Ya queda menos para la edición de «Rock & Ríos & cia., 40 Años Después. La Celebración del Rock Español”, que recoge los dos conciertos celebrados en marzo del año pasado en el WiZink. La edición esta prevista para la primera semana de junio y constará de un libro, 2CD, DVD y triple vinilo.
Para este «Santa Lucía» (compuesta por Roque Narvaja) Miguel Ríos contó con Love of Lesbian (Santi Balmes y JuliánSaldarriaga). Y es el tercer clip de adelanto de lo que promete ser el bombazo discográfico del verano roquero patrio.
Ayer vivimos una noche mágica con Joan Manuel Serrat en Madrid. Fue en el WiZink durante el primero de sus tres conciertos de despedida en la capital. Las 12 mil almas que llenamos el recinto disfrutamos durante las casi dos horas y media que duró el recital. Los ojos acuosos y las sonrisas de felicidad eran el denominador común, al menos de la gente a nuestro alrededor. Adquirimos las entradas hace mucho, el primer día que se pusieron a la venta. Ni me acordaba de dónde nos sentaríamos. Eran en primera fila lateral, en pista y relativamente cerca del escenario. Es decir, se podía ver a mucha gente desde ahí.
El prestidigitador de emociones que es Serrat nos fue desgranando sus canciones inmortales, las clásicas de su repertorio que también lo son de la música popular española. Una lágrima por aquí, una sonrisa por allá. A 20 días de cumplir 79 años el maestro Serrat dio una lección de saber estar. Y también se emocionó.
Serrat siempre ha sido un mago en escena. Ahora, con la experiencia y sabiduría que dan los años, busca la eficacia de la sencillez. De la aparente sobriedad. Domina el escenario como pocos, acompañado de una excelente banda de músicos, pilotada por los veteranos Ricard Miralles al piano (colaborador y arreglista de Serrat, en dos etapas, desde 1968) y los teclados de Josep MasKiftlus(procedente de la escena barcelonesa pionera del rock & roll y posteriormente bastión de la música progresiva con Iceberg y Pegasus). El resto del grupo lo formaban José Miguel Pérez Sagaste al saxo, Vicente Climent Valero en la batería, el guitarrista David Palau González, Raimon Ferrer Isbert, al bajo y contrabajo y Úrsula Amargós Rubió (hija de otro grande, Joan Albert Amargós) que además de tocar el violín hizo coros y cantó con Serrat «Es caprichoso el azar» (la versión original se grabó con Noa).
De la sencillez y sobriedad que mencionaba anteriormente quisiera destacar el buen gusto de las proyecciones que ocupaban la pantalla central del escenario. Destaco tres momentos (no necesariamente por orden cronológico). Uno fue cuando apareció la imagen de Paco de Lucía. El público estalló (estallamos) en una ovación atronadora, parecida a la que recibieron algunas de las inmortales de Serrat como «Cantares» o «Fiesta«, que despidieron el concierto por todo lo alto (todos en pie cantando). Era el reconocimiento al genio y también a Serrat por su reconocimiento (según escribo esto me afloran las lágrimas como anoche). Los otros dos fueron en «Tablao flamenco» con la imágenes en blanco y negro de una bailaora (jugaban con el traje blanco sobre fondo negro y viceversa; me da la impresión que son de una película de Carlos Saura) y los murales de Banksy en «Para la libertad«, uno de los tres poemas de Miguel Hernández cantados anoche. Las fotos de La Mundana recogen dos instantes de ambos momentos.
La gira El vicio de cantar. 1965-2022, que así se llama esta tournée de despedida, llega a su fin tras recorrer América y España con las tres fechas de Madrid y las dos previstas en su ciudad natal, Barcelona. El broche a una trayectoria impecable que forma parte de nuestra educación sentimental y política. Asistir en 2022 a un concierto de Serrat es profundizar en nuestra memoria, en ese ADN que se ha ido formando a lo largo del tiempo en la vida de varias generaciones. Este es el poder de sus canciones y su grandeza como artista y creador. Generar emociones que se nos meten «en la entretela del alma». En medio de «No hago otra cosa que pensar en ti» Serrat, rejuvenecido con su floreada chaqueta beige, nos habló de lo que entiende por canción: «Es música que se habla y letra que se canta, y hace falta que esa pareja engendre emoción, emoción que se te mete en la entretela del alma». También recordó antes de «Los recuerdos» una frase de Gabo García Márquez: «La vida es lo que uno recuerda y cómo lo recuerda». Y todo esto es precisamente lo que Serrat nos provocó ayer: un viaje vital lleno de emociones. ¡Gracias maestro!
El viernes pasado llovía a mares, como si estuviéramos en Londres. Así que cogí el coche y me fui para la Biblioteca Eugenio Trías en El Retiro para la presentación de «Una apoteosis breve para un largo recuerdo«, el libro de Justo López Carreño sobre Vicente Paniagua. En el camino pensaba cómo haría Paniagua para simultanear la presentación con la locución del segundo partido del Real Madrid-Maccabi. Desconocía la hora del partido, aunque el lugar de la presentación y el WiZink están razonablemente cerca. Al arrancar el acto el biografiado explicó horarios y su desplazamiento a la Ciudad de la Imagen, desde donde transmiten/graban los partidos del Madrid de baloncesto. Eso suponía atravesar la ciudad de este a oeste y desplazarse a Pozuelo.
Al llegar a la sala los Vicentes, Paniagua y Ramos, me vieron y me señalaron que fuese para adelante. Literalmente me sentaron en la primera fila. Saludé a Cristóbal Rodríguez y a José Manuel Beirán, en segunda fila. Fernando Romay, apoyado contra una ventana en el lateral entre las dos primera filas, me recibió muy afectuosamente.
De izquierda a derecha: Jou (sobrino de Florentino Pérez), Pepu Hernández (el último en llegar), Santos Moraga (presidente de la Federación de Baloncesto de Madrid), un servidor y Vicente Ramos. Detrás entre Santos y yo asoma la cabeza de Beirán (a Crsitobal lo tapo por completo). Las notas encima de la mesa son las de Vicente Paniagua.
La gente del baloncesto son por lo general muy sana y de un excelente buen humor. Estar con ellos siempre es una gozada y un privilegio. Las anécdotas que relataron eran tronchantes. Y reflejaban el buen rollo del equipo de baloncesto del que formaron parte (y algunos también de la selección). Fueron una pandilla de jóvenes rebosantes de talento que disfrutaban con pasión de su deporte.
FInalizado el evento les reunimos para una foto colectiva. De las varias que disparé elijo esta en la que ya están todos.
De izquierda a derecha: Beirán, Ramos, Paniagua, Cristóbal, Francisco Amescua (hijo de quien fuera el delegado del equipo), Pepu Hernández, Romay y Llorente.
Mi fin de semana ha girado alrededor de las fiestas organizadas por Miguel Ríos para celebrar los 40 años de su «Rock & Ríos«. Y que han dado lugar a varias anécdotas con la familia Narea, mi amigo Carlos, su hijo Pablo (uno de los dos baterías de la banda, sustituyendo al llorado Sergio Castillo) y sus hermanas Paula y Cristina.
La primera de ellas aconteció en el concierto del viernes. La Mundana y un servidor ocupamos nuestros asientos en las sillas de pista de la fila 22, bien centrados. Me pareció ver, mientras miraba alrededor, que Paula Narea estaba sentada justo detrás mía. Dudé porque hacía tiempo que no la veía y estaba con la mascarilla puesta. Finalmente me atreví, me di la vuelta y pronuncié un tímido «¿Paula?». A su respuesta afirmativa me bajé la mascarilla y dije «Soy Adrian». Y la deseé un feliz siglo, por los muchos años transcurridos desde la última vez que nos vimos. A continuación hicimos justo todo lo que no se debe hacer: nos abrazamos con dos besos en las mejillas. Paula me presentó a una amiga que estaba sentada a su lado, detrás de La Mundana. No la reconocí con la mascarilla puesta. Se la bajó y voilà, era Jennifer Ces quien fuera Directora Artística de Sony y que ahora reside en Canadá. A lo largo de la noche Paula y yo comentamos varios aspectos del concierto. Y cuando Miguel Ríos desde el escenario excusó la ausencia de Salvador Domínguez, Paula me susurró «Mi suegra tiene 99 años y…». «Ya, me lo contó Miguel» fue mi rápida respuesta. Y me señaló que llegaban los dos temas de Salva («Banzai» y «Reina de la noche«). Entre unas cosas y otras de repente sentí un toque en el hombre. Me giré a mi izquierda y escuché «Adrian, soy Cristina». Era Cristina Narea, hermana de Carlos y Paula. No hubo «feliz siglo» porque antes de la pandemia solíamos coincidir en actos varios (siempre me gustó su voz). En esta ocasión hicimos lo correcto, a iniciativa de Cristina. Sus gestos de abrazo y besos fueron más que suficientes. Tras acabar el concierto verifiqué el orgullo de las tías con su sobrino Pablo. Y después de comprobar que regresábamos al día siguiente nos emplazamos para vernos en la recepción programada para después. La mañana del sábado navegando por la red me encontré en el muro de Jennifer este selfie con Paula. En el que mi calva adquiere un protagonismo especial. Al menos ante mis ojos. La vista trasera de la cabeza de La Mundana es totalmente opuesta a la mía.
El sábado después de comer fui a hinchar las ruedas de mi coche. La noche anterior, camino del WiZink, girando a la calle Fuente del Berro desde Hermosilla golpeé el bordillo con la rueda trasera. Al recoger el coche, terminado el concierto, la vi muy baja y temí haberla reventado. Así que el sábado me ahorré la siesta y fui a una gasolinera cercana para hinchar esa y las otras tres ruedas. Si la hinchaba no estaba pinchada. Volviendo a casa, subiendo por la calle Segovia, noté que un coche negro que bajaba por Segovia, y enfilaba en mi misma dirección. Noté la seguridad del conductor conocedor del camino. Giró detrás mío en mi calle (peatonal, salvo para el garaje). Pensé que íbamos al mismo lugar. Pero no, avanzó un metro para parar en un hueco al fondo de la calle. Al salir del garaje me pitaron desde el coche negro. Cuando el portón finalmente se abrió, me acerqué y era Carlos Narea. Lo primero fue que me preguntó «¿Eras tu el del coche blanco?». Me sorprendió verle en su antiguo barrio. Nos mudamos a la misma calle más o menos al mismo tiempo. Mi portal estaba al lado del suyo, separados por la entrada del garaje. Coincidimos el día de la mudanza de uno de nosotros. No recordamos de quién. Carlos me explicó que venía a recoger a su hijo Pablo, que por casualidades de la vida no solo estaba en el mismo edificio. Es que además era el mismo piso. El que Carlos y Raquel Díaz del dúo Maldeamores, la madre de Pablo, dejaron cuando la propietaria quiso venderlo. Y se mudaron a Sevilla. La pareja actual de Raquel, por casualidades de la vida, compró ese mismo piso a quien lo adquirió en su día. Y llegó la pandemia… Quise celebrar este encuentro fortuito, lleno de casualidades, con una foto. Carlos y yo no hemos salido bien parados. La salvan Pablo, con sus insultantes 18 años, y su madre. De izquierda a derecha: Pablo, Raquel, El Mundano y Carlos.
Miguel Ríos y sus aliados volvieron a hacerlo. Lo de Miguel, a sus espléndidos 77 años camino de los 78, entra dentro de lo sobrenatural. ¡Qué fuerza, qué derroche de energía! ¡Y la voz! Pleno de facultades cada vez canta mejor. Anoche repitió su excelente actuación del día anterior. Dos noches seguidas dándolo todo, empujado por su público, los aliados de la noche. Además de los otros aliados, los excelentes músicos que forman la banda de esta celebración de los 40 años del «Rock & Ríos» más los artistas invitados.
Los asistentes de ambas noches estuvimos entregados desde los primeros acordes. Los de ayer fuimos los mecenas, como nos definió Miguel desde el escenario. Porque agotamos las entradas del WiZink rápidamente, propiciando una segunda fecha (la del viernes). No se trata de establecer un concurso de fidelidad o de quiénes son más fans, mas los hechos son los hechos.
Comentaba después del concierto con Javier Vargas y Osvi Grecco (a quien hacía tanto tiempo que no veía que le deseé un feliz siglo), la excelente cosecha de guitarristas eléctricos del país. En el país de la guitarra ni más ni menos. Y lo acontecido con la española, clásica o flamenca sucede también con la eléctrica. Repasé de memoria una breve lista que incluía a los que han pasado por las bandas de Miguel Ríos, incluidos los de estos 40 años del «Rock & Ríos» que además de los fijos contaron con la presencia de dos fieras como el mencionado Vargas y Jorge Salán (excepcionales ambos las dos noches), Los Canarios, los de la música progresiva catalana, los tres de Loquillo (con mis queridos Igor Paskual y Josu García) o el gran Ray Gómez. Salvador Domínguez, el gran ausente (reemplazado por Salán), es otro nombre que además de sus proyectos ha militado en bandas de Miguel y en Canarios (aparte de Los Pekenikes). Antonio García de Diego miembro de la banda original del «Rock & Ríos» también estuvo en Canarios. Precisamente respecto a Antonio descubrí hace poco sus problemas con los dedos, algo tremendo para un guitarrista. Cuando me acerqué con Miguel a lo de Paco Gento me enteré del problema. El hijo mayor de la leyenda blanca le comentó a Miguel que lo de Antonio estaba camino de solucionarse. Anoche Antonio me contó el calvario que pasó. Afortunadamente superado. Todos los guitarras con los que hablé tras el concierto citaban a John Parsons. Y también alabamos la labor de José Nortes, apoyo fundamental de Miguel Ríos, cuya labor a la guitarra a veces se olvida. Al igual que Parsons siempre está ahí.
La gran diferencia entre ambos conciertos estuvo sobre el escenario y en parte fue técnica. Ayer músicos e invitados se escucharon mejor, algo que afecta especialmente a quienes cantan. Pero como me dijo Vargas cuando «pisas el escenario tienes que darlo todo incluso en las peores circunstancias. No valen las excusas». Esto Don Miguel lo sabe a la perfección y su entrega superó las dificultades del viernes. La otra gran diferencia fue que ayer estaban más rodados. Se notó mucho en algunos de los invitados que repitieron como Anni B Sweet o Rosendo. Ella no tiró del comodín del sonido y enarboló la bandera de la sinceridad: «No me había visto nunca frente a tanta gente. Estaba nerviosa y me olvidé del principio de la letra. Me quedé en blanco. Hoy ha sido distinto, los nervios quedaron superados». Rosendo por su parte volvió de su retiro de la música para participar en la fiesta de Miguel Ríos. El «Maneras de vivir» y su presencia entusiasmaron al respetable. Fue uno de los momentos cumbres de los conciertos. En el primero estuvo menos suelto que en el segundo. El primero fue «como un buen ensayo general» según me dijo Carlos Narea, a quien me encontré el sábado a primera hora de la tarde debajo de mi casa (venía a recoger a su hijo Pablo, uno de los dos bateristas, que está viviendo en el portal de al lado). Y recordamos que hace 40 años sucedió lo mismo. Los problemas del primer día quedaron superados el segundo. No puede haber más fidelidad cuatro décadas después.
Otras diferencias fueron en los invitados. Por ejemplo, Carlos Tarque estuvo el viernes pero no pudo ayer. La gran Rebeca Jiménez no pudo el primer día (tenía un bolo en Barcelona) y anoche nos cautivó, como siempre, en «Reina de la noche«. Eva Amaral también estuvo mejor el 12. Y se notó sobre el escenario cuando ella y Miguel se arrancaron a bailar durante «El río«, superadas las dificultades del 11. Se la notaba más suelta y disfrutando con el momento. Pasó lo mismo con Alejo Stivel, mejor ayer. En cambio su compañero Ariel Rot anoche tuvo problemas al principio porque no le sonaba la guitarra en el «Sábado a la noche» de Moris. Fueron apenas unos segundos.
Johnny Cifuentes de Burning también estuvo más cómodo ayer en su «Mueve tus caderas«. Lo mismo puede decirse de los Vetusta Morla, Pucho y Guille Galván, que lo bordaron en «Extraños en el Escaparate«. Y de los Topo en su emocionante «Mis amigos dónde estarán«. En cambio a mi parecer Mikel Izal estuvo mejor el viernes. Quien estuvo espléndida los dos día fue Lucía Ruibal.
La hija de Javier Ruibal, presente también los dos días, me impresionó. Suele suceder que cuando descubres algo por primera vez quedas deslumbrado por el impacto recibido. Lo difícil es que esas sensaciones iniciales se repitan una segunda vez. Pues con Lucía Ruibal me sucedió. Y así se lo dije, entregado a su arte. La fina estampa de la bailaora, su presencia, sus taconeados, sus movimientos de brazos y el juego final con el mantón volvieron a tocarme en lo más hondo.
Víctor Manuel, quien derrocha sabiduría y veteranía a raudales, estuvo enorme en los dos recitales. Su letra del «El blues del autobús» es todo un clásico de nuestra música popular.
Ovidi Tormo, cantante de los valencianos Los Zigarros, solo estuvo el sábado. Al igual que Javier Bardem.
Nuestro laureado actor voló desde Los Ángeles para el evento. Aterrizó el mismo sábado para arrancar el concierto con «Bienvenidos«. Un reto al que se sumó Lua, la hija de Miguel Ríos. La salida al escenario de Bardem actuando como el Miguel de hace 40 años fue recibida con una estruendosa ovación. La primera de las muchas que hubo a lo largo de la noche. Vicente Paniagua, mi aliado anoche, tomó esta instantánea desde nuestras localidades. Recoge el primer momento en que cantaron juntos.
Cantar con Miguel Ríos es un reto para cualquier cantante. Porque el maestro granadino es el mejor. Así que imaginen lo que debió de pasar Bardem, sobre todo en un himno como «Bienvenidos«. Salió airoso del trance en la opinión mayoritaria del respetable. La alegría de verle superó sus limitaciones. La foto de Juan Barbosa publicada en El País es el documento gráfico profesional del momento.
Asumo que se habrán percatado que toda esta ristra de elogios tienen un artífice, que no es otro que Miguel Ríos. Grande entre los grandes, su esfuerzo, sus ganas, han sido esenciales para poner en marcha esta fiesta del rock español, celebrando los 40 años del «Rock & Ríos«. Igual que hace cuatro décadas con los conciertos originales. Indudablemente hay un equipo detrás, a los que el propio Miguel agradeció, pero es él quien lidera la operación. Su público, nosotros, se lo hemos agradecido llevándolo en volandas dos noches seguidas. Agradeciéndole con pasíon la suya, la que despliega en todos sus emprendimientos. Hemos estado con él de principio a fin al igual que él con nosotros. Abriendo caminos.
Habrán podido comprobar que no he seguido el orden del repertorio interpretado. Me he dejado llevar por las emociones y los recuerdos. Esta parte emocional es el denominador común de ambos conciertos, tanto por parte de músicos como de público. Por esto mismo he dejado para el final el «Himno a la alegría«, cuyo mensaje es tan necesario desde hace siglos. En los dos conciertos encendimos el WiZink durante esta canción. Y representa una metáfora perfecta del paso del tiempo. Hace 40 años eran mecheros y ahora son móviles los que iluminan nuestras emociones.
P.D.: la foto del encabezado, de Ricardo Rubio de Europa Press, es del concierto del viernes 11 de marzo.
La celebración de los 40 años del «Rock & Ríos» de anoche en el Wizink fue apoteósica. Miguel Ríos convirtió el aniversario en la gran fiesta del rock español. Sobre el escenario juntó a varias generaciones de músicos, estrellas de nuestro rock. Y también se rindió homenaje a los desaparecidos en combate durante el «Mis amigos dónde estarán» de Topo, atención spoiler, con la participación de José Luis Jiménez y Lele Laina. Al ver en las pantallas la imagen del enorme Jesús de la Rosa eché en falta a Tele, el batería de Triana (en mi opinión Triana y Los Brincos son los mejores grupos españoles de la historia). Sucedió en la parte final del recital, en la que se rindió tributo a algunos himnos clásicos del rock nacional. Los que no pertenecen al repertorio de Miguel Ríos, ya repasados anteriormente como hace 40 años en los conciertos originales del «Rock & Ríos«.
Precisamente ayer al igual que entonces se arrancó con el «Bienvenidos«, uno de tantos himnos que son bandera del infinito pionero del rock & roll patrio. A las 22:00 puntualmente se apagaron las luces del recinto, se vieron las sombras de los músicos salir a escena y al poco (menos de dos minutos) sonaron los primeros acordes del inmortal tema compuesto por el propio Miguel (letra) y Tato Gómez (música). Tato, coproductor junto a Carlos Narea y Miguel de la grabación del «Rock & Ríos«, estuvo presente ayer al bajo, como miembro de la banda original de hace 40 años. Este inició nos incendió a todos. Por todos me refiero a los músicos -incluidos los artistas invitados-, y al público que llenaba el recinto (salvo algunos huecos en la zona de invitados de las sillas de pista). La comunión fue perfecta. Y dio lugar al denominador común de la noche: el buen rollo. Tanto en el escenario como en las gradas. Buen rollo que ha caracterizado, a lo largo de las décadas, la carrera del incombustible Miguel Ríos.
No quiero hacer spoilers (salvo el del principio) para no desvelar sorpresas a quienes asistan esta noche. Que era el primer y único concierto previsto. Mas al agotarse rápidamente las entradas se añadió una segunda fecha, la de anoche. Así que dejo para mañana la crónica del concierto, que será la de los dos.
Tras dos horas y 19 minutos de un concierto pleno de emociones a flor de piel se echó el cierre. Si nosotros, el público, estábamos exhaustos de disfrutar cantando, aplaudiendo, bailando, resulta fácil imaginar el estado de los músicos y del propio Miguel. Poco antes de la traca final a nuestro héroe, nuestro hermano mayor, se le encendieron las mejillas del esfuerzo. Y al final se le veía visiblemente emocionado y fatigado. Lo de este hombre, el sumo sacerdote del rock español como le ha definido Edu Galán, es sobrenatural. Supera todas las leyes físicas. Es un portento.
P.D.: la foto del encabezado es del Facebook de Edu Galán y la pésima de abajo es mía (recoge el momento en el que Miguel guitarra en mano cantó el «Himno a la alegría«, que estos días vuelve a tomar significado al igual que un par de temas de John Lennon). Al fondo se pueden distinguir las siluetas del gran coro que acompañó este tema y otro más.
Estamos a dos días de los conciertos que conmemoran los 40 años del «Rock & Ríos» (en el WiZink Center los días 11 y 12). Josemi Valle, autor del espléndido libro sobre el «Rock & Ríos» original recordaba en Efe Eme que los 40 años de los conciertos se cumplieron el pasado 5 y 6 de marzo y se celebraron en el desaparecido Pabellón de Deportes del Real Madrid.
Miguel Ríos tenía entonces 37 años y celebraba sus 20 años de carrera. Era un veterano y toda una leyenda viva de nuestra música popular. Cuatro décadas después su leyenda se ha agrandado.. Y va a más dada su reciente actividad (con el álbum «Un largo tiempo» y su correspondiente gira más estos dos conciertos que prometen ser otro hito).
A lo largo de las últimas semanas hemos ido conociendo la lista completa de artistas invitados para celebrar este 40 aniversario, el merchandising creado para la ocasión y un video de los ensayos (que tiene una pinta estupenda). Asistiré a los dos conciertos!!! El primer día con La Mundana y el segundo con Vicente Paniagua.
Esta semana se ha confirmado la lista de artistas invitados para los dos conciertos que celebrarán los 40 años del «Rock & Ríos«, en el WiZink Center de Madrid los días 11 y 12 de marzo. El propio Miguel Ríos y su manager, Manuel Notario, lo anunciaron en sus redes sociales, con la imagen que encabeza esta entrada. Como es de suponer algunos de los 18 estarán ambas noches y otros solo podrán participar en una de ellas (por cuestiones de agenda). En esta lista merece destacar la ausencia de Salvador Domínguez por causas ajenas a su voluntad. Son problemas de salud familiares que impiden su desplazamiento. Y no tiene fácil arreglo.
De la nota que Miguel Ríos publicó quisiera destacar ese párrafo:
«No soy partidario de la nostalgia, pero soy deudor de la memoria. Por eso no pretendo hacer una celebración mimética de algo irrepetible como fue el «Rock & Ríos» del 82. El agua no pasa dos veces por el mismo río».
Miguel Ríos ha convertido el concierto por los 40 años del «Rock & Ríos» en la gran fiesta del rock nacional.
Miguel Ríos me preguntó ayer, a raíz de la entrada en El Mundano sobre el fallecimiento de Don Paco Gento, si sabía algo sobre la capilla ardiente. Fue telepático porque me estaba preguntando lo mismo. Contesté que imaginaba que sería en el Bernabéu, al igual que con Don Alfredo di Stéfano. Y que me enteraría y le diriá. Contacté con Vicente Paniagua quien me respondió rápido. Efectivamente se instalaba en la zona del Palco de Honor del estadio.
Miguel y yo convenimos que sería mejor ir hoy, a última hora de la mañana. Así que le recogí en su casa y a las 12:00 estábamos aparcando, a escasos metros del recinto. De banda sonora el «From Elvis In Memphis«. Cuando Miguel subió al coche no pude evitar hacer el chiste fácil, jugando con el título de la canción que abre su último disco: uno de Memphis sonando y otro de Granada sentado a mi lado.
Nos pusimos a la cola, recordando historias futboleras. Miguel me estaba relatando la última vez que vio al gran Héctor Rial: fueron juntos a ver la final de CopaReal Madrid-Castilla. Justo entonces divisé a Ricardo Gallego que jugó ese partido con el filial, el año que debutó en el primer equipo. Y se lo señalé a Miguel. Llegamos enfrente del féretro y Emilio Butragueño nos divisó. Me hizo una señal preguntando si era Miguel Ríos (cerró el puño igual que si estuviese sujetando un micro). Asentí con la cabeza. Rápidamente se acercó una azafata y al instante el propio Butragueño para acompañarnos al digamos backstage.
Saludamos a la familia Gento Llorente y aprendí que Miguel había compartido gimnasio con Joe Llorente y su hermano (a Joe, sobrino de Don Paco, lo veo en los partidos de baloncesto del Madrid en el WiZink).
Al presidente, Florentino Pérez, le saludamos al entrar y al salir. En la despedida estaba con Nacho y Luka Modric. Me impresionó ver a Modric. Está hecho un chaval. Lo parece viéndole jugar, pero de cerca es mucho más notorio. A Miguel le pasó lo mismo con el croata. De Nacho me llamó la atención su porte y su buen rollo.
De los distintos jugadores veteranos, personalidades y periodistas, con quien más tiempo pasé fue con Tomás Roncero. Le felicité por lo de Pirri de ayer en el AS y ese titular «Paco era nuestro hermano mayor«. Porque es exactamente lo mismo que digo yo de Miguel Ríos.
Me encantó ver a Iribar. El Chopo nos contó que Don Paco y él se tenían gran simpatía. Otro aparición sonada fue la del exlíder de UGT, Cándido Méndez. Su abrazo con Miguel fue de los que hacen época. Aprovecho para resaltar, y contrastar nuevamente, el cariño y aprecio que despierta Miguel Ríos entre todo el mundo. En todas partes.
A la una salimos y nos acercamos a tomar una cervecita al José Luis de al lado del estadio, el de toda la vida (lo que era el Gloria bendita, lugar frecuentado por Di Stéfano, Rial, Luis, Puskas, etc., acabó absorbido por el José Luis y hoy estaba cerrado). Ahí nos encontramos a Ricardo Gallego y un amigo. Acabamos hablando de música (con la mascarilla puesta y quitándonosla para beber o pillar alguna aceituna).
El cuarto especial de Cuadernos Efe Eme está dedicado a Miguel Ríos. Es un monográfico de 224 páginas repasando toda su trayectoria.
En este 2022 el gran Miguel Ríos estará de conmemoraciones: celebra los 60 años de sus primeras grabaciones y los 40 del histórico «Rock & Ríos» (con un concierto el 12 de marzo en el WiZink). Además de todo esto se está rodando un «Imprescindibles» para la 2.
El Cuadernos Efe Eme, aparte de una extensa conversación con Miguel Ríos, contiene entrevistas con Carlos Narea y José Nortes, sus dos productores más destacados, así como cronología y reseñas de toda su discografía. Escriben Diego A. Manrique, Luis Lapuente, Juan Puchades, Arancha Moreno, Julio Valdeón, Eduardo Tébar, César Campoy, Tito Lesende, César Prieto, Javier M. Alcaraz y José Miguel Valle. Se intercalan fotos de ayer y hoy (muchas son de Domingo J. Casas).