó como adelanto de su segundo álbum en solitario “Transformer”. A pesar de su letra que rompía moldes y tocaba diversos temas tabúes (sexo explicito, transexualidad, prostitución masculina, drogas, expresiones racistas) tuvo una enorme difusión en las radios de la época.
Por entonces andaba yo en la pionera 99.5. Y “Walk On The Wild Side” (además del “Transformer”, Bowie y el Glam Rock del momento) era habitual en mis programas. De hecho estrené «Transformer» en España (antes lo hice con el single de «Walk On The Wild Side«) en mi programa de la 99.5 (Radio Popular FM). Desde Madrid esta pieza, con esos coros tan decadentes y sugerentes, eran la puerta a otros mundos, con Nueva York como la indiscutible nueva capital del rock.
Este fin de semana me ha dejado varias impresiones negativas y contradictorias con lo que se espera de una actitud deportiva y competitiva. La primera de ellas es la imagen que encabeza esta entrada.
¿A cuento de qué viene esa entrada de Márquez a Canales? Con un 3-0 en el marcador y en una zona del campo sin ninguna trascendencia. Les pongo en situación: el joven jugador del Racing, 19 años, acaba de fichar por el Real Madrid. Y el sábado cada vez que tocaba el balón se llevaba una pitada del “respetable” del Camp Nou. ¡Qué pena! Como contrasta esta actitud del público blaugrana con las ovaciones que se han llevado varios jugadores culés en el Bernabéu.
El mexicano oyendo como estaba el ambiente quiso ganarse “fácilmente” el cariño de su afición. Todo lo contrario que la actitud de simpatía y solidaridad de Puyol con el joven jugador cantabro. Vi la escena del gran capitán catalán en televisión, pero no he encontrado ninguna foto. Lástima, porque demuestra la grandeza de unos en contraposición con las miserias de otros.
En el asunto de las bajas también hay actitudes y actitudes. No es lo mismo “borrarse” de un partido a jugar que presentarse con bajas por lesiones. Me refiero a los tres jugadores del Racing de Santander que provocaron sus tarjetas para ser suspendidos y perderse el partido en Barcelona. Distinto caso al de las ausencias del Villarreal contra el Madrid, especialmente sus dos centrales lesionados.
Miguel Ángel Portugal ha dado varias muestras de ser un mentiroso. Las últimas fueron negar que sea el artífice del desastroso fichaje de Flaubert. En su día, antes del aterrizaje del francés en la casa blanca, Mijatovic –apartado de la contratación por Calderón– declaró que Palanca era mejor. Y el entonces entrenador merengue, Juande Ramos, afirmó que él no había solicitado al jugador…La semana previa al partido contra el Barça el ¿Sr.? Portugal negó que sus jugadores buscasen las amarillas. Puede ser que estuviese en su papel, por temor a posibles sanciones. Pues que se calle y que no insulte a nuestra inteligencia.
Tengo que agradecer al Villarreal su partido de anoche. Los jugadores ausentes en plantillas como las del Madrid o el Barça tienen menos importancia que en un equipo como el castellonense. Y plantaron cara. No se rindieron a pesar del 2-0 (en un par de minutos). Marcaron y se pusieron 2-1. Crearon dificultades. Tampoco se amedrentaron con el 3-1. Subieron el 3-2 al marcador. Siguieron peleando. A pesar del 4-2. Con el 5-2 ya empezaron a mirar el reloj. Y se fueron con un 6-2 que, a pesar de lo abultado del resultado, no debería avergonzarles. Fueron actores -y en muchos momentos protagonistas- de un muy buen partido, un gran espectáculo.
Otro día hablaremos de las plagas de lesiones y el doping, y como algunos equipos cambian los entrenamientos para evitar los “vampiros” de los controles antidoping…
Si le tendré ganas a este partido que estoy por no ir al Bernabéu (Real Madrid–Villarreal). La idea es ver la final contra el Barça por la tele y luego cambiar de canal para el de fútbol. Otra alternativa es merendar cerca del estadio en un local con televisor y acudir, aunque sea tarde, al finalizar el baloncesto. Pero también está la climatología, otro factor a tener en cuenta. Hace un día de perros…
Colores aparte es el partido que todos los aficionados deseábamos ver. Porque los de Vitoria, la otra gran plantilla de la ACB, quedaron retratados anoche en su semifinal contra el Madrid.
Este año culés y merengues ya se han enfrentado dos veces. En ambas han ganado los blaugranas. Una derrota especialmente dolorosa fue la de Vista Alegre. Dicen que no hay dos sin tres o –la que yo prefiero- que a la tercera va la vencida. Pero de momento el favorito claro es el Barcelona. Esperemos que Bullock y Reyes vayan recuperándose y entrando en el equipo (el 9 blanco en los pocos minutos que jugó ayer anotó 8 puntos).
Y siempre nos quedará el duelo entre los dos talentos jóvenes más importantes del basket nacional: Llull vs. Rubio.
El Mundano me ha brindado varias oportunidades. Las que más valoro: reestablecer relaciones y contar con colaboraciones de conocidos y desconocidos. Algunos de estos últimos al “desvirtualizarse” (afortunada descripción, original de José Luis Orihuela según me contó Antonio Cambronero) se han convertido en habituales de mi mundano círculo social.
Estos pasados días han surgido noticias sobre el futuro de los estudios Abbey Road. Un tema muy relacionado con la temática de mis dos ultimas entradas. Muchas ideas y sentimientos surgen alrededor de este hecho empresarial, pero dotado de una fuerte carga emocional. O romanticismo barato, en versión de escépticos y “sabelotodos”.
Aprovecho el momento para rescatar del blog un post -escrito por Antonio Perea– y traer a colación una anécdota: la hoy tan conocida condición de becario, antaño conocida como aprendiz o discípulo, en los estudios ingleses era muy singular. A semejanza de los novatos en un equipo de futbol, que tienen que ejercer de utilleros, en las salas de grabación los aspirantes a técnico de sonido empezaban sirviendo el te.
El relato de Antonio Perea hace referencia uno de estos “unsung heroes” del mundo de las grabaciones. Pero no nos confundamos: eran reputados y muy apreciados profesionales. John Kurlander es uno de ellos. Además fue un “producto” de los estudios Abbey Road.
“Kurlander, el escribiente” nos cuenta como una decisión afecta a la configuración del álbum de los Beatles. Pero no sigo porque es mejor dejar sitio al texto del amigo Perea. Fue el primero que me envió y el ilustre José Manuel Rodríguez “Rodri” nos aportó pruebas gráficas de la época.
<<< Se llama John Kurlander, y mucho antes de participar en la producción musical de la trilogía cinematográfica “El Señor de los Anillos” ya era un valorado técnico de sonido reclamado por grandes artistas y orquestas sinfónicas para sus grabaciones con la compañía EMI. Sin embargo, para nosotros los “beatlemaníacos” su gran minuto de gloria le sobrevino siendo un joven asistente técnico de grabación de los estudios de Abbey Road el 30 de julio de 1969. Aquel día le tocó escuchar a solas con Paul McCartney uno de los últimos montajes de las pequeñas canciones que, como teselas en un mosaico, iban a constituir el núcleo de la cara B del álbum “Abbey Road”, el último atribuible en rigor a la autoría de The Beatles.
El músico y el técnico habían ya escuchado juntos el recadito envenenado de Paul para Allen Klein contenido en “You never give me your money”, y también las arriesgadas armonías vocales concebidas para el “Sun King” de John Lennon. Iban ya por el tema también de Lennon “Mean Mr. Mustard”, cuyo acorde final daba entrada con bastante trabajo de estudio a un tema de McCartney, “Her Majesty”. A su vez, el último acorde de guitarra de éste último se solapaba a base de laboratorio con el primero del siguiente tema, “Polythene Pam”, también de Lennon. Así, entre dos muestras del poderío rockanrolero que brotaba casi involuntariamente de cualquier cosa sobre la que Lennon posara sus manos, se instalaba aquella sencilla cancioncita medio folk y acústica.
Paul no lo dudó. “No me gusta ‘Her Majesty’, tírala”, le pidió a Kurlander. Probablemente éste no contestó nada, se limitó a tocar botones y a maniobrar con los deslizantes de su mesa. Pero en su pensamiento ya se había asentado la reiterativa fórmula con la que Bartleby, el escribiente creado por la imaginación de Melville, respondía a todo requerimiento del mundo que le rodeaba: “Preferiría no hacerlo”.
Nunca sabremos, más allá de las propias y quizá interesadas opiniones de ambos protagonistas, si Kurlander desobedeció a McCartney por motivos artísticos. Quizá anticipadamente al resto del mundo le pasó con aquel temita intrascendente lo que nos pasaría después a todos. Es cierto que no tiene mucho que decir, pero a fuerza de conocerlo enamora. Lo mismo que sucede, por cierto, con la mujer a la que se refiere su letra, que un servidor se resiste a creer que fuera la Reina de Inglaterra, por mucho que Sir Paul se lo cantara a ella personalmente décadas después en un concierto con motivo del aniversario real.
Son, sin embargo, más los que creen que Kurlander tan sólo obedecía instrucciones estrictas de los ejecutivos de EMI. “Que nadie se deshaga de ningún material que graben Beatles en la sesión”, ordenaron entonces a todos los técnicos. No resulta difícil imaginar a los encorbatados directivos trasmitiéndoles la orden a los técnicos, mientras se ponían de espaldas a la cristalera del control y hacían bocina con las manos para que ni siquiera se les leyeran los labios. Y la verdad es que los descartes de las grabaciones de los de Liverpool y, muy especialmente, los de aquellas sesiones de “Abbey Road” y las de “Get Back/ Let It Be” anteriores, iban a ser un jugoso negocio años después.
Cualquiera que fuese el motivo, Kurlander cortó laboriosamente “Her Majesty” de su ubicación original en la cinta, pero lejos de tirarlo como su autor le había solicitado, lo empalmó al final de aquella, y ya sea por olvido o por visionarismo del entonces neófito ingeniero, allí quedó. Muchos días después el equipo escuchó por última vez el montaje, y cuando habían transcurrido catorce segundos desde el último compás de “The End”, canción que estaba prevista como final del álbum, por los altavoces del estudio aparecía por arte de magia la casi mutilada versión de “Her Majesty” que había quedado de aquella sesión del 30 de julio. Allí sonaba, sola y desnuda de todo lo que no fuera la acariciante voz de McCartney y el límpido sonido de sus arpegios en Re mayor, si bien desprovista por razones técnicas de su acorde final, fagocitado éste por “Polythene Pam”. Les gustó tanto a todos aquella sorpresa, Paul incluido, que se decidió inmediatamente que quedaría tal cual en el master. Las carpetas del disco llevaban ya tiempo en imprenta, por lo que la canción tardó muchas reediciones de “Abbey Road” en figurar en la carátula del disco.
Fotos de contra y etiqueta del vinilo original de Rodri
Por cierto, se dice que muy poco tiempo después y a pesar de su juventud, John Kurlander fue ascendido a ingeniero senior, lo que constituyó una promoción en tiempo récord para la costumbres de la casa.
Sé que hablar de “Abbey Road” tomando como base “Her Majesty” es algo así como adorar a un santo por la peana. Pero aquel álbum contenía demasiadas grandes cosas como para que un lego se meta en mucha harina. La historia que cuento referida a la canción más pequeña nunca creada por Los Beatles, circula entre los “beatlemaníacos” desde hace años y la hemos visto recogida en infinidad de antologías, libros de investigación y páginas Web. Pero no puedo descartar que sea una leyenda urbana.
Advierto de que no me he molestado en contrastarlo, y no lo voy a hacer ahora porque tengo mucha plancha. Pero si alguien tiene tiempo, que se anime…>>>