Archivo de la categoría: Poesía, relatos y otras hierbas

Hoy me han cedido el asiento

3ª edad

Hoy me han cedido el asiento. Es la primera vez que me sucede. Ha sido una bofetada de realidad. Porque uno no es consciente de cómo te ven los demás hasta que suceden este tipo de cosas. El primer golpe es cuando las chavalas empiezan a llamarte de usted. Por ejemplo con el por entonces clásico «¿TIene usted hora?». Hoy tienen móvil y ya no preguntan. Luego se generaliza al resto de humanos con los que te relacionas por primera vez. En muchos casos es formalismo, pura educación. Y para romper el hielo siempre comento «De tú por favor. No me hagas mayor de lo que soy». Pero que  te cedan el asiento es ya otro nivel.

Había quedado a comer con el gran Ele Juárez. Me invitaba a un japonés de categoría. Vi que la mejor manera de llegar era en metro: cinco estaciones y 800 metro a pié o un transbordo de una parada. Subí al vagón. Y de repente una estilosa rubia oriental se levanta y deja libre su asiento. Sin mediar palabra. Dejé pasar un tiempo prudencial antes de sentarme. No supe si debía darle las gracias o no. Llegué a pensar que se bajaría en la siguiente estación. No lo hizo. Y quedaron un par de asientos libres. No ocupó ninguno. Cuando se bajó en la siguiente parada me di cuenta de su altura, en comparación con quienes entraban y salían. Podría haber sido una modelo. De cualquier manera esto había sido una premonición.

Después de la excelente comida con Ele hice el trayecto de vuelta en metro. Tras el transbordo, un treintañero rapado y con cascos de repente se levanta y me dice «Por favor siéntese». Me quedé petrificado. Acerté a balbucear «No, no hace falta». Insistió. Y yo «No, de verdad». Hasta que escuché la lapidaria frase que me sentenciaba: «No puede ser. Me moriría de vergüenza verle de pie y yo sentado». Solo pude decir, con la cabeza baja, que quien estaba avergonzado era yo. Y me senté. Sin mirar a nadie.

Anuncio publicitario

3 comentarios

Archivado bajo General, Poesía, relatos y otras hierbas

Mi mamá tenía razón

Estos días no puedo dejar de recordar a mi madre cuando veo las imágenes de la retirada rusa de ciertas zonas de Ucrania. Y pienso que «mamá tenía razón» cuando las teles muestran el material armamentístico abandonado por los rusos y recuperado por el ejército ucraniano.

¿A qué se refería mi progenitora? Pongámonos en situación: estamos en la Rumanía de la II Guerra Mundial. A unos 60 kilómetros de la capital, Bucarest, hay un enclave decisivo. Se trata de la localidad de Ploiesti, donde se encuentran unos codiciados pozos de petróleo y varias refinerías. Cuando Hitler rompió su pacto con Stalin e invadió la URSS un objetivo era controlar la localidad petrolera. Sería la base del suministro para las tropas nazis en su marcha dentro del territorio soviético. Rumanía se convertía así en campo de batalla. (Los alemanes tomaron Ploiesti, que fue bombardeada por británicos y estadounidenses; posteriormente fue liberada por el ejército soviético).

Mi madre destacaba la destreza y eficacia de los ataques aéreos de alemanes y británicos. De las fuerzas aéreas de EEUU comentaba que oscurecían el cielo y arrasaban con todo lo que hubiese debajo. Es decir, puntería vs. fuerza bruta. Y de los rusos soviéticos decía que había que tener cuidado con que las bombas no te diesen en la cabeza o golpeasen cualquier otra parte del cuerpo. Además añadía que también había que tener cuidado en no pisarlas, o tropezarse con ellas, no fuesen a explotar. Esa imagen de ineficacia que transmitía su relato podría aplicarse a la Rusia de hoy en día. El cine nos dejó obras maestras de Billy Wilder y Ernst Lubitsch a este respecto en tono de comedia (referidas a la época soviética): «Uno, dos, tres»  y «Ninotchka«.

Deja un comentario

Archivado bajo Cine, Cultura, General, Poesía, relatos y otras hierbas, Política

Recuerdos colegiales: Miss Lola

yo fui al británico

Estos días ando con el remember a cuestas y hay una idea que continuamente me ronda la cabeza: la fundación de mi colegio madrileño, con la ayuda del servicio secreto británico. El padre e impulsor de la idea se rebeló contra la proliferación de colegios alemanas e italianos tras la Guerra Civil. En esta historia, que incluye la embajada británica a un lado de la Castellana y el Embassy al otro, se produjeron ciertas paradojas como la educación mixta (chicas y chicos en la misma clase), un colegio laico en la España del nacional-catolicismo y las que expondré a continuación. Es un texto que escribí para un libro del British Council celebrando su aniversario. Y rinde tributo a una profesora que me marcó, Miss Lola.

Miss Lola

Hablar del Instituto Británico me trae diversos y variados recuerdos de la década de los 60 del siglo pasado. El colegio de la calle Martínez Campos, los sótanos del edificio principal, los equipos de St. Andrew, David, George y Patrick, los partidos de baloncesto o fútbol de los recreos, algunas peleas y sobre todo una figura, la de Miss Lola.

Gracias a ella aprendí a amar la Cultura con ce mayúscula. La de antes y la contemporánea. La poesía española del 27 y la de después de la Guerra Civil la conocimos en sus clases. ¡En el “bachillerato” inglés! Porque en el español nunca se llegaba… En vez de hacernos leer o recitar los versos nos ponía discos de los cantautores españoles que musicaban poemas. Miss Lola usaba una herramienta pop, el disco, para enseñar. Y este simbólico gesto pedagógico sirvió de gancho. Al menos para mí. Que pronto me inicié en el mundo de la música (medios y discográficas).

Paco Ibáñez no es el mejor cantante del mundo pero su voz aún resuena como un trueno en mi memoria con el “A Galopar” de Alberti. Me impresionó cuando Miss Lola la puso en clase por primera vez. Y esa impresión perdura más de 50 años después.

Excepcional fue su labor con el Latín, una lengua muerta pero activadora de conexiones neuronales. Mis matrículas de Honor en 3º y 4º de Bachillerato se las debo a Miss Lola. Y las de Matemáticas en ambos cursos a Mr. Buñuel. Interesante paralelismo entre ambas asignaturas. Aparentemente tan distantes pero con más puntos en común de lo que parece.

Bastantes años después el ilustre Javier Marías escribía, en uno de sus artículos semanales en El País, que Mr. White su profesor favorito se jubilaba. Incidía en lo extraordinarias que eran sus clases por atípicas y creativas. Y me descubría que estaba casado con Miss Lola. Realmente el mundo es pequeño… y me siento orgulloso de formar parte de el a través del cordón umbilical que representaron el Británico y Miss Lola.

Adrian Vogel

1 comentario

Archivado bajo General, Madrid, Poesía, relatos y otras hierbas

Entregado «Bikinis, Fútbol y Rock & Roll (y otras películas)»

Entregado Bikinis, Fútbol y Rock & Roll (y otras películas): ayer al mediodía en Tres Cantos. En la sede de Akal.

Regresé a casa sobre las cinco y media de la tarde. Me metí en la cama. Y hasta hoy, poco antes de las 11 de la mañana. Para hacerse una leve idea del parto una foto: las dos columnas corresponden a la bibliografía de la segunda parte.

Biblio red

4 comentarios

Archivado bajo Cultura, Fútbol, General, Libros, Música, Poesía, relatos y otras hierbas, Política

Dicen que tienes… sed de champán (por José Luis Ibáñez Salas)

Al veneno de su piel se le suma esa sed suya tan de champán, y todo es en ella música y literatura, como sus caderas.

Escucho a Radio Futura y releo una página de Montero Glez. Y aparece su melena y mi memoria acelera hacia aquellos días en los que el tiempo era su perfil y su aliento.

Cuando de entre el fuego de la tarde apareció su voz para decirme sólo una vez memarcho, memarchoynoquierassaberporqué.

Brota no sé de dónde pero brota en mi brazo izquierdo el inconfundible dolor de la pérdida, del insulto eterno de lo eterno, la fiereza de la soledad en medio del destino.

Y cesa la música, callan los músicos, y se cierra el libro, llega el silencio del escritor, la muda página en blanco, rota.

La brutal pereza de la derrota, del cansancio, se queda a vivir en mi cuerpo abandonado por el deseo, rodeado del recuerdo de su olor, apesadumbrado por el recuerdo de su olor, suspendido en un vacío de siglos por el recuerdo de su olor…

Y recojo la novela y vuelvo a poner el disco y asisto al vértigo que hay en Montero y a la sofisticación de barrio de Auserón y su banda.

Me inquieta hacerla desaparecer, a ella y a lo que queda de ella, a ella y a lo que fue ella en mi cerebro y en mi alma.

Pero los músicos y el novelista me dejan en un territorio menos hostil, un lugar donde no hay otra cosa que la cadencia de los sonidos y la serena presencia de la velocidad del extrarradio madrileño.

El memarcho de ella es durante un instante sin segundos un lejano eco de un pasado sideral, una anomalía asegurada en el tiempo por la prosa de talco y de bronce de Montero Glez y por las canciones de otro tiempo y otro lugar pero tan cercanas de Radio Futura.

Hasta que regresa, hasta que ella aparece delante de mí con su flotar y su áspera certeza sexual y sus palabras de ensueño y su verdad de fantasía.

1 comentario

Archivado bajo Poesía, relatos y otras hierbas

Gadafi (por José Luis Ibáñez Salas)

Bar 2

(dibujo de Pedro Arjona)

Muy buenas noches, señoras y señores, desde el Estadio de Meeeeeeeeeeestalla, donde va a tener lugar la celebración de la Final de la edición número (no se entiende bien la cifra) de la Copa del Rey de fútbol que enfrentará a las primeras formaciones del Real Madrid Club de Fútbol y la Sociedad Deportiva San Martín de la Arena, el club representativo de la cántabra localidad marinera de Suances, todo un hecho sin precedentes, calificado de histórico por todos y llamado a inscribir en las páginas gloriosas del deporte español dos nombres con caracteres épicos, el nombre del club norteño y el de la villa a orillas del atlántico mar Cantábrico.

Las gradas del magnífico escenario para una noche de ensueño se encuentran abarrotadas. Es lo que siempre han llamado cuantos me antecedieron en este noble arte de comentar partidos de fútbol “un lleno hasta la bandera”, y lo es porque las banderas que coronan el inmejorable marco incomparable, otro lugar común, no se me vayan, rozan las cabezas de los espectadores que se han encaramado hasta lo más alto que el aforo y la disposición del edificio permiten.

Les damos una vez más la bienvenida y les presentamos a nuestros invitados de excepción que nos ayudarán en los comentarios técnicos de este encuentro memorable aunque seguramente desigual. Buenas noches, Alfonso Pérez, ex internacional y ex jugador nada menos que del Real Madrid y del Barcelona, así como del Real Betis Balompié entre otros clubes. (Y al tal Alfonso ni se le escucha, tal es el griterío y tal la mala audición o tal vez la carencia de sonoridad del micrófono que aparentemente prende en su ropa). Buenas noches, buenas y calurosas noches, Romualdo Zatón, sin duda el más brillante jugador que haya vestido jamás la zamarra del San Martín de la Arena, recientemente retirado. (A partir de aquí es posible que el sanmartino hable, eso parece a juzgar por los gestos que hace Romualdo pero nadie que no sea él mismo puede si quiera intuir qué es lo que dice exactamente salvo si se tiene la pericia de saber leer los labios).

No es posible que justamente hoy se vaya a ir la tele de las narices. De las narices, dice, y esos modales requetefinos, ¿Nin? Tú siempre tienes algo de lo que mofarte de mi, cuando digo unos tacos que tiembla el misterio que soy un malhablado, y si trato de hablar finolis que si soy tal. Es que nunca estás en medio. Mira, parece que se ve otra vez algo, ese es Romualdo… ¡Ehhh¡, Romualdo.

(El locutor dialoga con Romualdo Zatón pero no podemos escuchar gran cosa, si acaso esto:) duda de que el Madrid es más equipo, por historial y por jugadores en activo, por past.. esto… por dinero, vaya (…) no, no he tenido el placer de jugar contra ellos (…) Pues en mi pueblo imagino que estén todos ahora atentos a esta retransmi (…)

Sí, atentos, pero si se va y se viene… Ya va, ya va, hago lo que puedo, no es mi tele, anda deja de quejarte y pide algo para tomar. Marchando una cerveza. Oye, ¿tú te acuerdas de uno al que decían Gadafi? Sí, cómo no, ¿a qué viene eso? No, pero no el moro ese que estaba pirado y viajaba con la tienda de campaña esa grande, me refiero al que jugaba en el San Martín cuando lo del Chozas.

De un momento a otro van a saltar al césped del estadio valenciano las formaciones de los dos equipos en liza, justo en el momento en el que acceden al palco Sus Majestades los Reyes Don Felipe y Doña Letizia, recibidos con una profusa salva de aplausos. ¡Qué lejos estamos de la desabrida recepción que tributaron otras aficiones al padre del monarca hace algunos años¡

Vuelve a sentir frío, y es raro sentirlo se dice a sí mismo, pues no parece que en la calle lo haga, ni que haya siquiera humedad, esa humedad que le destroza los huesos y le escarba inclemente. Ha encendido el televisor, lleva un buen rato contemplando en la pantalla todo lo que al canal que va a emitir el gran partido le da la gana de difundir. Todo. Obediente, no cambia a otra emisora de televisión para no perder detalle. Jamás habría imaginado hasta hace dos meses que semejante ocasión se le fuera a presentar. Lo vio claro cuando en semifinales el sorteo le deparó al equipo de su vida enfrentarse al Getafe, algo a su altura, algo a la altura esa sí de sus sueños sencillos. El equipo de su vida, sí. Su verdadera familia y en ocasiones hasta su mismísima razón de ser. Se tapa con la manta ligera que tiene permanentemente sobre el respaldo de su sofá astroso pero tan apetecible. Se tapa y se destapa continuamente pues no es capaz de saber si lo que necesita es calor o movilidad en su pierna izquierda autónoma.

Suena el himno nacional, en medio de la algarabía de las dos aficiones y la de los pocos espectadores en teoría neutrales que se entregan a la fiesta que es siempre un acontecimiento de estas características, la final de la Copa del Rey de Fútbol en su edición (y el sonido se pierde momentáneamente para no permitirnos escuchar lo que añade el locutor, pero que todos sabemos).

Romualdo, ¿qué te parece el once de gala con el que va a comenzar el choque el Real Madrid?

Que qué le parece, ¿has oído, Nin? Ya hubiera querido él jugar en el Madrid, si no pudo ni llegar al Racing. ¿Qué tendrás tú que reprocharle a Romualdo? Pues no haber prosperado. ¿Prosperado?, ¡¡¡será lo que has prosperado tú, que te pasas el día aquí metido¡¡¡ Para tu beneficio. Será por lo que consumes… Ponme otra cerveza y algo de comer que estos van a empezar en un rato… Creí que iba a venir más gente al bar. Será que creías que iba a venir alguien.

Tiene que subir a menudo el nivel del volumen del receptor porque no es capaz de atender qué dice el comentarista, y sobre todo los ex jugadores que le acompañan. Reconoce a Romualdo, Romualdo Zatón ha dicho en voz alta, como si más que hablarse a sí mismo se lo dijera a la compañera que nunca tuvo. La soledad. No le importa ahora esa soledad que viene arañando sus últimos días, sus últimos años, que le recuerdan los días de gloria en que el campo de la Rivera era un clamor al grito único de Gadafi, Gadafi, Gadafi.

El partido va a dar comienzo de un momento a otro. Los capitanes se estrechan la mano ante la atenta mirada del trencilla, el colegiado balear Somadevilla Estébanez, que… atención, da el pitido inicial en este preciso instante. ¡Qué emoción, Alfonso, Romualdo¡ Cuánta gente en tu pueblo estará ahora mismo llorando, ¿verdad, Romualdo?

Gadafi es uno de ellos, es uno de los vecinos de esa villa cántabra que no pueden ni quieren contener las lágrimas que brotan ansiosas y sin remilgos de unos ojos cansados, los ojos de quien si no fue tal vez el mejor jugador del San Martín de la Arena sí que es posible que pueda ser el más elegante de cuantos vistieron las ropas deportivas de un club que ahora es la envidia de las pequeñas agrupaciones de todo el país. No hay día que pase sin maldecir aquél en que cuajó el mote de Gadafi, el mismo nombre del sumamente ridículo dirigente libio de hace unos años. Y no olvida quién fue el tontolhaba que empezó a llamarle así por su parecido físico con él, un parecido que iba más allá de lo común, pero que no le emparentaba con el africano en otra cosa que en esa similitud patética que tanto le molestaría siempre. Gadafi acaba de hacer una jugada memorable, y con Gadafi se quedó incluso cuando las jugadas no eran lo escalofriantemente sutiles que él pretendía cada vez que agarraba la pelota en cualquier parte del campo. Y Gadafi es ahora un espectador emocionado, nada más.

Y al final no viene nadie, ya verás…

Saca de centro el Real Madrid por medio de Alvero, que parece que gana enteros desde su arranque desmotivado de la temporada… (no se entiende bien) … juega ya el campeón de Liga cerca del área cántabra, pero atención (nuevamente dejamos de oír con claridad, aunque lo que se ve en la pantalla es cómo el central del San Martín le roba el balón al delantero centro madridista para arrancar en una decidida galopada en pos del área rival)…

Pero… ¿estás viendo lo que hace Amós? ¡!!Que sí lo veo¡¡¡ Vamos, sigue, cuidado con Lázaro, que te derriba, ¡uiba¡… ahora atento que viene Drazic, y el brasileño, que te la quita el brasileño. ¡Uy! Venga, no, mejor detente que va contigo Salas, pásasela a Salas…

Si Gadafi iba al campo del San Martín de la Arena últimamente era para disfrutar de la habilidad del hijo de Chan. Chanín Salas. El mismo que ahora recibe el cuero de los pies de Amós, asustado de su propia osadía ante el equipo más poderoso de la historia de este deporte, del más galardonado, del más querido y al tiempo del más odiado. El ex jugador anima al hijo de su amigo y antiguo compañero de equipo. Vamos, vamos, no mires a la portería, ya la tienes en la cabeza, ya sabes donde está, adivina qué hará el portero, no le mires tampoco a él. Tira. Tira.

Tira, tira, venga. Chanín, dispara con esa pierna, no regatees. Chanín…

El balón sale como una exhalación de los pies de Salas, el jugador número 12 del equipo cántabro. El meta madridista está tapado por uno de sus compañeros.

Gooooooool, Goooooooool. Gadafi grita, es el suyo un aullido que llevaba mucho tiempo guarecido, agazapado en el fondo de un alma sin afanes. Un alma derruida. El alma de Gadafi.

Salas, Salas, Chanín. Viva la madre que te trajo al mundo, gooooool, goool, gool, gol, gol, gol del San Martín. Pero, ¿qué haces, no te vienes al suelo aquí conmigo?, uno se abraza con estas cosas. Sí, como tienes el suelo de sucio.

Carlos Marín no parece creerse que a las primeras de cambio ya haya encajado un gol. Un golazo. El uno a cero sube al marcador y si ustedes no salen de su perplejidad imagínense a los aficionados que se han desplazado hasta Valencia desde Suances. El estadio se llena de alborozo, aunque en realidad los seguidores del Real Madrid ocupan buena parte del graderío. Un graderío mudo casi en su totalidad, perplejo imaginamos. Gol de Salas. Y no llevamos ni cinco minutos de juego, señoras y señores. El espectáculo de la Copa del Rey en todo su esplendor. Ya lo dijo Boskov, fútbol es fútbol. Pero, atención porque parece que Cissano pisa el área del San Martín con cierto peligro.

Romualdo, Alfonso, ¿qué os ha parecido este enloquecido comienzo del encuentro? Me parece que la fe del equipo de Romualdo es extraordinaria. La velocidad y la potencia de dos de sus mejores jugadores han sido decisivas, y acaban de escribir un guión distinto del que todos esperábamos. Estoy muy emocionado, comenzar de esa manera contra el Madrid, no me lo puedo creer. Lo que sí es seguro, damas y caballeros, es que estamos ante un día inolvidable para muchos y que vamos a disfrutar de lo lindo con este choque que se avecina incierto y dinámico… ¿No les decía? Acaba de repeler la base del poste cántabro un disparo fortísimo desde fuera del área efectuado por el chino Lu, el veterano jugador madridista que no parecía contar con la confianza del entrenador del campeón de Liga, José María Ibáñez. Atentos al córner porque no podemos perder detalle (pero la conexión sí que se pierde momentáneamente, justo en el momento en el que parece que Alfonso va a hacer algún comentario)… probablemente pero ¿no crees Alfonso que era un poco tal vez digamos presuntuoso sentar en el banquillo a Ramos, por mucho que sea ya un veterano que probablemente esté jugando su última temporada y quizás su último partido en el día de hoy? Bueno, ya sabes que quien mejor sabe cuál es el estado de los jugadores es siempre el míster, aunque yo opino que Ramos es aun insustituible y que le queda mucho fútbol.

¿Estás seguro de que no quieres venirte a casa de mi hermano a ver la segunda parte?, no va a venir nadie al bar. Ya, pero no puedo cerrarlo así como así. ¡Así como así, dice¡, el San Martín va a ganar la Copa del Rey, nada más y nada menos que al Madrid, y él dice que se tiene que quedar como si fuera el capitán de un barco que se hunde, para mearse.

Gadafi se llama en realidad José Ignacio Escalante, pero no recuerda la última vez que alguien usó parte de su nombre, y mucho menos su segundo apellido, Silió. En el colegio le solían llamar Nacho, o Escalante, Lante más bien. Y su madre le decía siempre Ignacio. Pero el mote futbolístico que recibiera hace ya casi treinta años, treinta años, ha perpetuado su forma de presentarse ante el mundo, más bien de que el mundo le atienda. Lo poco que el mundo le ha hecho caso, piensa. Pero ahora no tiene esa sensación que le ha llevado al borde del abismo tantas veces, ahora Salas y Amós y Rina y los otros le tienen encandilado, al borde del infarto, vivo.

El Real Madrid no parece capaz de crearle una ocasión de gol al equipo de Suances. Romualdo, ¿cómo están los tuyos, verdad? Estoy disfrutando más de lo que imaginé, bueno, más que disfrutar, porque estoy muy nervioso (y se escucha solo a la muchedumbre que en el estadio sigue apasionadamente el partido, parece que ha ocurrido algo).

Nin, otro gol, otro gol… ¡Ay, no¡ Lo anula, lo anula el muy cabrón del árbitro lo anula. Ya decía yo.

En su sofá, en su soledad ya en absoluto dolorosa, Gadafi se echa las manos a la cabeza por la desgracia que le transmite el televisor, y comienza a sentir algo raro en el hombro, o más bien en el pecho. Se ve a sí mismo en medio del terreno de juego de un campo de fútbol que no es el de la Rivera, pisando la pelota y girando hacia donde el jugador que se le acerca no puede ya dirigirse aunque intenta arrancar sin éxito en pos de la espalda del morenísimo esteta del equipo de Suances. Mira una sola vez a la portería Gadafi, eso es lo que está ahora en su mente, pues la final se ha desvanecido como él se ha desvanecido y ya no está sobre el mueble ni la vieja manta le tapa al ser si acaso un colchón insuficiente. Sí escucha con claridad el timbre. Ya va se oye decir, pero no es capaz de percibir que quien quiera que llame no advierte sonido alguno y parece cesar en su intento. No exactamente, porque la puerta se abre…

Ahora que lo repiten sí parece fuera de juego. Pues yo no lo veo claro, mira cómo Ania está en línea, y en línea no hay fuera de juego. A mi me parece que tiene un pie un poco adelantado, el brasileño está delante de él, y él… en fin, qué más da, seguimos ganando, y ya acaba el primer tiempo, ¿otra cerveza? Sí y saca ya esa tortilla que se la van a comer los gusanos. A tu cuerpo sí que se lo van a comer los gusanos. Mira ya empieza a venir gente, entran los de la pandilla de tu chico el pequeño. Hola, chavalada.

José Ignacio. Escucha su nombre pero no reconoce que tenga que ver con él, más preocupado como está por intentar decir que no le pasa nada, que ya se levanta él solo.

Regresamos al estadio del Valencia Club de Fútbol, a Mestalla, para llevar hasta sus hogares la segunda parte de este inolvidable partido de fútbol que deja de momento un resultado sorprendente. San Martín de la Arena uno, Real Madrid cero. Han oído bien quienes se incorporen ahora a nuestra sintonía, damas y caballeros, señoras y señores, niños y niñas. San Martín de la Arena uno, Real Madrid cero. O lo que es lo mismo, el laureado equipo de la capital de España, campeón esta misma campaña hace a penas unas semanas de la Liga, no puede con la bravura y, por qué no decirlo, el estilo atrevido, tan español vaya, del equipo de la ría de Suances, de la ría de San Martín de la Arena, gracias Romualdo por tus lecciones de geografía. El San Martín de la Arena. ¿Cuántos de ustedes conocían de su existencia hasta que hace unos meses se incrustó en las decisivas fases clasificatorias de la Copa del Rey española? (Alfonso toma la palabra, tal vez espoleado sin que lo veamos por el locutor).

La reconoce, es incapaz de recordar su nombre y, aturdido, no se detiene a pensar en cómo ha podido abrir su puerta, el acceso a su vida monacal, ausente de olores compartidos y del afecto o la simple presencia de la mirada ajena.

Más cerveza, no quintos no, ponnos las grandes. Sí, trece. ¿Y qué tal unos boquerones en vinagre? ¿Para trece? No, somos quince es que hay dos chicas que no beben, de momento, ¡Qué partidazo eh¡ Nos hemos entretenido pero ya no podíamos más, yo por lo menos, y les he convencido a estos piernas de acercarnos a tu bar. Pues me habéis salvado el día, y además, ya con este me empezaba a parecer que estaba en casa con mi mujer viendo el partido, vamos, solo. Si no fuera por mi.

Llevamos doce minutos del segundo tiempo y no parece que el San Martín tenga ningún miedo del Real Madrid, ¿verdad Romualdo? No salgo de mi asombro, llevo toda la temporada sin perderme casi ningún partido del equipo y te puedo asegurar que con la soltura y la profesionalidad que juegan hoy no lo han hecho en toda la temporada. Bueno, si exceptuamos su visita al campo del Torrelavega. Allí empecé a pensar que estos chicos tienen futuro, eso sí, sin imaginar que llegaran hasta donde han llegado. Hasta donde han llegado, Romualdo, y lo que les queda, porque de aquí van derechos, aunque pierdan hoy, no lo olvides, hasta la mismísima Europa League. Y no parece que vayan a perder, si no que se lo digan a Salas. Salas con la pelota, que la acaba de recibir de cabeza de su compañero Juanín.

¿Habéis visto qué pase de cabeza de mi primo? No es tu primo. Lo que tú digas, es hijo de una prima de mi padre. Ya, pero juega porque es el novio de la hija del entrenador. Yastamos, juega porque es alto y corre, y es rápido y… Y folla de lujo. ¿Tú que sabrás? Total, que nos hemos perdido el gol. Qué gol, si ha ido fuera. Era para ver si estabais atentos, so merluzo. Tanto Juanín, tanto Juanín…

Gadafi está ahora sentado en su sofá, sin la manta. La ha olvidado. Lucía le ha preparado un café y ahora se sienta frente a él en una silla desarticulada pero resistente, no necesita serlo mucho pues el cuerpo de ella sigue siendo tan liviano como lo fue en los años en que Gadafi lo veneraba con una devoción delicada. Veo que estás leyendo mi novela, le dice al tiempo que con el mentón señala hacia la mesita desvencijada sobre la que reposa un volumen que muestra en su hermosa cubierta solo siete palabras. Lucía. Ábalos. Cronos. Los. Libros. De. Silvia. Cronos, ese titán al que sus hijos destronaron, el Saturno romano. Verdaderamente un jaleo porque Cronos no es Crono, quien sí es el padre de Zeus, que a su vez… La novela que está leyendo Gadafi no entra en esas disquisiciones y solo habla, nada más y nada menos, a la manera en que las novelas cuentan las historias que contienen, de la historia de amor que mantuvo con Lucía cuando aun tenía algo que dar. Cuando las piernas le respondían antes del accidente que mató al deslumbrante Gadafi que se iba a ir a Madrid a probar suerte en el segundo equipo del club más grande de todos los tiempos.

Se prepara Ramos para saltar al campo. Alfonso, ¿no crees que más bien lo que precisa ahora el Real Madrid es un jugador de ataque, o al menos un centrocampista desequilibrante que rompa ese cinturón de hierro perfecto que ha establecido Juan Iríbar, el entrenador del equipo cántabro? Tal vez lo que quiera Iríbar es precisamente apuntalar el lugar del que parte todo, el orden defensivo, aunque sí, tal vez yo hubiera sacado a alguno de los excelentes delanteros que aun puede poner en liza, como a Lope, que tan buenos resultados le viene dando especialmente en las segundas partes y más aun en esta mismísima competición, pues no en vano a mi modo de ver fue el artífice de la eliminación del Barcelona con sus dos goles casi sobre el pitido final en el Camp Nou hace unas semanas.

Me llamaste Sábado. Sábado. No, José Ignacio, te lo pusiste tú, el nombre. Nunca me has llamado así. ¿Sábado? No, José Ignacio. Sí, ya no te acuerdas pero no te solía llamar José a secas ni Lante, por supuesto. Ni siquiera Nacho. Te llamaba José Ignacio a veces más bien Joséignacio o quizás Josignacio. Te amaba tanto… Por eso escribí esa novela, y yo también te quise, a mi manera. A la manera que me convertía en el guiñapo que acabé siendo. No, a la manera que supe.

Y ahora, ¿por qué quita Juan a Mota?, con lo bien que estaba jugando. Estará lesionado. Sí, lesionado, y por eso le mete esa patada a la botella de agua llena al pasar, no te digo. Bueno, pero sale Lolillo, para defender. Y para terminar de acogotar a Cissano. Por cierto, ¿no se os parece, y no solo en el nombre, que os veo venir, a Cristiano Ronaldo? Cristiano ¿qué? Tú eras muy pequeña cuando jugaba, si no no te habrías olvidado, le tenías que haber visto en calzoncillos. Me gusta el fútbol… Tarao. Vamos San Martín, vamos, a por ellos. Que son pocos y cobardes.

Lucía le recuerda a Gadafi, a Josignacio, que el partido está en su apogeo, que mire la pantalla. Que ella ya se va, que mañana pasará a visitarle, que aun se queda unos días en Suances. Y él la mira unos segundos y decide llevar su vista hasta le pantalla y escuchar a Romualdo cómo alaba la decisión del técnico cántabro, que ha puesto en juego a un auténtico valladar para contener la última media de furia madridista. Y Lucía le besa levemente en la mejilla, y le dice adiós. Justo cuando el Madrid estrella su tercer balón en la madera de la meta defendida por Palomera. Adiós, Lucía.

Minuto 18 de la segunda mitad, y el acoso a la portería cántabra por parte del equipo de la capital del Estado es diríamos que incluso cruel. Las dos aficiones siguen entregadas, animando cada una a sus colores, con la encendida pasión habitual en estos lances. Es una final de la Copa del Rey, no lo olvidemos, no lo olviden. Alvero pasa el balón a Lázaro, que retrocede levemente hacia la posición de Ramos, siempre con su cinta en su pelo, siempre tan aguerrido como cuando debutó en el conjunto blanco ya hace unos años. En el 2005, me dicen, pues ya ha llovido. Pero… Un descuido permite a Lolillo sacar en largo hacia donde está al acecho Juanín, que recoge el esférico y con su pierna izquierda cede rápido a Salas.

El hijo de Chan, el autor del gol, lleva la pelota, la mima, y Gadafi ve en él su propia imagen hace muchos años, los años de Lucía. Los años del esplendor en la hierba, como se titulaba una película que vio una vez en la tele, y el poema que la inspiraba y que él no había leído nunca. Ahora intenta fijar su vista en la pantalla y ve al hijo de su amigo Chan, Chanín Salas, tan poco similar a su padre y tan parecido a Gadafi en la manera de conducir el balón y de avanzar con la barbilla alta y la astucia huidiza de los grandes. Era Chan un bregador cansino e incansable a quien llamaban Mierdadeperro. El mote repetido que ya gastara un jugador inglés al cual le cayó ese apodo porque… como oyó muerto de risa la primera vez que le explicaron la razón de alias… está en todas partes. Un jugador tan opuesto al elegante Chanín Salas que solo heredó el diminutivo del diminutivo del nombre de pila y el apellido que nadie empleaba para referirse simplemente a Chan.

Otra vez, la tienes a huevo, Salas. Chanín, ya los has regateado, ¿qué haces ahora, por qué te detienes? Dínoslo tú que eres su amigo. Que te la quita Carlos, engáñalo, tírale al suelo, como hiciste con el portero del Naval. Señores, y señoritas, ¿nadie pide nada de beber? Dispara, Chanín, por tu madre…

Ha sido una ocasión de oro, Salas acaba de tener el dos cero en sus botas, en la puntera de su pie izquierdo, ese del que dicen, ¿verdad Romualdo?, que es un auténtico guante. Sí, la verdad es que ha desperdiciado una oportunidad única, y no entiendo porque yo que le veo cada domingo no le he visto nunca fallar algo así, incluso cuando se recrea en la suerte como suele hacer, como acaba de hacer, de hecho. Pues señoras y señores, niños y niñas, el encuentro sigue con el uno a cero que mantiene las espadas, a que ya habían oído ustedes esto antes, en todo lo alto. No dejen de adquirir este jueves (y el sonido deja de interesarnos o tal vez se estrella contra la tecnología, como tantas veces).

Eso le pasa por chulo, siempre tiene que hacer alguna para ser el centro de atención. Ya, pero qué sería del fútbol sin gente como él. Pues fútbol sin chulos. No te pases con Chanín que sabes que es mi debilidad. Te gusta su culito, sí. Como vuelvas a decir eso te parto la boca, jilipoyas. Vamos chicos, prestad algo más de atención al partido… que nos vamos a llevar la Copa. Sí, o a nosotras, ¿A vosotras qué? Que nos prestéis atención, que parecéis maricas. Yastamos.

Gadafi ha dejado de pensar por completo en el espectro de Lucía que ha creído tener delante de sí hace unos minutos. Sigue aturdido, pero el dolor físico ha desaparecido. La pantalla absorbe toda su atención. Mestalla sigue siendo el centro del Universo, y los colores del San Martín de la Arena, que hoy no son el blanco para la camiseta, aunque sí son azules los pantalones y las medias, que le prestan su tonalidad a aquella. Un azul precioso le habría parecido al ex jugador si su cerebro tuviera alguna intención de recrearse en la belleza de un mundo que para Gadafi se reduce solo a la que muestra el deporte que ha ocupado casi toda su existencia. Solo Lucía podría haber competido con esa pasión. Lucía, que le escribió versos de amor. Lucía.

 déjame decirte amor una cosa

(solo tres palabras)

confía en mi

no te dejes avasallar

por esta torrencial ansiedad

disculpa mi dislocada afectación

cuando me vengo abajo

(en realidad, no toco el suelo,

solo asumo tarde

la estratosférica hecatombe

que provoco)

déjame aclararte cielo algo

(ahora necesito más letras)

has depositado en mi un huracán

un vendaval sin normas

que aprendo lentamente a dominar

pero ten la seguridad

de que me esfuerzo por manejarlo

porque nada ha habido jamás en mi

más importante que mi deseo de ser tuya

que mi necesidad de tenerte junto a mi hombro

nada como saberte enamorado y dispuesto

nada como conocer tu piel y explorarla

no habrá nunca disciplina más consentida

nunca esfuerzo mejor administrado

para ello

compondré mi cuerpo para el enlace

sosegaré mi impertinente impaciencia

para ello

seguiré en el cortejo perpetuo de tu alma

alimentaré de pacificadora alegría tu pecho

para ello

sostendré la espera con más versos

identificaré cada uno de tus besos para no perderlos

y lo más importante

te cuidaré con la insólita audacia del partisano

con el inmediato rigor de las madres

sí, de las madres, hablo de protección

con una dedicación adornada de celo

decorada con requiebros esculpidos en piedra

te cuidaré con la sinceridad necesaria

con un afecto profundo de vértice

de vértice pendiente de tu corazón

con una diligente prudencia enardecida

dibujada en las líneas de mis manos

te diré cada día de nuestras vidas que te amo que nadie merecerá más que tu que te diga cada día de nuestras vidas que te amo que nada será más digno que tú para escuchar cada día de nuestras vidas te amo que me arrancaré los pulmones para dejar de respirar si olvido un solo día de nuestras vidas decirte que te amo

te amo

Versos de fuego que logró memorizar, que le provocaron la única sensación que habría de tener en su vida de sentirse amado, de ser para alguien lo más sagrado. Versos de fuego que desaparecieron en medio de una tormenta hace ya tanto tiempo.

El partido se desliza hacia su desenlace final, y al Real Madrid se le van acabando las balas que ha ido dejando en la recámara cuando va a saltar al terreno de juego, en sustitución del veterano Lu, nada más y nada menos que el héroe del Camp Nou. El héroe para la afición madridista, evidentemente, pues en el estadio blaugrana no creemos que le muestren ese tipo de estima. Lope pisa ya el césped de Mestalla ante la mirada asustada de algunos de los componentes del equipo de Suances. Y ya toca por vez primera la pelota, que devuelve a Alvero.

Vaya, ahora sí que se nos viene todo encima, han sacado a Lope. ¿Lope? Sí, ¿no sabes quién es? Marchando cinco cervezas. ¿Quién ha pedido escabeche? ¿Escabeche de qué? Salgo un momento a echar un pito. Si pasa algo dadme un toque que entro enseguida. Pues Lope es… No te oigo. Acércate que te voy a decir quién es Lope. No. déjalo, que voy a picar algo de aquel plato. Juanín, Amós, Salas, vamos, vamos que ya no queda nada, que la Copa es vuestra. Buffff.

Drazic juega con Lope, que le devuelve el balón al croata. Alfonso, ¿crees que tiene ya toda la artillería el Madrid dispuesta sobre el césped? A mi me parece que no puede hacer ya nada más de lo que ha hecho su entrenador, que por otra parte me consta que es un excelente ajedrecista y le gusta usar estrategias muy de ese tipo. ¿Romualdo, qué opinas? Ahora mismo no puedo deciros nada porque reconozco que la emoción no me deja casi ni articular palabra, ¿qué preguntabas?

Eh, parece que viene más gente. Sí. Un poco tarde, pero llegan. Ahora a ver si no voy a tener cerveza en los barriles. Buenas noches nos dé Dios. Y tan buenas, que venimos a tomarnos las penúltimas viendo al San Martín campeón. San Martín, San Martín, te venimos a cantar una canción marinera…

La manta vuelve a estar sobre las piernas de Gadafi, más por rito que por desempeñar la función que la vio nacer. Pero él no parece ya tener la mirada en un lugar definido pues lo que hace su vista es recorrer la habitación sin casi escuchar el ruido que emite su receptor de televisión, donde ahora se ve nítidamente al árbitro señalar un penalty, y el antiguo jugador cántabro fija ya sí su atención en la pantalla. Se levanta, la manta cae, él mismo se desploma y el televisor continua resplandeciente vibrando, sumido en una actividad que carece por completo de utilidad porque nadie le atiende. Pero él sigue, y Gadafi yace en el suelo, sin poder asistir al lanzamiento del penal con que está siendo castigado su equipo.

Máxima expectación en el estadio y en todos sus hogares, damas y caballeros. Lope se dispone a disparar el penalty que acaba de pitar Somadevilla Estébanez, cometido sobre el recién incorporado jugador del Real Madrid Club de Fútbol.

No quiero mirar. Era mucho. Ya teníamos la final en el bote, jolines… No. Sí. Os lo dije, ¿os lo dije o no os lo dije? Yo tampoco quiero mirar. ¿Qué tal tira el Lope ese los penalties? Al final me vas a quemar con el cigarrito. No te voy a quemar, no tengas cuidado. Pues este año los ha metido todos. Joder con la enciclopedia. Sí, sí tengo cuidado, mira… Eso no te lo he hecho yo. Schiiissst. ¿Cómo que nos callemos? A ver si ahora se viene a ver el fútbol al bar y hay que estar sin hablar. Es que me pongo muy nervioso. No quiero mirar. Pues no mires.

3 comentarios

Archivado bajo Poesía, relatos y otras hierbas

Elegía a mi cuñado Niki (por Ana Davies Rodríguez)

Niki 2

Yo conocí a Niki, como a su hermana, en el tiempo lejano en que teníamos doce años; cuando era el niño que jugaba en la calle de las escaleras. Cuando los veranos eran muy largos, porque no los matábamos con ordenadores y maquinitas.

Niki vivió una juventud magnífica, como lo son todas, con sus reuniones y sus amigos inolvidables del barrio de Argüelles, con sus querencias comunistas, que mantuvo a lo largo de toda su vida.

Y luego, durante muchos años, se hizo sombra, porque su enfermedad y los estragos que le causaron, lo convirtieron en un ser extraño e invisible para los ojos comunes.

Pero a veces sucede así. Que los ángeles se esconden en personas como él, para pasar desapercibidos, y que sólo los inocentes los reconozcan: Los niños, las personas de buena fe, los intocados por la maldad…

Personas así fueron las que encontró en la última etapa, última y feliz de su vida. El tiempo que pasó en la residencia, rodeado de calidez y calidad humanas.

Niki vivió mucho tiempo, contra todo pronóstico, y además, se empecinó en vivir. Dice su hermana que a solo unas horas de su muerte, dijo: “Quiero ponerme de pie”.

Su empeño era tan grande que parecía que iba a vivir siempre, con esa media vida que le había tocado en suerte, y de la que hacía uso con una fortaleza y una determinación heroicas.

De algún modo, todos pasamos por este mundo para aprender y para enseñar algo a los otros. De él, de Nicolás Fernández Cuevas, podemos aprender su voluntad de seguir adelante, su sentido de la independencia, cuando ya estaba claro que no podía sino depender de los demás, y su corazón joven, sin malear, detenido en el tiempo.

Como en aquel cuento de García Márquez, Niki tuvo que esperar mucho tiempo para que le volvieran a crecer las alas estropeadas, y alzar el vuelo, dejándonos, aquí, con esta sensación de abandono…

Nota del editor: en la foto Niki con sus amigos de los bajos de Argüelles (el Gatuperio era su local de preferencia). En la foto es quien está en primer plano en el centro.

1 comentario

Archivado bajo Poesía, relatos y otras hierbas

La pintada!!!

El Fary Vive

1 comentario

mayo 23, 2014 · 16:00

En el último trago

El último trago

Asier Aranegui, enólogo de profesión, se encontraba en una encrucijada vital. Sentado en la terraza de una de las cantinas de la Plaza Garibaldi, en México DF, se enfrentaba a la más sencilla de las decisiones que debía tomar ese día: tequila o vino. Pendientes quedaban las más trascendentales, relacionadas con su bodega y el futuro con su pareja.

“Donde fueres, haz lo que vieres” pensó Asier.

-Tequila por favor.

-Ahorita mismo se lo traigo señor.

Le sirvieron el primer trago y dejaron la botella en la mesa. Inmediatamente supo que se había equivocado. Por deformación profesional no había tenido el valor de pedir un tinto. Reflexionó, visto lo visto, sobre si tendría el arrojo necesario para afrontar las dos situaciones que le atormentaban.

Provenía de una dinastía de bodegueros y pertenecía a las nuevas generaciones que habían estudiado. Completó su formación en Burdeos tras conseguir su grado en Enología por la Universidad de La Rioja. Su anhelo era modernizar el negocio familiar. Dejar huella con un “vino de autor”, personalizado no solo a su gusto, también al que marcaban las nuevas tendencias.

La familia se opuso a sus planes. Pero le autorizaron a montar su propio negocio, alejado de los viñedos propios. A cambio de una pequeña ayuda económica su padre y su tía tomaron participaciones en el proyecto. Sin esa aportación no podría haber comenzado. Aunque el dinero no era suficiente sí le proveyó del ánimo necesario para lanzarse a la aventura.

Buscando zonas donde establecerse conoció a Rosalía. Sus padres regentaban el hostal donde se encontraba la casa de comidas en la que había parado a almorzar. También tenían una gasolinera en las afueras del pueblo. Enseguida congeniaron.

-¿Qué le trae por aquí señor…?

-Aranegui, pero llámame Asier por favor. Ando buscando terrenos para montar mi propio negocio?

-¿Y qué negocio es ese Asier?

-Soy enólogo y quiero producir mi propio vino señorita…

-Rosalía

Vino Rosalía, me gusta como suena.

En esas estaban cuando el padre de Rosalía, atento a la conversación, interrumpió con unos chupitos de orujo.

 -Son caseros, de elaboración propia. ¿Puedo sentarme?

-Por supuesto, está usted en su casa.

-Muchas gracias. No he podido evitar escuchar que anda buscando tierras. No muy lejos de aquí hay una área vinícola estupenda.

-Sí, precisamente hacia ahí me dirijo. Me interesan mucho las variedades de uvas que trabajan.

-Conozco gente en algunos pueblos que poseen terrenos que podrían estar interesados en vender.

Rosalía visiblemente molesta les dejó a solas y fue a la cocina, donde le contó a su madre sobre el apuesto joven que acababa de conocer. Su madre vislumbró que su marido había interrumpido a consciencia y pasó al ataque.

-Seguro que al señor le vendría bien tener compañía en su búsqueda. Alguien que conozca los caminos y a los lugareños. Como desafortunadamente por aquí, en el hostal, no hay mucho trabajo igual tu y Rosalía podríais acompañarle. Salís por la mañana, volvéis a la noche y el señor se aloja aquí. 

A Asier le pareció una idea sensacional. Al marido le pilló de sorpresa pero ante la posibilidad de tener un huésped tuvo que acceder, no sin antes sugerir, con la boca pequeña, que su hija se quedase haciendo compañía a madre.

Así fue como surgió el amor entre ellos, y quien se convertiría en su suegro le ayudó a establecer su propio negocio.

Asier Aranegui apuraba la botella de tequila rodeado de mariachis. Estos entonaban las canciones clásicas del gran José Alfredo Jiménez, mientras él sopesaba las decisiones a tomar.

Su vino Rosalía –tinto y blanco- había tenido muy buena acogida. Se apoyó en la distribución del negocio familiar. Necesitaba dar un salto adelante. El futuro pasaba invariablemente por la expansión internacional. Se fijó tres objetivos: Europa, Japón y América del Norte. Estaba en México, procedente de California.

Esa misma mañana, desayunando en su hotel, había conocido a un cubano estadounidense de Miami. Era uno de los principales distribuidores norteamericanos. Pensó que su suerte estaba echada: conocía a personas que serían importantes en su vida de forma casual y en establecimientos hosteleros.

Pero algo le inquietaba de Camilo Cifuentes, que así se llamaba el miamense. Algunos de sus comentarios sonaban a amenazas veladas. Se confirmaron cuando, tras concertar una cita formal para esa misma tarde, le soltó a modo de despedida que con él o contra él. Durante la reunión fue más allá.

-Mire Don Asier, con todo el respeto, solo yo le puedo garantizar el éxito de su operación. Somos los mejores distribuyendo productos de calidad. También económicos. Lo digo por ampliar el acuerdo a la producción familiar. En volumen la bodega de su ilustre familia tendrá mejor cabida. Y estará presente en los escaparates de las principales licorerías del país. Será el gancho para introducir su marca, de calidad superior no lo dudo, pero de precio más elevado. Necesitamos estimular al cliente con ofertas mas asequibles para que adquieran su Rosalía. Y lo recomienden.

La reunión transcurría por estos derroteros hasta que Cifuentes se envalentonó y abiertamente le amenazó con hacerle la vida imposible si no pactaban. El futuro americano de su vino se tornaba incierto y al capo solo le interesaban los caldos de su familia, sobre los que no tenía ninguna autoridad.

-No tengo ningún poder para tomar una decisión sobre algo que no sea mi propio negocio.

-Vamos Don Asier, usted es un Aranegui, hijo y sobrino de los dueños. Socios además de su empresa. ¿No le interesa el futuro de su hijo o hija? ¿Será niño o niña?

-¿Cómo sabe usted que mi mujer está embarazada?

-Sé muchas cosas Don Asier. Soy un hombre de negocios, necesito estar bien informado, controlar el mercado, a los competidores, estar al día. También sé que no será su primer hijo.

Asier Aranegui palideció. Su secreto mejor guardado corría peligro de ser desvelado. Su romance con Carmen, una gaditana residente en Madrid, trajo al mundo a un pequeño Asier. En unas semanas cumpliría su primer año. Le llamaron Asier a pesar de la oposición de la madre. Carmen accedió ante su insistencia. Tanto él como su esposa Rosalía ya habían desistido en sus intentos de tener descendencia después de media docena de embarazos frustrados. Ahora repentinamente a la séptima iba la vencida. Por primera vez se pasaba de los tres meses de gestación. No sabía como afrontar esta situación. Como encarar su doble paternidad. La reunión con Camilo Cifuentes tampoco ayudó. Estaba alarmado, todo podía desmoronarse a su alrededor.

Cuando apuraba el último trago y se disponía a pedir más tequila le entró un mensaje en el móvil: “Hola amor. Es niño. Quiero que se llame como tu. Espero que te parezca bien. Te quiero mucho. Soy muy feliz. R”

Era el segundo gran susto del día, pero no sería el último. De repente una bronca entre quienes jugaban una partida de naipes, en la mesa de al lado, degeneró en un tiroteo. Una bala perdida encontró su sien.

3 comentarios

Archivado bajo Poesía, relatos y otras hierbas

Puro Montecristo (por Ana Davies Rodríguez)

lector tabaquería

Si a un chocolate le añades unas hebras de azafrán se tiñe del color de la arcilla roja.

Así era la piel de Natividad González, la negra octogenaria del municipio de Guayabo, en Pinar del Río, que nos recibió en su casa hace ahora tres años.

La mata de mango bizcochuelo, aunque endémica de Santiago de Cuba, vive a la puerta de su casa. Ahora debe estar cargándose de frutos, arropando la madera de las paredes y el  tejado de hojalata. Sombreando a través de la ventana, la pequeña sala ocupada ya quizá, por alguien que no es ella.

Nati nos acogió con la calidez también endémica de su tierra. Era la torcedora de tabaco más antigua  de la región de Vuelta Abajo.

 -Al menos que yo sepa. Porque ya todas las que trabajaron conmigo, se fueron del aire. Yo aún quedo. No sé por cuánto tiempo.

La casa de Nati tiene un pequeño cuarto de dormir y una sala. Se mezclan, desordenados, comida, cacharros de cocina, ropa vieja y muebles parcheados, aunque de buena madera. La “comadrita” donde se mece Nati hace juego con las dos butacas en las que nos sentamos Jorge y yo.

 –No, fotos no. De eso no hablaron ustedes.

Jorge es joven. Este es su primer trabajo como fotógrafo para la revista. Ha puesto esa cara que ponen los jóvenes cuando suponen que conocen alguna respuesta. Me habla entre dientes, bajito.

Creerá que le robamos el espíritu

Nati coloca sus manos, (huesos cubiertos de una piel de elefante viejo) sobre las piernas.

Ver, no veo muy bien. Andar, apenas doy unos pocos pasos. Pero con ayuda, puedo llegarme hasta el Policlínico. Soy una vieja imperfecta, pero aún no me quitaron ni la buena memoria, ni el buen oído.

Jorge se remueve en su butaca y se engancha la tela del pantalón en un saliente de la madera. Cuando va a responder, aún no sabe qué, Nati continúa.

Yo no soy una negra boba. El espíritu nadie te lo puede robar, lo más, te lo machucan, pero yo no voy a salir en ninguna fotografía sin estar peinada y arreglada. Y ustedes no me dieron tiempo.

Está bien, doña Natividad- le digo– podemos volver dentro de dos o tres días. Cuando usted nos diga, para hacerle las fotos. Hoy nada más hablaremos. ¿De acuerdo?

– Está bien, mi hijo. Pero ese “Doña Natividadno me gusta. A mí, desde que tengo oídos, todo el mundo me dice Nati.

Conecto la grabadora. Ella detiene por un momento el vaivén de la “comadrita”

Aquí registraré toda la información para el artículo que le dedicaremos en la revista. Puede decir lo que quiera, Nati.

La cuestión no es lo que yo quiera decir, sino lo que ustedes quieran saber.

Todo.- se adelanta Jorge.

-Su vida, su trabajo-explico yo– los cambios que hubo…

Eso es mucho hablar. Y se me va a secar la boca. Aquí, en Cuba, se habla mejor con un traguito de aguardiente. O de lo que haya…

Señala la vitrina de cristal donde se agolpan vasos desparejados y figuritas de porcelana, sobre un hule de flores malvas y amarillas que cubre sus estantes.

Coja la botella, hágame el favor –le dice a Jorge– y tres vasos. Porque no está por venir nadie más ¿No?

Él abre la puerta atascada de la vitrina y encuentra una botella de vidrio verde. Escoge tres vasos de distintos tamaños, con marcas publicitarias variadas: Habana Club, Hatuey, Saoco…Y Nati, con un gesto, ordena que los coloque en la pequeña mesa que rodea la lámpara de pie. A su alcance. Sirve, a partes iguales, y nos ofrece los vasos. Jorge se acerca el aguardiente a la boca y da un pequeño respingo. Pestañea con rapidez. Yo mantengo el tipo como puedo…

Nati lo paladea, mientras recorre con la mano, su muslo flaco.

Yo tenía 14 años cuando empecé a trabajar. Eran otros tiempos. Los pobres y los negros, que eran más o menos lo mismo, teníamos que hacerlo así. No íbamos a la escuela. Eso vino después.

Por aquel entonces, las mujeres sólo podían ser despalilladoras o anilladoras, pero la elaboración de verdad del tabaco, era cosa de hombres. Ahora, si ustedes se llegan a cualquier fábrica verán, sobre todo, mujeres. Algunas, hasta dirigen esas fábricas… Y esto ha sido porque nos enseñaron a mirar más allá de las hojas del tabaco. No sé si me explico…

Algunos piensan que eso empezó cuando la colonia, cuando Cuba era de ustedes. Y… bueno, a decir verdad, puede ser que todo empezara por ahí, por esas lecturas que  se hacían para entretener a los obreros…Yo creo que los dueños de las fábricas estaban claros: El tiempo que los obreros habían dedicado siempre al chisme y al brete, lo empleaban  en escuchar lo que se leía. Eso hizo que los tabacos se hicieran mejor, con más cuidado…pero también, esas mismas lecturas fueron las que les enseñaron que había algo más que tabaco… Es verdad que al principio, aquellas historias hastiaban hasta las piedras. Hablaban de España, de sus reyes, de sus hijos, y de todo lo que conseguían en el mundo.

Pero….la letra es la letra, y aunque sea fea, entra. Muchos hombres empezaron a pedir otro tipo de lecturas, Se organizaron para exigirlo. Los patrones no eran todos iguales. Algunos tenían ideas que no casaban con las de los otros. Les hablo de mucho tiempo atrás, yo todavía no había nacido…

Eso está muy bien, Nati, pero nos gustaría que nos contara más de su experiencia personal,  de su vida…

¿Mi vida?

Si. Nuestro reportaje hablará de gente de su edad, que ha sufrido cambios sociales, políticos…Gente que ahora-… rodeo con la vista el cuarto y me encojo de hombros.

Ya…ya sé… mi vida. Déjeme decirle algo. Mi vida tuvo un antes y un después.

– ¿Por la revolución?

Bueno, por algo que ella me trajo. Gracias  a la revolución llegué a ser torcedora, y eso me cambió.

¿Por qué? ¿Era un trabajo mejor pagado? ¿más cómodo?

No sé qué decirle. Yo era joven, y el trabajo duro no me asustaba. El dinero, siempre es bueno. Un poco más es mejor que un poco menos. Pero no. No fue eso. Fue que gracias a que yo comenzaba en el oficio de torcedora, pude escuchar de la boca del negro Jesús Leal, la historia del Conde de Montecristo. Y eso fue el principio de algo que se me metió dentro y que todavía no me ha abandonado ¿Ustedes  conocen esa historia?

Si. Claro- Decimos los dos al unísono.

Esa es la historia más bella que hay. Además, Leal era un artista. Sabía fingir la voz de mujer, imitar el sonido de una puerta al cerrarse, o el de un aguacero… A cada capítulo que él leía se le premiaba con el sonido de las hojas de las chavetas, golpeando las mesas. Ah, disculpen, ustedes no conocen…Cuando una lectura no gustaba, o el lector no lo hacía bien, los obreros golpeábamos con el canto de los cuchillos. Si gustaba, se hacía con la hoja… Aquel negro, como les digo, se ganó más golpes de hoja que ningún otro.

Nati ha cerrado los ojos. Por la ventana se cuela un sonido de muchachos que ya salieron de la escuela. Rodean la casa espiando a los intrusos que pintan la novedad en su rutina. Son ruidosos y llevan el uniforme granate de la escuela elemental.

La envidia y la maldad humanas que creo yo, han existido en todas las épocas, encerró a aquel pobre hombre, Edmundo Dantés en una prisión de la que parece que no se  podía escapar. Pero él lo hizo. No se rindió nunca, y aunque castigó a los que le habían traicionado, haciendo justicia, también, al final encontró el perdón y el olvido. Todos deberíamos aprender de él. ¿no les parece?… Pero no saben lo mejor: Yo no conocí el verdadero final de esa historia hasta varios años después. Porque en la lectura del Conde de Montecristo ocurrió algo que se ha hecho su lugar en el recuerdo de varias generaciones…

Aquella mañana, Leal llevaba un pullover blanco. Lo veo como si lo tuviera delante   con los espejuelos que usaba, sobre la punta de la nariz. Siempre los llevaba así. Con el tiempo supimos que no los necesitaba, pero le gustaba el aire de hombre con estudios que le daban…

Las aventuras de Dantés estaban de lo más interesante. Había confesado  ya a  su antigua novia quién era él, en verdad. De repente se hizo un silencio. Leal agarró el vaso de agua y se demoró en el trago. Las lecturas eran largas, y estos momentos de descanso eran habituales. Pero yo alcé la vista justo en el momento en que aquel negro había llegado al final de las hojas y había virado para atrás. Las páginas finales, un buen montón, faltaban, y el pobre hombre se tomó su rato apurando el agua mientras decidía qué hacer. … Hizo lo único que podía hacer: Inventar a partir de ahí ,como Dios le dio a entender.

Si alguno se dio cuenta no  lo sé, porque Leal siguió la historia a su manera:    La mujer, al enterarse de que su antiguo amor había vuelto para encontrarla casada con otro enloqueció, y en un arrebato repentino se lo echó, sin saber lo que hacía. Si…: Asesinó a Edmundo Dantés. No sé cómo a Leal se le ocurrió aquel disparate. Nosotros queríamos que las historias acabaran bonito. Finales amargos ya hay muchos en la vida… Pero  el hombre quería acabar cuanto antes y salió por ahí.

Ésta fue la única vez que a Leal le sonaron los filos de las chavetas. No era por él, sino por aquel escritor que no sabía hacer finales felices. Se oyeron palabras fuertes, que yo no voy a repetir aquí… Había tal descontento entre los obreros que él no tuvo más remedio que rectificar. Dijo que se habían quedado las dos últimas páginas pegadas, y para no contradecir ya lo que él mismo había inventado, resucitó a Dantés de entre los muertos. Así, tal cual. Describió tan bien cómo su alma se rebelaba contra el infortunio de la muerte, que nos pareció más bello que todo lo anterior que habíamos escuchado. Dantés estaba vivo otra vez por un milagro y renunciaba a todo deseo de venganza. No anduvo tan descaminado Leal. La fábula resultó la misma. Al acabar se oyó como una gran tormenta, o como un galopar de caballos: Los primeros cuchillos golpearon las mesas con sus hojas planas, suave, pero luego se les unieron los otros y se hicieron cada vez más fuertes. Al final, temblaron las paredes de la barraca.

El negro Leal se secó el sudor con un pañuelo que sacó del bolsillo del pantalón y se ajustó los espejuelos, que eran de graduación y debían molestarle la vista. Se escondió tras ellos. Yo creo que fue en ese momento cuando yo me di cuenta de que era un sato mentiroso.

Me he dejado arrastrar de tal modo por la historia de Nati que me parece estar viendo a Jesús Leal remendando el final de esa novela eterna. La que estudié en el colegio, a saltos. Nunca reconocí ante nadie que no llegué a leerla. No  me hubiera costado cogerla de cualquier biblioteca. Pero nunca lo hice. Con el rabillo del ojo miro a Jorge. Me gustaría leer su pensamiento. Sé la incomodidad que le produce tener que estudiar a una persona, por sus palabras y no a través del ojo fijo de su cámara. Pero parece interesado.

Yo traía unas directrices distintas para esta entrevista. Preguntas sobre la situación actual, el deterioro de las instituciones y la incapacidad del Estado para hacer frente a las necesidades mínimas de la población. Todas se agolpan en mi libreta, que ni siquiera he extraído del bolsillo. Temo que se rompa el hilo que teje los recuerdos de Nati, llenos siempre, como en casi todas las personas de su edad, de una lealtad incuestionable a la revolución. Pero en algún momento tendremos que aterrizar en este presente durísimo,  que ni el propio Jesús Leal podría  convertir en feliz

– Así que el conde de Montecristo  fue su gran maestro.

– No, los maestros fueron otros. Muchachos, casi niños, que llegaban con su manta y su lámpara de luz brillante. Muchos obreros tenían pena de dejarse enseñar por ellos. Yo no. Aprendí a leer de corrido en poco tiempo, y el primer libro que consulté en la biblioteca pública fue El Conde de Montecristo, para conocer la verdad de aquel hombre, si se murió o no. Si cortó cabezas o encontró la paz. Yo creo que hizo un poco de todo. ¿No es verdad?

Aquellos fueron buenos años para Cuba, ¿No, Nati?

Oh, sí… Parecía que podíamos con todo. A lo mejor era verdad.

¿Cuánto cobra de salario de jubilación, Nati?-

Ha sido un ligero parpadeo en sus ojos que me indica que se ha roto el puente que espontáneamente nos había tendido. Me maldigo por mi impaciencia. Ha cogido su vaso que aún conserva unas gotas de aguardiente y se lo  ha llevado a los labios. Se demora tanto en acabar que no puedo dejar de pensar que como Leal, sabe que hemos llegado al final y nos faltan algunas páginas.

Bueno… unos 230 pesos

¿Y eso es suficiente?

Uno siempre resuelve. Esto es Cuba. Siempre se resuelve…Nati cambia de posición, se ajusta el pelo tras las orejas, pasa las manos una y otra vez por los brazos de su mecedora… Óiganme  ¿no dijeron de volver otro día a  retratarme?

¿Está cansada?

Ya tú ves, mi hijo, los años no perdonan…Pero a mí me gusta mucho conversar… Si ustedes quieren, continuamos mañana … o pasado mañana…

Nati se levanta de la comadrita, y hurga entre las páginas de un periódico Granma pasado de fecha. Extrae de él un papel blanco arrugado. Aparta el envoltorio y nos muestra una caja de madera alargada.

¿Ustedes son fumadores de tabaco?

Más bien, no. –Dice Jorge.

Yo trato, por educación, de contrarrestar su indiferencia

Pero esto es… Montecristo número 2…  ¿Puedo?

 Nati asiente complacida. Abro la pequeña caja y acaricio un habano largo, con envoltura suave. Acerco la nariz y me viene a la memoria las cenas de Navidad o Año Nuevo de mi niñez, cuando mi padre y  mi abuelo se permitían disfrutar del único puro que fumaban en el año. Eran más pequeños que éste. Venían en cajas de madera que yo luego aprovechaba para coleccionar lo que nosotros llamábamos vitolas. Mi prima Valen me las robaba para colocárselas en los dedos, como anillos.

Nati parece haber seguido el hilo de mis recuerdos.

Está bien. Si no son fumadores, alguien en su familia fumará un buen tabaco.

No hay uno igual a éste. Ninguno que tenga un capote como éste. Eso es lo más importante en la calidad de un tabaco, y luego, vean, la capa que tiene. Es  perfecta. Este mismo, no les exagero, en la “choping” cuesta más de 200 dólar. Todavía tengo amigos en la fábrica. Ya se lo dije.  Aquí en Cuba, siempre se resuelve.

Jorge insiste en que él no fuma, en que no conoce a nadie que fume puros, y que además, no lleva dinero encima.

Me siento avergonzado de Jorge y su falta de sensibilidad. Echo mano al bolsillo del pantalón.

A mi padre le gustan mucho los puros, al menos le gustaban. Pensaba comprarle uno de éstos en el hotel.

Jorge me mira con las cejas arrugadas. Es el colmo de la falta de tacto.

Prefiero decirle que le compré un puro a la torcedora más antigua de Pinar del Río. Es un valor añadido. ¿Cuánto cuesta entonces, 200?

Bueno, cuesta más… pero no importa. Así está bien…200 fulas…

Reímos, y pongo en la mano de Nati 200 dólares convertibles.

Ahora solo falta que fijemos la charla del próximo día. Nos falta mucho por hablar, Nati… Y tenemos que hacer todas las fotos que hoy no hemos hecho.

Jorge asiente una y otra vez con la cabeza.

Ustedes no me van a conocer, peinada y arreglada. Miren, yo mejor les voy a dar un número de teléfono. Es de la casa de Caridad. Vive a  una cuadra de aquí. Ella es la que me peina siempre y me atiende en lo que puede. Les dirá cual es el mejor momento para que ustedes se dejen caer por acá.

Arranca una porción de papel de la esquina del Granma y pide un lapicero. Jorge se adelanta y  ofrece a Nati un “Bic” de cristal de tinta negra.

Ella apunta un número de teléfono de cinco cifras 

Cuando sorteamos el tronco del árbol con sus frutos a punto, Nati me llama desde la puerta. Lleva en las manos un libro delgado, casi un folleto de pastas grises y hojas de color amarillo, como la piel del mango

– Acépteme esto. No es una historia grande, como El Conde de Montecristo, – ríe y se asoman los huecos de sus dientes- pero cuando lo lea, seguro que me comprenderá mejor.

Nati nos despide, agitando la mano. Cuando nos separan ocho, diez metros, Jorge se vuelve y dispara una foto. En contra de lo que yo esperaba, ella ha sonreído. Me cabreo con Jorge. Días después  le agradeceré que haya obtenido la única foto con la que contamos para el reportaje  de Natividad González.

Por mucho que al día siguiente insistimos en el teléfono que Nati nos facilitó, no pudimos comunicar con la tal Caridad ni con nadie que se le pareciera. Viajamos de nuevo, a los pocos días a Guayabo, pero la puerta y las ventanas de la casa de Natividad estaban cerradas.  Preguntamos a los vecinos. Nadie sabía a ciencia cierta dónde podía estar.

Ella tiene un hijo en Santiago, seguro que se fue para allá.

La mata de mango se erguía, liberada de su peso… El olor de la fruta aún estaba en el aire.

Los últimos días en La Habana precipitaron el tiempo de nuestro viaje de vuelta. No tuvimos tiempo de callejear ni buscar pequeños recuerdos para traernos. Me alegré al menos, de contar con un pequeño tesoro para obsequiar a mi padre.

Cuando lo extrajo de su caja, emocionado, lo olió. Hizo un gesto muy sutil que me hizo imaginar lo que vendría después. Lo encendió con parsimonia, como había hecho siempre.

¿Y cuánto dices que has pagado por esto?

Cogió con las uñas una  pequeña astilla que sobresalía por la punta encendida. Nos miramos y nos echamos a reír.

Mi padre abandonó el falso Montecristo en el cenicero, para que se extinguiera junto al  aire viciado de Madrid, que se hacía fuerte en el calor de las casas.

A los tres meses se publicó mi artículo sobre la torcedora más antigua de la fábrica Francisco Donatién, de Pinar del Río. Nati era portada de la revista.

Recordé que  aún no me había enfrentado al pequeño libro que me regaló. Y me obligué a ello. El papel de mala calidad y sus caracteres imperfectos guardaban historias de Onelio Jorge Cardoso, el cuentero mayor de Cuba.

Abrí el  libro y me encontré con el primero de sus relatos : Caballo de coral. Aspiré el olor mohoso de sus páginas y me sumergí en la lectura. Nati se asomaba entre las letras como la vi por última vez, sonriendo, apoyada en el marco de su puerta abierta, burlándose en secreto de los dos gallegos que no sabían distinguir un puro Montecristo de una burda imitación.

Montecristo puros

2 comentarios

Archivado bajo Poesía, relatos y otras hierbas