A lo largo de la semana estas foto crónicas de un maravilloso viaje a Buenos Aires (mi primera vez) de la mano de La Mundana, buena conocedora de la ciudad y sus secretos, han ido apareciendo aspectos que me llamaron la atención. Hoy, ya de vuelta en Madrid, me centro en otros dos asuntos fundamentales: los cafés y librerías de BBAA (las curiosidades de las calles porteñas quedan para el capitulo final de esta serie).
La foto de los tortolitos en el Tortoni del encabezado nos introducía en el apartado de los cafés, empezando por el Café Tortoni. Un clásico entre los clásicos, fundado en 1885. Durante la mañana y al mediodía hay colas para entrar. Su céntrica ubicación (Avenida de Mayo 825) y su «museo» a base de fotos y recuerdos de los ilustres que abarrotaron el local a lo largo de su existencia, son puntos fuertes a su favor. La elegancia y belleza del sitio hacen el resto. Nosotros estuvimos tomando unas copas (y café) después de cenar. A pesar del show de tango, que presentan cada noche, estaba flojo de público (y muy agradable para nosotros). Veníamos de cenar de otro clásico de la Avenida de Mayo (a dos cuadras), el London City de 1954, situado en los bajos de un edificio de 1895 (repetimos visita la noche que estuvimos cenando con Víctor Tapia tras el 6-1 a Argentina). En las fotos verán que aparece una figura de Julio Cortazar (venía a escribir a este céntrico lugar y lo mencionó en su primera novela «Los premios«). Es costumbre de los cafés tener efigies a tamaño natural de los famosos que frecuentaban los locales (en el Tortoni están Gardel, Borges y Alfonsina Storni).
Una de las iniciativas públicas que más me han impresionado ha sido la de mantener los cafés. Algo que miro con enorme envidia porque en Madrid se los han cargado todos (de los clásicos solo nos queda el Gijón). Los llamados cafés notables se han mantenido contra viento y marea frente a la especulación inmobiliaria. Y han servido de ejemplo para la apertura y mantenimiento de otros establecimientos similares. Son 92 los locales elegidos por la Comisión de Protección y Promoción de los Cafés, Bares, Billares y Confiterías Notables
Pero no todos son cafés notables. Encontramos algunos como el Café Paulín, que han montado una cadena especializada en sandwiches (buenísimos), muy solicitados al mediodía por la gente que trabaja en las oficinas de los alrededores de donde suelen ubicarse. El original (1998) de la calle Sarmiento nos pillaba muy cerca del hotel y se caracteriza por no disponer de mesas. Solo hay una larga barra en forma de ovalo rodeada de taburetes fijados al suelo. En cambio, las sucursales de la cadena responden al perfil de las cafeterías normales. La definición que hacen en el blog La guerrilla culinaria del Paulín es perfecta: «Toda urbe, metrópoli, gran ciudad, o conglomerado de oficinas llenas de gente insatisfecha por sus trabajos obligados por el capitalismo tiene, al menos, un lugar para comer rápido, rico, abundante, barato y característico de la ciudad.» Asumo que esta descripción será del agrado de mi amigo Víctor Lenore.
El Petit Colón es una parada recomendable antes o después de la visita obligada al monumental Teatro Colón. Su emplazamiento en la bellísima plaza Lavalle y su exquisita decoración, al estilo del teatro, le hacen parecer más antiguo de lo que en realidad es. Este café notable es de la década de los 70. Aparte de turistas, visitantes y público del teatro, durante la jornada matutina el Petit Colón se llena de abogados, jueces y fiscales del cercano Palacio de Tribunales. Es otro de los cafés notables.
La presencia española está presente en varios de los cafés notables como La Giralda de la calle Corrientes, La Coruña de calle Bolivar, el Bar Aragón de la Avenida Alberdi, Bar Oviedo de Avenida Lisandro de la Torre, Iberia de la Avenida de Mayo o El Gato Negro de Corrientes, hoy llamado en honor a su fundador, Don Victoriano, pero conocido por todo el mundo bajo su denominación de siempre, El Gato Negro. El español Victoriano López Robredo inauguró el local en su actual ubicación en 1928. Un año antes, a unos pocos metros, había abierto una tienda, La Martinica, también dedicada a las especias, cafés y tés (que cerró al producirse la mudanza). Los primeros empleados de ambos comercios fueron todos españoles. El Gato Negro evolucionó de almacén a café y hoy en día ademas de las mesas de la entrada tiene un restaurante en la segunda planta, donde también apuestan por eventos culturales relacionados con la literatura, el jazz y el tango. Estuvimos dos veces, la primera para comprar unas especias para la carne (La Mundana es fiel cliente desde hace años y es su tienda favorita de condimentos) y la segunda para picar algo tras el teatro.
La Biela, en un extremo del parque enfrente del cementerio de La Recoleta, era frecuentado por los pilotos de carrera argentinos en la década de los 50. Su ubicación en un barrio pudiente marca el ambiente del local, frecuentado por la gente con posibles del barrio. Aunque no siempre fue así. En 1850 en este mismo emplazamiento (cuando el barrio casi no existía y estaba fuera de los limites de la ciudad) un español abrió un café con terraza llamado La Veredita. Apenas había unas barracas, una iglesia y el cementerio de los monjes Recoletos (agustinos). Mudó el nombre a Aeroclub, por la cercanía a la Asociación Civil de Pilotos Argentinos. Al cambiar en los 50 la clase de pilotos que frecuentaban el local (llegaron los de las carreras de coches) adoptó su actual nombre. A la entrada lo primero que nos encontramos son las figuras de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Su terraza, con buen tiempo, es muy agradable. Y llaman poderosamente la atención el par de cabinas telefónicas londinenses en esta esquina del parque (la influencia inglesa se aprecia aquí, en el reseñado London City y en el The Brighton, una antigua sastrería inglesa del microcentro reconvertida a café, coctelería y restaurante). Las paredes de La Biela (orientadas al mundo automovilístico) tienen una particularidad: las fotos detrás de la barra fueron tomadas por Bioy Casares (en principio eran para ilustrar un libro de Borges).
En este repaso termino con el más bonito (en dura competencia con el Tortoni y la Confitería Ideal, actualmente en reformas, que además posee una academia de tango) y, desde luego, el más cursi: Las Violetas en Almagro, en la esquina de Medrano y Rivadavia.
Organizan actuaciones (habrán observado que los cafés montan veladas culturales). Para el viernes que viene dentro de su Ciclo Cultural tienen anunciada una actuación de flamenco.
También dispone de una sensacional pastelería. Sus facturas (bollos) son consideradas las mejores de una ciudad especialmente golosa en lo referido al mundo de lo dulce.
Las Violetas data de 1884 y se reformó en 1920, de ahí ese marcado aire modernista que tiene. Las vidrieras son del mismo autor que las del Tortoni. En 2001 se restauró y reabrió sus puertas. El pasado mes de octubre fue votado como el mejor café notable de la ciudad (encuesta organizada por el ayuntamiento).
De inicio el Café Tortoni y Las Violetas para terminar. Mañana a por las librerías!!!