Ayer pasé de una tarde de goles a una noche escasa de ellos. Del festival goleador del Bernabéu al minimalista marcador del Metropolitano. Llevo al menos 60 años yendo al fútbol y no recuerdo una jornada en la que Real Madrid y Atlético de Madrid coincidieran jugando en casa el mismo día. Sí me acuerdo de mi padre llevándome un domingo al Bernabéu y al siguiente al Metropolitano original, el de al final de la avenida de la Reina Victoria. Dicho de otra forma, esta anomalía era un acontecimiento único y probablemente irrepetible.
El Madrid arrancó mal en su partido contra el Valladolid. Los primeros 20 minutos estuvo deambulando. Hasta que Rodrygo abrió el marcador en el 21. Los visitantes en ese arranque tuvieron dos ocasiones claras: un remate Roque Mesa desde la frontal se estrelló en el palo y Monchu desaprovechó un regalo, libre de marca en el área. El 1-0 fue un electrochoque para ambos equipos. Mas la descarga eléctrica tuvo efectos contrapuestos: espabiló al Madrid y hundió al Valladolid. El vendaval blanco con los tres goles de Benzema fue inmediato. En siete minutos, del 28 al 35, el hat-trick del Balón de Oro desarticuló al rival, impotente ante la ofensiva blanca. El 4-0 al descanso dejaba el partido visto para sentencia. La primera mitad se hizo corta y la segunda larga. A pesar de los dos goles (Marco Asensio en el 72 y Lucas Vázquez en el 90), el anulado a Vinicius y el disparo al poste de Rodrygo.
En el apartado técnico Ancelotti presentó de inicio un 4-2-3-1 con Tchouaméni y Kroos en el doble pivote para luego cambiar al 4-3-3. Que es cuando vimos la mejor versión del equipo blanco. Con Marco Asensio de interior derecho y Rodrygo rompiendo por la banda derecha (y Vini por la otra). Los cambios efectuados en la segunda mitad por el italiano fueron para dar minutos a los no habituales. De los de Pacheta me sorprendió que usase tres centrales con marcajes individuales sobre Rodrygo, Benzema y Vinicius. ¿Suicida?
El Madrid remató 29 veces, 17 a puerta. Hacía años que no disparábamos tanto.
De cara al Atleti–Betis visto que no podían perder los dos, que era mi deseo, opté por apoyar a los rojiblancos. Que conste que me costó trabajo. Y en alguna buena combinación bética me llevaba la pasión hasta que me sosegaba recordando que iba con el Atleti. La buena compañía de José Manuel Sebastián (Radio 3) y Carlos Galán (Subterfuge), quien me invitó, refrescaba mis propósitos iniciales.
Al conocer la alineación de Simeone mostré mi extrañeza por la ausencia de Correa. Nunca he entendido que no sea titular indiscutible. Los rojiblancos que no aprecian a Morata enseguida me responden que es por él. No me convence. Como tampoco entiendo la inquina que le tienen. Me señalan que vive en fuera de juego. No acepto esa idea. Y cito a otros que también apuran al límite su posición. Cierto que los ejemplos que menciono son mejores, pero el caso es que ayer Morata no cayó en ningún fuera de juego. Y el partido lo decidió Correa con un golazo en el 85 (salió en el 58). Fue un slalom impresionante donde se impuso a cuatro rivales más el portero, al que batió y engañó con un remate cruzado de mucha clase. 1-0.
Fue un partido trabado, disputado, en el que a veces daba la impresión que dominaba el Betis pero sin rematar. No es que el Atleti fuese un aluvión de remates. El caso es que se veía más intención en sus acciones ofensivas porque el juego por bandas rojiblanco era superior al bético.
Disfruté el partido más que mis colegas. Creo que sus expectativas son muy altas. Ya dentro de la crónica social decir que me encantó encontrarme con Marcos Calvo (rojiblanco) y Manolito Sánchez (verdiblanco). Y me gustaría compartir una anécdota: a mi izquierda y detrás estaban los jugadores y staff técnico del equipo del Beitar de Jerusalén. Concretamente a mi lado estaban los técnicos (fácilmente identificables por su edad). Tras presentarnos (estaban con el chándal del equipo y pregunté quienes eran) comenté que había vivido en Haifa en 1959 y que de ahí llegamos a Barcelona y luego a Madrid. La cara de estupefacción de la media docena de jugadores y técnicos que me escucharon (los de al lado y los de detrás) fue para filmar. Y las miradas de inspección de arriba a abajo verificando la autenticidad o no de mi judaísmo me hizo mucha gracia. Después de una pausa valorativa añadí que mi padre entrenaba al Haifa y que los subió de segunda a primera. Las miradas de observación pasaron a ser de admiración…