2021 es el año que descubrí a Mendelssohn. Nunca lo tuve en mi radar y ha quedado claro que infravaloré al más clásico de los clásicos del romanticismo.
El primer atisbo de su grandeza lo tuve leyendo el libro sobre 1853 de Hugh Macdonald. Ahí me contaron que fue Mendelssohn quien impuso la batuta entre los directores de orquesta. Antes se usaban los brazos o el arco del violín. Bien, reconocí su mérito como director mas seguí negando sus capacidades como compositor.
El segundo indicio, ya referido a su creatividad, lo tuve en un concierto de la RTVE dirigida por Pablo Heras-Casado en el Monumental. Descubrí su «Concierto para violín» y aprendí que es una obra clave para todos los violinistas del mundo. Fue una doble revelación. Porque a la de la obra en cuestión se añadió la de la concertino Leticia Moreno. Al finalizar el concierto tuvimos ocasión de saludarla y felicitarla. En el video, tras una entrevista con Moreno, a partir del minuto 10:50 arranca el concierto de Mendelssohn al que sigue la «Sinfonía N.º 4» de Beethoven.
Ayer se produjo mi inmersión en la obra de Mendelssohn. Ya estoy bautizado en su religión. Su «Sinfonía núm, 3» («Escocesa«) me entusiasmó. De un nivel medio muy alto tienes pasajes que son auténticas obras maestras y me pusieron los pelos de punta. La explicación previa de Sofía Martínez Villar clarificó las cosas. Y sobre todo analizó el contexto que ha infravalorado a Mendelssohn a lo largo de los tiempos. Perteneció a una época de gigantes. No sufrió enfermedades terribles ni padeció tragedias como algunos de sus más ilustres contemporáneos. Tampoco pasó penalidades económicas. Su familia estaba acomodada, de posibles. Es curioso cómo el malditismo funciona desde hace tiempo. Y crea perjuicios que perduran a lo largo de los siglos. Y alcanzan a ignorantes como un servidor. Desconocía estos aspectos hasta ayer. Pero es obvio que debieron afectarme, sin ser consciente, en mi frívola valoración de Mendelssohn.