Archivo diario: septiembre 13, 2010

Mad Men (por Antonio Perea)

13 de septiembre de 2010

A pesar de la Unión Soviética, de la guerra fría, de las crisis de los misiles y de la sangría de la guerra de Corea, América (por supuesto, Estados Unidos de) nunca tuvo tan claro como en la transición de los años cincuenta a los sesenta que su sueño, el multiforme y moldeable sueño americano, estaba condenado a cumplirse se quisiera o no. Lo supo tras haber salvado al mundo del infierno en la segunda guerra mundial y comprobar que aún le quedaban dólares bajo el colchón mientras que en Europa y Asia sólo tenían para llevarse a la boca a sus propios hijos, como Saturno; lo supo tras inventar la política de bloques que narcotizó las cancillerías del globo. Tras todo ello América supo llegado el momento de encender la luz a la humanidad trasladándole sus sueños en forma de “american way of life”. Y eso ya no iba a tener vuelta atrás.

Ese es precisamente el contexto en que se sitúa la acción de Mad Men, la serie a la que el jurado de los Emmy acaba de multipremiar un año más. En ella se habla de la consagración de la nueva religión universal del consumo y de sus sacerdotes los publicistas, pontífices  cuya sede terrenal eran (¿son?) las agencias de publicidad instaladas cerca pero lejos  (“Within You, Without You”, como rezaba George Harrison): imbricadas en el comercio y la industria pero prudentemente alejadas de su sudor productivo. Y dónde mejor que en la avenida Madison. Qué relación puede parecerse más a la de la trepidante Roma urbana con la espiritual y apacible Ciudad del Vaticano que la que mantenía el Nueva York insomne de los sesenta con la celeste avenida Madison.  

Dicen que el título de la serie juega con la toponimia de esa avenida Madison, pero también con la locura -“madness”- que vivió aquél tiempo. Me rebelo contra ello. En Mad Men no hay locura alguna, sólo nostalgia de nadie sabe qué e inquietud ante un futuro incierto. Mad Men es la plasmación de los contrastes de aquella vida del siglo veinte. Los personajes de Mad Men juegan en tres planos: un pasado virado a sepia del que nadie quiere acordarse y del que su protagonista reniega expresamente; una vida personal llena de dramáticos claroscuros tenebristas conjurados a base de alcohol y nicotina; y una actividad profesional  en un tecnicolor copiado de los años sesenta y luminoso hasta el deslumbramiento. Como en Tintín, no hay una sola sombra en aquella oficina. Es un Walhalla lleno de valkirias condescendientes permanentemente cortejadas –me quedo corto- por guerreros inmisericordes que han sustituido la espada por el lápiz de carboncillo, la lanza por el disco de un teléfono de impecable bakelita, el escudo y la armadura, en fin, por un traje que les identifica entre sí ante un enemigo impreciso y una corbata que les protege ese cuello siempre en riesgo de ser rebanado por el tonante dios consumo.

Mad Men tuvo al principio los días contados como serie. La  audiencia no entendía aquella orgía de luces y sombras. Pero entonces llegó el final de la primera temporada, después de haber vivido junto con los publicistas de la ficticia agencia Sterling – Cooper el nacimiento del márquetin político en la campaña presidencial de Nixon contra Kennedy, después de haber digerido junto a ellos las consecuencias sociales de la misteriosa guerra de Corea. Y en un episodio para los anales de las series televisivas, Mad Men proclamó su declaración de principios y se convirtió en serie de culto al desembarcar en Sterling – Cooper la cuenta de Kodak con su revolucionario nuevo proyector de diapositivas. Desde ahí, a la eternidad. Ya vamos por la nunca prevista cuarta temporada y para absorber esta prolongación ha habido que afrontar un giro inesperado de guión resuelto con la sutileza y brillantez a las que la serie nos tiene acostumbrados, un alarde de literatura televisiva que probablemente ha sido primordial para hacerle acreedor a este nuevo triunfo en los últimos Emmy.

Pero si sólo pueden ustedes ver un episodio para ponerse al día antes de entregarse a la nueva temporada, no se pierdan ese capítulo de Kodak (episodio 13 de la primera temporada: “La rueda”). Oro puro.

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