Carlos Narea me escribió para recomendar encarecidamente que viese «Ennio, el maestro«, la película documental sobre el gran Ennio Morricone dirigida por Giuseppe Tornatore (el de «Cinema Paradiso«). «Es emocionante» me dijo. Y en verdad «emocionante» es el adjetivo que mejor describe esta obra maestra audiovisual (disponible en Movistar). Bruce Springsteen también habla de emociones en su intervención.
En casa siempre nos ha gustado Morricone. De hecho La Mundana usaba la música de «La misión» para acunar a nuestro bebé. Yo me inclinaba por el «What’s Going On» de Marvin Gaye. Había otras músicas, por supuesto, pero estas eran las de referencia.
Aparte de emocionarme viendo la peli también me emocioné con Morricone emocionandose.
Hay dos aspectos de la biografía del maestro que desconocía. El primero y quizás el más importante; su formación como músico de vanguardia (en un país que ha producido grandes nombres como los de Aldo Clementi -alumno de Petrassi como Morricone-; Luigi Nono -casado con la hija de Schönberg y alumno de Bruno Maderna-; Luciano Berio -fundador de la Julliard Ensemble y que en sus clases en Julliard tuvo de alumnos a Steve Reich y Phil Lesh de los Grateful Dead, y junto a Maderna en 1955 creó en Milán el primer estudio italiano de música electrónica para la RAI-; Luigi Dallapiccola -maestro en EEUU de Berio y el primer compositor italiano en abrazar el dodecafonismo-; o el ya mencionado Bruno Maderna. Menciono todos estos nombres para situar el bagaje de Morricone (1928-2020) y las frustraciones provocadas por el rechazo de sus compañeros de estudio y profesión. Esto queda muy bien reflejado en «Ennio, el maestro«. Así como el alivio en su años finales de vida cuando recibe una carta pidiéndole perdón y reconociendo el error de haberle menospreciado. Y todo esto está relacionado con el segundo aspecto que desconocía: su rol como artífice de la gloriosa época de la RCA italiana, que dominó el pop italiano desde finales de los 50. Morricone trabajó ahí como productor, arreglista y compositor musical. Volcó sus conocimientos de la nueva música contemporánea, electrónica, serialista, llámenlo H, a la música popular de éxito. Adaptó ruidos, sonoridades desconocidas, para crear hipnóticos efectos de sonido que realzan el potencial comercial de las canciones. Precisamente es aquí cuando sus compañeros empezaron a echarse las manos a la cabeza y pensaron que estaba desperdiciando su talento. El famoso y tristemente célebre «se ha vendido». Que alcanzaría su cima con su trabajo para las banda sonoras de los conocidos como spaghetti westerns y su dedicación exclusiva a la música para el cine. Género al que sin lugar a dudas dignificó y puso en un pedestal. Como así reconocen John Williams y Hans Zimmer en «Ennio, el maestro»
Entre los grandes nombres y éxitos con los que Morricone se relacionó en su etapa pop destaco los del gran Gianni Morandi, el arreglo del pelotazo de «Il mondo» de Jimmy Fontana y la enorme Mina. Precisamente es el autor de la música y de los arreglos de «Se telefonando…» (1966), el gran hit de esos años de la sin par Mina.
Cuando agradecí a Carlos Narea la recomendación me contestó «Voy a volver a verlo». Yo también lo hice.