Archivo diario: febrero 13, 2013

A sueldo

sueldo

Cada mañana acudía a la oficina. Siempre a la misma hora. Un despacho sin ventanas. Una mesa, una cajonera metálica, un armario de pared, su sillón, y dos sillas para unas inexistentes visitas. Sobre la mesa no había ningún objeto personal. Tan solo un teléfono, que apenas usaba. Las paredes, desnudas, eran de gotelé. No tenía secretaria. A pesar de viajar con cierta frecuencia.

Vestía con discreción y sobriedad. Un traje azul marino, que solo variaba la tela según la estación. La camisa azul celeste. Y una corbata nada estridente, con un nudo de los de toda la vida alejado de las cambiantes modas.

Para no llamar demasiado la atención se desplazaba en un coche de gama media. Lo aparcaba en el mismo edificio donde tenía alquilado el escritorio. Situado en el extrarradio de Madrid no resultaba demasiado gravoso. Tardaba unos 40 minutos desde su lujoso ático en uno de los mejores barrios de la ciudad.

Gestoría Beltrán era el nombre de la firma. Una empresa sin clientes. Una tapadera para su verdadera actividad.

En su inseparable maletín negro de piel un portátil, un iPad, y el más importante de sus dos móviles. El del número restringido para recibir los encargos de Dog, y contactar con su red de proveedores y colaboradores.

Ante la insistencia de un cliente alemán Dog accedió finalmente a verle en la sala VIP del aeropuerto de Heathrow (Londres). Viajaba a Madrid para pasar un largo fin de semana. Su interlocutor se desplazaba desde Berlín y quería tratar el asunto personalmente. No deseaba ir a España para hablar con Dog. La propuesta que traía era de alto voltaje.

Dog no se esperaba una proposición de tamaña envergadura. Encajaba las piezas de su puzle mental a medida que escuchaba al berlinés. Se sentía afortunado por haber accedido a la cita justo antes de su viaje. Su familia le esperaba en Madrid. Tendría que encontrar el momento para hablar del asunto con el encargado de Gestoría Beltrán. Decidió que fuese lo antes posible, para no interferir en sus mini vacaciones. Aprovecharía que le recogía en Barajas para llevarle a su antiguo domicilio. Ese trayecto parecía el adecuado. Cuanto antes hablasen mejor.

Mientras se dirigía a la puerta de embarque repasaba el rompecabezas y los aspectos claves de su vida profesional. Con Guardian enfermo, y en estado terminal, correría el escalafón. El sustituto asignado era Number 2. Quien a su vez sería reemplazado por New. Habría un hueco a cubrir en el triunvirato de mando. El mejor colocado era él. Este ambicioso proyecto que acababa de recibir despejaría cualquier duda. Allanaría el camino. Existía un paralelismo con la operación que le llevó a ocupar su actual posición y abandonar la gestoría. Su sustituto de entonces debería serlo ahora de nuevo. Con esta recompensa en el horizonte estaba seguro de poder convencer a su hombre de Madrid cuando le explicase el plan. A pesar de los riesgos.

Era un golpe de grandes proporciones. Asesinar a Mariano Rajoy. El primer atentado político del siglo XXI en la UE.

Entretanto el agente de Madrid se preparaba en su ático para recoger a Dog en Barajas y pensaba en lo que tenía que hacer. Su anhelo secreto era ocupar su posición. Llevaba ya demasiados años en el trabajo de campo. Aspiraba a un puesto más tranquilo. Había ido ascendiendo en la agencia gracias a su capacidad como hombre de acción. Y a sus vastos conocimientos informáticos. Su primer trabajo fue en una empresa multinacional de seguridad. Era un hacker que se estaba labrando un nombre, y le hicieron una buena oferta. Una cosa llevó a la otra.

Fantaseaba con cambiar la denominación de Dog por la de God. Sabía que esa humorada no tenía futuro. Pero… de alguna manera decidían el destino de personas y países. Eso sí, dejando un reguero de sangre detrás.

Era consciente que necesitaba una misión espectacular como la que encumbró a Dog. Su predecesor en Beltrán, y actual superior, organizó una guerra entre dos mafias balcánicas. Un simple atentado desató la contienda. Los beneficios aumentaron considerablemente.

Por su línea de trabajo se imponía a si mismo no formar una familia. Representaba una debilidad. Esta era otra razón para desear el ascenso. Pero pasaban los años y Dog se aferraba a su caseta.

Solo había dos soluciones: abandonar la organización o liquidar a su jefe. Esa mañana tomó la decisión definitiva, Era viernes y se disponía a recogerle en el aeropuerto. No iría a la oficina. Revisaba mentalmente una vez más los pasos a dar mientras enroscaba el silenciador de su pistola. Le quedaba una duda y finalmente optó por conducir su Ford Fiesta, aunque despertase sospechas. “Disculpa por el transporte. He pasado por el despacho y ya sabes…”.  En realidad era porque no quería manchar de sangre la tapicería de cuero de su Lamborghini amarillo.

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