Estos días no puedo dejar de recordar a mi madre cuando veo las imágenes de la retirada rusa de ciertas zonas de Ucrania. Y pienso que «mamá tenía razón» cuando las teles muestran el material armamentístico abandonado por los rusos y recuperado por el ejército ucraniano.
¿A qué se refería mi progenitora? Pongámonos en situación: estamos en la Rumanía de la II Guerra Mundial. A unos 60 kilómetros de la capital, Bucarest, hay un enclave decisivo. Se trata de la localidad de Ploiesti, donde se encuentran unos codiciados pozos de petróleo y varias refinerías. Cuando Hitler rompió su pacto con Stalin e invadió la URSS un objetivo era controlar la localidad petrolera. Sería la base del suministro para las tropas nazis en su marcha dentro del territorio soviético. Rumanía se convertía así en campo de batalla. (Los alemanes tomaron Ploiesti, que fue bombardeada por británicos y estadounidenses; posteriormente fue liberada por el ejército soviético).
Mi madre destacaba la destreza y eficacia de los ataques aéreos de alemanes y británicos. De las fuerzas aéreas de EEUU comentaba que oscurecían el cielo y arrasaban con todo lo que hubiese debajo. Es decir, puntería vs. fuerza bruta. Y de los rusos soviéticos decía que había que tener cuidado con que las bombas no te diesen en la cabeza o golpeasen cualquier otra parte del cuerpo. Además añadía que también había que tener cuidado en no pisarlas, o tropezarse con ellas, no fuesen a explotar. Esa imagen de ineficacia que transmitía su relato podría aplicarse a la Rusia de hoy en día. El cine nos dejó obras maestras de Billy Wilder y Ernst Lubitsch a este respecto en tono de comedia (referidas a la época soviética): «Uno, dos, tres» y «Ninotchka«.