El coro de la Primer Iglesia Baptista de Saint Louis llenaba los vacíos de la capilla. Los escasos asistentes al funeral de Bessie Armtrading, un puñado de amigos y un familiar, repasaban mentalmente las palabras que iban a pronunciar a continuación.
Winnie Armtrading, el único pariente de Bessie, abriría el turno de intervenciones. Solo ella llamaba Mamatita a su difunta tía. Comenzó a hacerlo meses después del trágico accidente que cambió sus vidas.
A Bessie nunca le gustó que William Sherman destilase su propio licor. Menos aun que la visitase bebido cuando su esposa ya dormía. Ajena a lo que sucedía. ¿O no tan ajena? Nunca lo averiguó. La señora Sherman falleció. Bessie Armtrading dejó las dependencias del servicio para ocupar el dormitorio principal ante el escandalo social. La noticia de su embarazo también alteró a la comunidad: ¡un Sherman mulato! Pero con todo lo peor fue cuando se supo que heredaba la granja tras el fallecimiento del viejo Sherman aquella fatídica noche. Con la venta de la propiedad Bessie se mudó a la ciudad de Saint Louis. Y se hizo cargo de Winnie, su sobrina.
Bessie Armtrading era una mujer fuerte y bondadosa. La enfermedad no parecía poder con ella. Había pasado por peores trances. Como aquel accidente donde perdió a su amante, el viudo Sherman, al hijo de ambos que llevaba en su vientre, y a su hermana. Solo sobrevivieron ella y Winnie, la hija de su hermana.
Sacó adelante a Winnie Armtrading. Como si fuese su madre. Suplió a la perfección dos carencias: la de su nonato hijo y la de mamá de Winie.
“Aquella noche perdí seres queridos pero te gané a ti. Y también la granja, cuya venta nos permitió instalarnos en la ciudad y darte una buena educación” solía decirle Bessie a Winnie.
Winnie admiraba a Mamatita. Por su coraje y buen talante. Gracias a los cuales hizo frente a todo tipo de adversidades. Solo el tiempo pudo con Bessie Armtrading.