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El globo de Areola se desinfla

MArca

El Real Madrid venció 4-2 al Granada en un buen partido en el que se desinfló el globo de Areola. El meta frances demostró en el PSG ser capaz de lo mejor y de lo peor. Ayer vimos su lado oscuro. De hecho el único peligro de los andaluces llegó por el escaso acierto del portero, que nos costaron dos goles, y por la leña que repartieron.

Zidane sorprendió con Odriozola y Carvajal de laterales. El canterano por la izquierda. Pedro Arjona, en el tercer tiempo, me recordaba que ya había jugado ahí en el Castilla de Sarabia (hoy en el PSG). Dispuso de dos oportunidades de gol en dos buenas incursiones por esa banda izquierda.

Fede Valverde volvió a la titularidad y fue el mejor del encuentro. Le acompañaron Kroos y Casemiro. El alemán se lesionó y fue sustituido por Modric a la media hora.

El primer cuarto de hora del Madrid fue muy bueno y el arranque no pudo ser más brillante. Al minuto Bale se escapaba por la banda derecha y metía un pase con el exterior. Benzema no perdonó y anotó el 1-0. Mientras Bale estuvo encendido el peligro rondaba el área visitante. Cuando el gales se apagaba también lo hacía el ataque blanco. Quien estaba apagado fue nuevamente Hazard. Hasta que en el 45 la insistencia de Valverde dio su fruto. Se hizo con el balón y lanzó al belga por el centro. Este encaró a Rui Silva y le batió con una vaselina. 2-0. Era el primero que marcaba con el Real Madrid.

En la segunda mitad llegaron cuatro goles y Zidane completó sus cambios: Isco por Hazard y James por Bale.

El 3-0 fue un misil de Modric por la escuadra. Nuevamente la fe y la insistencia de Valverde tuvieron compensación. Esta vez su robo llegó a Hazard. Su pase a Modric propició el esplendido remate del croata. 3-0. Las cantadas de Areola estaban por venir. Antes tuvimos un par de aperitivos con dos salidas falsas en balones aéreos. Luego vino el tonto-penalti que cometió (en vez de patear el balón lo hizo con un jugador rival). Machís transformó la pena máxima: 3-1 en el 68. Ocho minutos después Areola se comía un balón a la salida de un saque de esquina (forzado por Varane quien sacó la pelota bajo palos cuando ya se colaba). Domingos Duarte, en el área chica, lograba el 3-2.

El Madrid seguía jugando bien, ligando jugadas y creando peligro. Pero el cuatro no llegó hasta el descuento. James marcó su primer gol de la temporada tras una extraordinaria subida de Odriozola por la otra banda. Hasta ese momento estábamos tensos y encogidos. Pero no como el día del Levante que acabamos pidiendo la hora. Era por Areola…

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«Marta. Los tigres del canal» de Pedro Arjona y Jorge M. Reverte

Marta

«Marta. Los tigres del canal«, editado por Reino de Cordelia en su colección Los tebeos de Cordelia, es el segundo volumen que recoge las aventuras de Marta. El personaje de la reportera Marta, creado por Jorge M. Reverte y dibujado por Pedro Arjona, vio la luz en una tira diaria de El País en 1990. «Sol de invierno» (Ed. Cúbicas) se llamó el libro que recogió la historieta completa un año después.

26 años después Marta volvió a las paginas de El País, esta vez desde su dominical El País Semanal con «Los tigres del canal«. Y ahora, desde hace un mes, la editorial de Jesús Egido ha publicado la segunda parte de las aventuras de Marta en formato libro de tapa dura. Son 144 páginas que incluyen el prólogo de Jorge M. Reverte, la historieta más los bocetos de Pedro Arjona de bonus.

En «Marta. Los tigres del canal» la reportera investiga sobre la violencia de la corrupción en Centroamérica. Los tigres del canal son los hombres de Noriega. La trama arranca con el secuestro de Javier, el ex de Marta y en esos momentos espia del CNI, que le cuenta la historia. A lo largo de la acción la libertad de prensa queda en entredicho.

¡Muy recomendable!

 

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Diego Torres en RAC 1: Zidane se saca el titulo porque su mujer le pide que ayude a sus hijos en el Castilla

La ridiculez de Diego Torres viene de lejos (como ya comenté en el post anterior a este). Una de las obras maestras (y momento cumbre de las argentinadas habidas y por haber) fue cuando manifestó en la emisora catalana RAC 1 que Zidane se sacó el título de entrenador porque su mujer se lo había pedido, para ayudar a los hijos –los padres de ella son de la barriada de El Chive en Lubrín (Almería). Lo pueden ver a partir del minuto 12: 27 en este grandes éxitos vol. 1 del programa 90 minuti de Real Madrid TV.

El indice del video es el siguiente:

– Alta tensión entre Zidane y Cristiano Ronaldo
– Rueda de prensa de Zidane en Antena 3 Noticias
Segurola despreciando a la BBC «les pide el cuerpo no defender»
– LTA de Antoni Bassas en El club de Mitjanic, Esport 3
Manolete en Estudio Estadio, Bale
Roberto Gómez, en Estudio Estadio: «gran partido de Sergio Ramos»
– Imágenes retro de Roberto Gómez con Valdano
– Periodista Diego Torres, El País. LTA en RAC 1: «Florentino no cree en Zidane como entrenador»
– Diego Torres en RAC 1: «se saca el titulo porque su mujer le pide que ayude a sus hijos en el Castilla»
Miki Nadal canta «Color esperanza» para Diego Torres y Zidane
– Diego Torres en RAC 1: «Cristiano tiene 33 años y está en su declive». Tenía 31 cuando lo dijo.

P.D.: agradezco a Pedro Arjona el envío del video

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Pintxazo del Madrid en Bilbao

ATHLETIC 18/19 REAL MADRID 18/19

El 1-1 del Real Madrid frente al Athletic de Bilbao es un pintxazo en toda regla. Se pierden dos puntos en una Liga donde hay que ganar o ganar cada partido. En tan solo cuatro jornadas (12 puntos) el Barça ya nos saca dos.

Como ya venía avisando, de euforias exageradas y sin fundamento, hemos vuelto a fallar cuando nos hemos enfrentado a un rival de entidad. Perdimos la Supercopa de Europa contra el Atlético de Madrid y no hemos sabido ganar en Bilbao. El Athletic siempre es un equipo que lo da todo en su casa y más si enfrente hay un grande. Me fastidia enormemente llevar razón.

Antes del partido comentaba con Pedro Arjona que nos gustaba la alineación de Lopetegui. Courtois en la portería. La defensa clásica. Un medio campo con Kroos, Modric y Ceballos. Se quedaban fuera Isco y Casemiro mientras Modric volvía a la titularidad. Arriba Bale, Benzema y Marco Asensio. Los primeros 20/25 minutos los dominó el Madrid a pesar de jugar con ocho y medio. Bale no existía. Marcelo no aportaba. Modric, a pesar de las dos oportunidades que tuvo (sobre todo la primera que fue muy clara), no carburaba y Benzema empezaba a parecerse peligrosamente al de la Liga de la temporada pasada. Acabó con solo dos remates. Uno se fue fuera (en la segunda mitad) y cuando al final pudo poner el 1-2 optó por pasar (aparte de no dejar que el pase de Asensio, tras un carrerón en el 89, llegase a su destino). Claro síntoma del amaneramiento del equipo y de la falta de confianza en si mismo.

En cuanto Ceballos empezó a perder protagonismo y empuje el Madrid fue dejando la iniciativa a los bilbaínos. Kroos retrasó su posición. En el 31 llegó el gol. Adivinen. Sí, por la banda de Marcelo. Le volvieron a pillar la espalda. Williams y Muniain llegaron en tromba a rematar el centro desde la banda. El delantero centro la tocó, en su camino hacía la red el balón salió trompicado y Muniain aseguró el tanto. Estos dos jugadores más Susaeta se habían adueñado del partido. Y la grada empujaba lo suyo como si fuesen muchos Raúl Garcia. Los blancos hacíamos agua y el segundo tanto local parecía avecinarse. De hecho llegó, pero fue bien anulado por fuera de juego.

En la segunda mitad salió Casemiro de inicio por Ceballos. Posteriormente, en el 53, Muniain se rompió. Siete minutos después Isco sustituía a Modric. El croata no está, a pesar de sus dos ocasiones. Isco marcó de cabeza a los tres minutos de salir. Un excelente pase de Bale, con la diestra desde la banda derecha, fue cabeceado por el malagueño como si lo hubiese hecho toda la vida. Fue la única acción meritoria del galés. Mientras que el tercer componente de la delantera, Asensio, se vació, Jugó sin balón (algo que echamos en falta al resto de nuestros jugadores) y con balón. Buscó el gol. Pero, al igual que los pocos de sus compañeros que intentaron rematar, se encontró con el portero Unai Simón. Si en San Sebastian Ter Stegen había salvado al Barça (lograron los tres puntos), en San Mamés Unai Simón salvó a los suyos, quienes pudieron perder, a pesar del excesivo sobo de pelota de los blancos y de la falta de velocidad y profundidad merengue.

Los locales le pusieron agallas, anticipación y toda la motivación del mundo. Nosotros, con tanto toque, no vamos a ningún lado sin coraje. No podemos dejarnos el cuchillo en el vestuario, hay que llevarlo en la boca apretando los dientes.

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Gracias Pedro Arjona!!!

Pedro Arjona dibujo

Muchas gracias querido amigo. No todos los días un artistazo te regala una obra suya. Recibir este dibujo de Pedro Arjona me ha dejado tocado. La carga simbólica tiene su miga: señora lectora de «Bikinis, Fútbol y Rock & Roll«. Libro que sin el impulso de Pedro nunca hubiese visto la luz (de entrada no se habría ni escrito): propició el contacto con Ramón Akal. Lo demás ya vino rodado. Esa primera cita marcó el rumbo (y eso que fue una negativa a mi absurda propuesta inicial; me alegré mucho en su día porque no creía en ella pero cedí a los deseos de amigos que me empujaban a ello y me hizo replantearme muchas cosas hasta que di con lo que parece que ha sido la tecla correcta).

De nuevo gracias Pedro Arjona!!!

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La balada del Metro (por Antonio Gómez)

26 de noviembre de 2008

dibujo-pedro

La cartera leía en el metro un libro de urbanidad y buenas costumbres. El libro era nuevo, pero, como los antiguos, explicaba la forma correcta de redactar una carta, la manera adecuada de saludar a un superior jerárquico o el orden conveniente de situar a los comensales en una cena de gala. La chica era joven, pero, como las viejas, soña­ba con que alguna vez sentaría en el comedor del chalet que compartiría con su marido, que para entonces ya sería director general de Correos, a un presidente de gobierno, un escritor de moda y un bailarín mariquita que arrebataría con sus chistes subidos de tono a las señoras de los otros invitados.

        

Tras haberle dado una ojeada a la mujer, el hombre que viajaba a su lado miró el libro por encima del hombro de la cartera y sintió un irreprimible deseo de asaltarla allí mismo. Pero se contuvo, porque era bien educado y más bien timorato y no quería destruir con un gesto inoportu­no el sabio principio que cuando era niño le había inculcado su padre, melancólico y misógino desde que su santa esposa le abandonara por un vendedor de biblias evan­gelistas, dejándole padre y madre de un niño de tres años: «hijo mío, a las mujeres ni tocarlas, que dan calambre«.

        

Al verla, pero sobre todo al olerla, porque la cartera olía a rosas, a mares abiertos y a cumbres pirenaicas, el hombre pensó en lo que podrían hacer juntos si se atreviera a dirigirle la palabra. Detrás de la muralla del libro de urbanidad que la mujer leía presintió el viajero turbulentas insatisfacciones de pasiones ocultas, oscuros sueños de lujurias desorbitadas, tiernas ausencias de cari­ños compartidos. Y pensó, deslumbrado por la carnalidad de los muslos enfundados en negra seda que dejaba entrever la replegada falda del uniforme azul, que el destino le había elegido para abrir a aquella mujer los caminos de la imaginación y desbrozarle las selvas del éxtasis supremo.

        

Ella ni se dio cuenta. O aparentó no darse cuenta, porque por el rabillo del ojo, por encima de la fórmula ideal para doblar con corrección las servilletas en los banquetes de alcurnia, vislumbró en la cara enjuta y barbada del vecino de asiento un ramalazo de animalidad necesaria que nunca antes había entrevisto en hombre alguno. Pero también se contuvo. Observó el mojado dobladillo de los pantalones del viajero, el barro que bordeaba sus manchados zapatos y se sumergió de nuevo en la lectura para ahuyentar de su espíritu la reprobable tentación.

        

Entonces el vagón se vació de viajeros. Salieron todos: el mendigo que tocaba el acordeón, el coro de quin­ceañeras que volvía del colegio de monjas, el ofici­nista de cara demacrada que leía las páginas deportivas del ABC, las señoras de compras con los brazos cargados de bolsas del Corte Inglés y hasta el heroinómano que dor­mitaba en un rincón aletargado por el último pincha­zo.

        

Todos salieron. Sólo el hombre y la mujer quedaron frente a frente, o mejor aún, codo contra codo.

        

Ninguno de los dos se atrevió a moverse, aunque la cartera sintió un temblor en el brazo del hombre y este pudo observar con la mirada gacha cómo las piernas de la mujer se apretaban contra el carrito de la correspon­dencia aparcado a su diestra.

        

Fue un momento inol­vidable para ambos. No suce­dió nada, pero pudo haber sucedido. Hombre y mujer lo supieron en el mismo momento en que un rayo de atrac­ción mutua les atravesó candente y violento.

        

Nada había en ellos que les hiciera compatibles, ni su aspecto ni sus vidas, pero allí, en aquel momento único en que confluían la soledad del vagón, la oscuridad del túnel y el monótono repiqueteo de las ruedas sobre las junturas de los raíles, los dos se dieron cuenta de que todo era posible, de que nada les estaba vedado: romper las convenciones, abrir la puerta del fondo y tirar el libro de urbanidad para que el tren rodante lo redujera a pulpa imposible de reciclar, olvidarse del padre misógino y su filosofía de la vida, comprar un helado y comérselo boca a boca entre los dos, tenderse en el suelo del vagón y acariciarse hasta conocer monte a monte y valle a valle sus respectivas geografías. Vivir, en fin, la aventura de su vida.

        

El metro llegó a la estación de Pueblo Nuevo. Se abrieron las puertas. Entró un titiritero portugués que en su media lengua les pidió una limosna para socorrer a sus cuatro hijos huérfanos de madre y a una suegra anciana con los que vivía debajo de un puente.  Todos los sueños se rompieron de golpe contra el cartel de antes de entrar dejen salir. El hombre retiró el codo para hurgar en el bolsillo y socorrer al mendigo trans­terrado. La mujer se sumergió en la fórmula que la ayu­daría a escribir una carta al director de una multinacional discográfica para solicitarle un puesto de secretaria en la empresa. No se miraron más.

boceto-pedro

Dibujo y boceto de Pedro Arjona (del colectivo El Cubri)

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Biografías impersonales (por Antonio Gómez)

11 de agosto de 2008

Dibujo original de Pedro Arjona

 

1

 

Si le preguntabas, jamás sabía si era ayer u hoy, nunca había tenido sentido del tiempo. No llegaba a pensar que los ele­fantes fueran rosa y las palmeras de cartón, como en los dibujos animados, pero siempre había vivido como si la vida fuera un globo aerostático flotando en el espacio sin saber dónde queda el detrás y el delante, arriba y abajo. Cuando hizo la prime­ra comunión pensó que se estaba casando, y cuando se casó no pensó nada porque nunca se había casado. Ya no se acordaba cuándo llegó a la gran ciudad, sólo que le habían sorprendido aquellos carros que andaban con mulas, que cuando supo que no eran carros, sino tranvías, les perdió el miedo, aunque nunca llegó a explicarse eso de que las mulas trotaran por un cablecito colgado del cielo. Jamás le engañaban en las cuentas, ni siquiera Carlos, el camello con la cicatriz en la mejilla, que siempre quería mangarle un paquete de Winston. Una vez soñó que era alto como John Wayne y que taladraba con una bala el malvado corazón de un forajido con látigo de mango de plata. Era la única vez que había ido al cine y no le había gustado la película. Cuando hablaba con La Rebelde del último culebrón de la tele siempre se le excitaban los nervios y parpadeaba muy deprisa mientras se frotaba las manos. Por la noche contaba el dinero que había ganado a lo largo del día y lo guardaba en la caja metálica que había heredado de su madre. Nunca se olvidaba de cerrarla con una llave pequeñita que se colgaba del cuello.

 

Evaristo Sánchez Suárez. Setenta y dos años, natural de Fresneda de la Sierra, provincia de Cuenca. Uno cincuenta y cuatro de estatura, cuarenta y siete kilos de peso. Cerillero. Sin familiares conocidos. 

 

 

 

2

 

Lo que más le gustaba en el mundo eran los seriales de televisión, los amores apasionados y desgraciados, las hijas que no conocían a sus padres, las madres que odiaban a sus hijos, los maridos que mataban de amor y las doncellas que se consumían de pena ante los ojos azules del señorito. Tenía una vida en color y veinticuatro pulgadas y un terrible dolor de pies cuando por la noche se quitaba los zapatos y los tiraba de una patada debajo de la cama con sábanas rosas. Los zapatos eran tres números más pequeños de lo que calzaba y al izquierdo le sobresalía en el tacón un clavo que le había roto la media.

 

José María Pérez Avilés. Veintiocho años, natural de Ciempozuelos, Madrid. Uno setenta de estatura, sesenta y cuatro kilos de peso. Sin profesión conocida. Familiar más cercano: su madre Josefa Avilés Castro.

 

 

 

3

 

Lloraba cuando tenía hambre, cuando tenía frío y cuando estaba mojado. Cuando abría los ojos siempre miraba al sol y lloraba. Aún no sabía que el sol es un amigo de amor imperdonable.

 

Jacinto López Escudero. Siete meses de edad. Nacido en Madrid, hijo de Manuel López López y María Dolores Escudero Sánchez.

 

 

 

4

 

Una vez, de pequeño, fue al pueblo de su madre y descubrió que el trigo se segaba en verano, los olmos daban larga y buena sombra y en la era se dormía mirando a las estrellas mientras el viento daba a las nubes formas de coches o de cabras. A los catorce años dejó la escuela porque le gustaba más el fútbol que los libros y entró a trabajar en una fábrica de tubos fluorescentes. Se fue de putas una noche de noviembre y se corrió antes de meterla. Cuando hizo la mili conoció a un torero de Écija que era mariquita, y aunque el torero insistió, el no cedió «porque era muy hombre». Se casó con Carmen y desde entonces había sido un marido fiel. Había trabajado en tantos talleres que los aprendices, por lo bajinis, porque él ya era oficial, le llamaban el tránsfuga. A veces sentía un dolor en el pecho que ahuyentaba tomando una caña de cerveza y eructando con fuerza. Le gustaba acariciar a los niños, ver los partidos del Real Madrid y asar sardinas a la lumbre. Mientras esperaba a que el pipero y el travesti acabaran de hablar de Cristal miró al cielo por si divisaba alguna nube de formas caprichosas. Fue el único que supo que iba a morir.

 

Mariano Pinto Barrera. Cuarenta y seis años. Natural de Valladolid. De profesión mecánico. Casado con Carmen Fernández Álvarez y padre de dos hijos de veinte y doce años de edad.

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