30 de abril de 2009
Leo en Efe Eme y Paste que Matador Records ha perdido la mayoría de sus másters para vinilo. Una de las fábricas con las que trabajaba ha quebrado; como consecuencia, destruyó los másters. ¿Perdidas? «Más o menos», según Jesper Eklow, directivo de la compañía, «todo lo producido hasta mayo de 2006». Entre las joyas desintegradas había discos de Pavement, Neko Case, Cat Power, Mogwai, Yo la tengo o Belle and Sebastian. «Puff, y qué coño importa», dirán nuestros queridos activistas, felices con la compresión eunuca del MP3, tal vez los mismos con los que quiere hablar nuestra muy sutil y brillante Ministra de Cultura, inagotable venero de inteligencia preclara. A esos raros fenómenos los equiparaba hace poco Arcadi Espada con unos supuestos representantes de los borrachos: un grupo social demasiado variopinto, húmedo, zigzagueante, a ratos metafísico, siempre plural, como para tener voz unificada. Sea como fuere, ya escucho los comentarios, esos «Ellos se lo buscaron», «Las discográficas son unas ladronas», etc., con los que muerden nuestro castigado corazón (del intelecto, ni hablo, y de González-Sinde, por no llorar, tampoco).
Medito en estas y otras plagas por los pasillos de Virgin Megastore de Nueva York en Union Square, que también chapa. Aunque la anunciada liquidación sea de mentirijilla (los muy cabroncetes han rebajado un 20% el precio de los discos, sí, pero previamente los han puesto al precio inicial de salida, unos 18 dólares, cuando muchos estaban a 10 pavos hace unas semanas), compro maravillas de Woody Guhtrie, Pete Seeger, The Chieftains, Bob Dylan y Martha Wainwright: lo asumo, soy fácil. La semana pasada, en España, cayeron “Andrés”, la caja séxtuple del genial Calamaro, y también sabrosas rodajas de la gran Olga Guillot, el tanguero Alberto Merino y dos damas muy flamencas, la Piriñaca y la Bernarda de Utrera. Y ayer, claro, la edición de lujo de “Together Through Life”, lo nuevo de Bob, que trae el fascinante añadido de escuchar uno de sus programas de radio para Sirius, con piezas de Porter Wagoner & The Wagonmasters, Howlin´ Wolf, Little Walter, Sister Rosetta Tharpe, Hank Williams (bajo el pseudónimo de Luke the Drifter) o los Rolling Stones, así como una entrevista, outake del “No Direction Home” de Scorsese, con el que fuera su primer y muy fugaz mánager, el grouchiano, y bendito, Roy Silver.
Ah, oiga, pero es que todo ese material puede adquirirlo gratis en Internet; ni siquiera es robo, sólo copia privada; además, en media hora puede descargarse la discografía completa del siglo XX y grabarla en un cómodo disco que almacene cien trillones de canciones. Claro, claro, me digo, seguro, pero qué quieren, a mí, como a Sergio Makaroff, siempre me interesó «quién escribe las canciones». De hecho, el vendaval de nuevos pasatiempos que, cuentan, carcome nuestro tiempo libre, no acaba de sepultarme: siguen enloqueciéndome la música, la lectura, el cine, la comida, las drogas, y el sexo, como hace un año, como hace diez. Sólo atisbo una oferta novedosa (los videojuegos), pero como no juego desde que abandoné, con doce años, los Playmobil, pues, uh, me la sopla. De remate, hace siglos que adopté, con orgullo de náufrago, con dos cojones y el mentón erguido, con la elegancia que requería Loquillo y asumiendo que hace mucho que perdimos la guerra, que estamos desnudos, muertos y enterrados, la canción del poeta:
«A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho donde yago».
Qué plasta, aburrido, moralista coñazo, ¿verdad, apóstoles ultrachic, pensadores cool, queridísimos modernos?