Estos días se ha estrenado Borat 2, que en realidad se llama «Borat Subsequent Moviefilm«. Asumo que conocen la primera película, o al menos han oído hablar de ella. Y que estarán familiarizados con el creador del personaje, Sacha Baron Cohen.
La primera de Borat sorprendió por su enfoque, fresco y desvergonzado. Era un satira descarnada de lo que conocemos como la América profunda. Esta segunda incide en los planteamientos. Solo que ahora esta América profunda y conspiranoica está al mando del país y ha votado a Trump como presidente. En este sentido Borat 2 es la mejor arma propagandista para el Partido Demócrata y la candidatura de Joe Biden.
En la tierra de lo políticamente correcto Trump fue una disrupción. Las dos Borat también lo son. Es el tipo de oposición que Biden nunca hará y que tampoco está bien visto entre los dirigentes del Partido Demócrata. En cambio, es el ataque más brutal y despiadado que ha sufrido Trump, sus votantes y sus colaboradores. Como el abogado personal del presidente, Rudy Giuliani, quien queda retratado como lo que es, un baboso. O el vicepresidente Mike Pence a quien definen como un sabueso sexual de tal magnitud que le prohiben estar con mujeres en la misma habitación (parodian una norma religiosa del credo de Pence referida a compartir comidas con otras mujeres si no es en presencia de su esposa o estar a solas con mujeres en un recinto bajo techo).
Tom Hanks, afin al partido de Biden, entendió perfectamente las intenciones de Sacha Baron Cohen y aparece en un cameo. Es significativo que esta actitud tan punky de Borat llegue desde una producción cinematográfica independiente y no desde el planeta musical. Lejos quedan los tiempos de la contracultura y los primeros grandes festivales de rock, las marchas por los derechos civiles o contra la guerra del Vietnam, la rebeldía del primer rock ‘n’ roll que tuvo continuidad hasta llegar al punk, cuyo relevo fue tomado por el rap de los guetos urbanos. Revistas como Rolling Stone o shows de TV como Saturday Night Live, iconos de tiempos pasados fuertemente vinculados a la música, hoy en día han perdido radicalidad. Su compromiso se mueve en zonas de confort perfectamente asimilables. No les resto méritos, pero ya son otra cosa. Han perdido capacidad de riesgo. Este Borat 2 (y la primera así como las otras obras de SBC) reúne todas estas características perdidas. Adaptadas a la realidad actual. De una forma cruda y soez. Me atrevería a decir que de una forma Trumpiana, por raro que suene.
Sacha Baron Cohen ha vuelto a mostrar el espejo donde se refleja lo peor de EEUU. Solo que, en esta segunda parte, la imagen que vemos es la de la parte del país que ha aupado a un farsante autoritario a la presidencia.