Las Costumbres Españolas 4: Orinar en la calle

26 de agosto de 2008

No es que tuviese abandonada esta sección de Las Costumbres Españolas, es que quería huir de los tópicos de los toros, los encierros y el maltrato a los animales. Y en el caso que ahora me ocupa debería llamarlo más bien Las Costumbre de los Españoles, porque lo de mear en la calle es más nuestro que de ellas.

 

El detonante ha sido la reciente fiesta del 15 de agosto, que me pilla en el barrio. Y eso que el Ayuntamiento ha dispuesto urinarios, en forma de cabinas individuales. Y quiero dejar constancia que la higiene de estas casetas depende del usuario, no de los gestores ciudadanos.

 

Acudí a los conciertos en Las Vistillas de Raimundo Amador y Jaime Urrutia. En ambos casos las personas que formaban la cola, ante los urinarios, era ostensiblemente menor a los que lo hacían contra la pared, portales o coches. Y lo peor no es que esta costumbre sea también propia de otras localidades (como Valencia o Coruña, por citar dos ejemplos) sino que hay blogs que se enorgullecen y dan consejos para mear en la calle. Este orgullo ante una guarrada manifiesta, de ningún valor higiénico y fuente de malos olores, me resulta incomprensible.

 

Hay leyes que especifican multas de hasta 200 euros. ¿Quién le pone al cascabel al gato? ¿Quién multa? ¿Quién hace cumplir la ley?

 

Si me dedico a hacer fotos y a denunciar a los infractores, asumo un papel que no me gusta, el de delator, además de exponerme a un altercado de orden publico. Si les llamas la atención –manteniendo una prudente distancia para evitar el riego- te miran con cara de asombro y estupefacción. Como le pasó a La Mundana cuando aconsejó a unos que lo hiciesen a la puerta de su casa. Estaban orinando sobre una puerta de madera de un edificio –en el que viven personas- que forma parte del patrimonio histórico artístico cultural del país.

 

Es el mismo asombro con el que bastantes se sorprenden con la polémica desatada sobre la fotos de los ojos rasgados del equipo de baloncesto español. Que son los mismos que se rasgan las vestiduras ante los tópicos de la España de pandereta, la de todos somos toreros y todas lleváis peineta. Es la doble moral y el mirar para otro lado, según convenga.

 

Me comentaban dos amigas –del bar de debajo de casa- que ya habíamos conseguido erradicar la costumbre de escupir en las vías publicas. Pero mostraban su preocupación ante los meones -y algunas, muy pocas, meonas- a pesar de las medidas (multas, urinarios). No entendían que las ciudades se convirtiesen en meodromos y mostraban su preocupación ante la posibilidad de la vuelta del lapo…

 

Y escribo sobre sapiens sapiens. Porque las defecaciones de las mascotas de los  humanos –que han llevado a la creación de las botas pisamierdas– o las meadas de esas mismas mascotas, da para otro post. Y para un negocio basado en evitar los malos olores de las deposiciones animales, sean o no humanas… ¿Harán falta nuevas señalizaciones? De momento sólo pido que evitemos riadas de orín, sean del animal que sea.

 

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Las Costumbres Españolas 3: Las procesiones

 

Las Costumbres Españolas 2: El Desayuno

 

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12 comentarios

Archivado bajo Cultura, General, Política, Recomendaciones

12 Respuestas a “Las Costumbres Españolas 4: Orinar en la calle

  1. mmm

    al ojo público me parece que no se le da muy bien el photoshop

  2. Javier Sánchez

    El ojo público (Joe Pesci) no descansa.

  3. Javier Sánchez

    Adrián en mi infancial rural, era habitual observar como señoras mayores de edad, ataviadas de luto riguroso- incluído pañuelo en la cabeza-, detenían su andar callejero para, abriendo un poco las piernas, dar rienda suelta a un chorro inequívoco que dejaba en el suelo un charquito espumoso tipo «cervecero»; la operación terminaba con un movimiento escurridor de caderas al reanudar la marcha. Por lo tanto, considero que es una práctica «totalmente» española.
    Como dice Antonio, quién no compitió en aquellos torneos de meadas comunales. Recuerdo que en uno de ellos, la diana estaba situada en el río. La mayoría comentábamos durante la competición lo lejos que estaba el agua; nuestro amigo guineano nos contestó diciendo, «lejos no está, lo que está es fría».
    Adrián, en algo estoy contigo; no soporto la meada callejera como actividad sociocultural, por mucho que la disfracen de esa cosa tan abstrata y confusa llamada tradición.
    La modernidad en nuestro país la practicaron, entre otros, los ilustrados y los libertarios-desterrados del paraíso hispano tras los Pactos de la Moncloa-.
    Antonio, lo de «aguas mayores» no era un eufemismo; en la España de los 50, la mayoría de la población disfrutabamos de una alimentación escasa y deficitaria, de unas condiciones de vida y costumbres huérfanas de higiene, y de un agua para beber de dudosa potabilidad, por lo que las aguas mayores líquidas o las de tipo «puré» ganaban por goleada a las sólidas.
    El poema de Alberti, me parece un intento redicho de subversión descafeinada, propia de un burgués sicalíptico disfrazado de proletario de salón.
    Espero que mis contradiciones sean tomadas como un ingrediente más de este comunitario cachondeo.

  4. Fabra y sus recientes declaraciones actualizan este post:

    “He comprado el 27.931 y si me toca me sacaré la pirula y mearé en la sede de Izquierda Unida”

  5. Verás entre meadas y meadas,
    más meadas de todas las larguras:
    unas de perros, otras son de curas
    y otra quizá de monjas disfrazadas.

    Las verás lentas o precipitadas,
    tristes o alegres, dulces, blandas, duras,
    meadas de las noches más oscuras
    o las más luminosas madrugadas.

    Piedras felices, que quien no las mea,
    si es que no tiene retención de orina,
    si es que no ha muerto es que ya está expirando.

    Mean las fuentes… Por la luz humea
    una ardiente meada cristalina…
    y alzo la pata… Pues me estoy meando.

    «Se prohíbe hacer aguas». RAFAEL ALBERTI

  6. Antonio Gómez

    En la vida, no se hace mal papel si se es higiénico.

    salud

  7. Liz jajaja que visión. Me río por no llorar, porque es exactamente lo que Raúl define tan bien en tan pocas líneas.

    Antonio amiguete, soy limpito y aseado, que no se si será moderno o no. Pero si se que es higiénico.

  8. Antonio Gómez

    ¡Ay! Querido compañero, cuanto lamento la disyuntiva en que me pones con esta costumbre española de la meada pública. La parte casiracional que habita en mí me obliga a darte la razón y a lamentar la facilidad de bragueta que tienen mis conciudadanos en los lugares más inoportunos y a detestar el olor a mingitorio (qué palabra tan bonita: mingitorio) de ciertos rincones, aunque todavía es peor cuando pasa la brigada municipal de la limpieza y deja un tufo a zotal que, además de tirar de espaldas, recuerda el inconfundible aroma de la cárcel.

    Lo malo es que esa neurona tocapelotas que aún me queda me lleva a contradecirte, que aunque sea cosa seria, nunca viene mal un cachondeo.

    Como siempre has sido un moderno, desde pequeñito, no me extraña que no seas capaz de comprender los elementos de tradición hispana que tiene la actividad mingitoria en la rue, algo que yo, en cambio, soy perfectamente capaz de asimilar, ayudado por mi afición al folklore modernizado. En la meada urbana se pueden rastrear las viejas costumbres de la España ancestral y garrula que sólo comenzó a decaer con la modernidad recién descubierta por aquellos socialistas enfundados en brillantes armaduras de cambio diseñadas por Armani.

    ¿Cómo me voy a olvidar de la vieja tradición, especialmente practicada en mi infancia, de jugar los chiquillos a ver quien llegaba más lejos, tomando como punto de referencia el bordillo de la acera y como pista de lanzamiento los adoquines de la calle? Negado como soy para el deporte, nunca destaqué en actividad tan sana, pues siempre había alguien con una capacidad para sacar, apuntar y disparar ciertamente envidiable. Donde ponían el ojo ponían el chorro. Y eso daba una envidia.

    ¿Acaso hemos de permitir que pase al olvido, en mor de la higiene, aquel antecedente de los modernos grafitis urbanos que eran las firmas, incluso con rubricas, que los más virtuosos eran capaces de con sus rústicas mangueras en las paredes, muros y medianeras de los colegios? Incluso había virtuosos capaces de dibujar la caricatura de los más odiados curas del colegio. No se parecían, pero el cachondeo el era el mismo.

    En fin, ¿qué nos queda en estos pulcros tiempos de tan glorioso pasado sino el recuerdo de aquellos carteles que en tapias de obras y paredes de organismos oficiales indicaban que se prohibía “hacer aguas menores y mayores”, incluida la nostalgia por el eufemismo que definía como “aguas mayores” la evidente solidez del resultado de la actividad prohibida?

    Y como los argumentos de autoridad siempre son bienvenidos en las tesis doctorales, aquí va este estupendo soneto que Rafael Alberti escribió en su “Roma, peligro para caminantes”:

    SE PROHIBE HACER AGUAS

    Verás entre meadas y meadas,
    más meadas de todas las larguras:
    unas de perros, otras son de curas
    y otra quizá de monjas disfrazadas.

    Las verás lentas o precipitadas,
    tristes o alegres, dulces, blandas, duras,
    meadas de las noches más oscuras
    o las más luminosas madrugadas.

    Piedras felices, que quien no las mea,
    si es que no tiene retención de orina,
    si es que no ha muerto es que ya está expirando.

    Mean las fuentes… Por la luz humea
    una ardiente meada cristalina…
    y alzo la pata… Pues me estoy meando.

  9. liz

    seguro que si ponen una señal en la que se prohíba terminaría goteando…
    para algunas cosas seguimos siendo animalitos.

  10. pasar por una calle azufrada de orines es indignante, la verdad. como ver el espectáculo desolador de una plaza que fuera todo botellón sólo unas horas atrás. semos asín. desgraciadamente.

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