La espada de Damocles ha sido una constante sobre la cabeza de Pedro Sánchez desde que ganó las primeras elecciones generales (abril de 2019). No logró la investidura y convocó de nuevo a las urnas para noviembre de ese mismo año. Retrocedió en escaños pero formó gobierno de coalición con la formación liderada por Pablo Iglesias. De resultas de esta segunda cita electoral despareció Albert Rivera y se inició la irreversible caída de Ciudadanos. Hace dos años fue Pablo Iglesias quien se retiró de la actividad política de primera línea. Posteriormente Pablo Casado, líder del PP, fue defenestrado y Feijóo elegido como su sucesor.
La presencia de peligros inminentes, esa constante espada de Damocles, alcanza su cenit cuando pocos meses después de las generales de noviembre la pandemia -y el confinamiento- apareció en nuestras vidas. Con sus daños colaterales. Y no me refiero al elevado número de fallecidos y contagiados o al colapso sanitario. Hablo de las consecuencias económicas y la desleal oposición de los partidos de la derechona y sus medios golpistas. ¿Era ese el mejor momento para intentar derrocar a un gobierno surgido de las urnas? Por no hablar de la constante falacia de corte trumpista de que era un gobierno ilegítimo. ¿Ilegítimo por qué? ¿Porque no gobiernan ustedes? Me produce irrisión cuando contestan que engañó al electorado. ¿Ellos hablan de engaños? ¿Los del «Ha sido ETA»? Son los mismos de las armas de destrucción masiva y tantas otras patrañas. ¿Ellos se preocupan de que quienes votamos a Sánchez lo hicimos engañados? ¿Ellos se desasosiegan por quienes hemos votado una opción de la que ellos siempre han renegado, fuese González, Zapatero o Sánchez? ¿Ellos se atribuyen defender nuestros derechos como electores? ¿Quién los ha elegido para tal fin? Claramente no nos representan, aunque de buenos réditos electorales con parte de la población. Y desde luego por lo que a mi respecta no me siento engañado en ningún aspecto. Las consecuencias económicas se fueron sorteando con brillantez (los ERTE, fondos para las comunidades, ayudas a sectores industriales, la iniciativa ante la UE de la compra centralizada de vacunas, etc.).
La espada de Damocles cayó sobre su cabeza cuando su partido lo echó de la secretaría general en 2016 por no querer pactar con Rajoy. Algo que lo hubiese manchado cara al futuro al tener que dar su apoyo a los recortes salvajes, la policía patriótica y los distintos pufos de aquel gobierno. En cambio, sí apoyó el 155 en Cataluña, mostrando su lealtad en momentos graves de crisis (no le pagaron con la misma moneda cuando la pandemia). Renunció al escaño en 2016, se lamió las heridas y volvió más fuerte que nunca. Ganó las primarias de su partido (2017) y la única moción de censura en el Congreso de nuestra democracia (2018). Prometió en su investidura en junio de 2018 convocar elecciones y así lo hizo (se celebraron en abril de 2019). Convocó tras no ser aprobados sus presupuestos en el Congreso (igualito que Ayuso y Almeida).
El domingo por la noche me extrañó su no comparecencia tras la debacle electoral socialista. No era el estilo del autor de «Manual de resistencia«. A media mañana del lunes supimos la razón de su ausencia: anunció que iba a convocar elecciones generales para el domingo 23 de julio. A algunos esta fecha los pillará en sus embarcaciones de recreo…
Esta nueva vuelta de tuerca es una operación arriesgada. Pero sobre todo muestra los valores de un demócrata. Asume su responsabilidad en el fracaso electoral, en el que aceptó el reto de Feijóo y del PP, y lanza un órdago a la grande. Y de paso pilla a la oposición con el paso cambiado y no deja que tengan mucho tiempo para disfrutar las mieles de la victoria. En este caso la espada de Damocles es autoimpuesta. Mas representa la grandeza de la democracia y de los principios en los que se sustenta. Así lo ha entendido Pedro Sánchez. Y me alegra, aunque salga mal a tenor de los números de ayer. Pero ojo con la letra pequeña: los votos a partidos a la izquierda del PSOE que no lograron escaños no debe producirse de nuevo. En unas generales no pueden quedarse en el limbo. Deben ser capaces de poner fin a su fragmentación. Si esto sucede hay partido. Este jaque descubierto, forzando las negociaciones, también es un acierto de Sánchez. Su audacia ha sido cortar por lo sano e ir a elecciones.
P.D.: Conviene no olvidar la fortaleza demostrada por Sánchez en sus debates con Feijóo.