11 de septiembre de 2009

4 – Los círculos viciosos
Hace tiempo que se conocen los fenómenos de retroacción positiva (positive feedback). Así los define un estudio del Centro de Cambios Climáticos de California (en castellano)
“La sensibilidad climática depende de la respuesta de la Tierra a ciertos procesos físicos, incluyendo ciertas ‘retroacciones’, que podrían amplificar o atenuar el calentamiento. Por ejemplo, ya que las emisiones de gases de efecto de invernadero hacen que las temperaturas suban, la atmósfera puede retener más vapor de agua, que a su vez retiene calor y eleva aún más las temperaturas—una retroacción positiva.”
Son muchos los ejemplos de retroacción positiva. Calentándose los océanos, disminuye la cantidad de fitoplancton, el fitoplancton absorbe pues cada vez menos CO2, calentándose más los océanos. Los polos se derriten, en vez de presentar una superficie blanca reflejando los rayos del sol, los absorben más, incrementando las temperaturas, y acelerando el deshielo. En caso de sequía, los árboles producen menos hojas, absorbiendo menos CO2. Son unos ejemplos entre muchos. Pero el peor asunto es el del metano, un gas cuyo efecto de invernadero es 25 veces más potente que el CO2. Lo producen en gran cantidad los pedos y flatulencias de las vacas – en serio-. Pero existe sobre todo en cantidades astronómicas, almacenado en el permafrost de Siberia y Canadá, esas zonas heladas desde hace miles de años.
Ahora, como consecuencia del calentamiento, se van deshelando, liberando el metano que contienen. Cuanto más se libera, más crecen las concentraciones de gases nefastos, más sube la temperatura, y más se deshiela el permafrost. Típica retroacción positiva. Y resulta ahora que los océanos también empiezan a soltar cantidades ingentes de metano (y en castellano).
Comenta este último artículo: “Nuestro estudio fue diseñado para determinar cuánto metano podría liberarse en el futuro como consecuencia del calentamiento del océano; no esperábamos descubrir pruebas tan evidentes de que este proceso ya ha comenzado”.
Todo esto puede tener un resultado tan claro como apocalíptico: una reacción en cadena brutal provocada por todos estos factores acumulados, desatando un rapidísimo cambio de las condiciones de vida en el planeta. Ya ha ocurrido en el pasado, como lo demuestra este estudio, que empieza así: “En la historia de la Tierra, periodos de clima relativamente estable se han visto a menudo interrumpidas por transiciones brutales hacia otro estado muy distinto”.
Otra razón que hace muy posible un cambio brutal: los dos elementos del ecosistema que absorben mas CO2, los bosques y los océanos, ven cada vez más reducida su capacidad de absorción, por los motivos explicados aquí. Si emitimos cada vez más gases, si la Tierra libera gases almacenados desde (cientos de) miles de años y si los mitigadores naturales no funcionan, os dejo sacar conclusiones, sobre todo teniendo en cuenta que según algunas teorías, pasado un punto crítico, es muy posible que los océanos empiecen también a liberar CO2 por un tubo.
Por supuesto, se estarán buscando soluciones, dirá el lector, si es que alguien me ha seguido hasta aquí. Fijaros en la próxima reunión de Copenhague, en diciembre de este año, que debe definir nuevas normas de mitigación, ya que el Protocolo de Kyoto (que ya era insuficiente) está a punto de caducar. Os puedo asegurar con antelación que no se tomará la centésima parte de las medidas necesarias para luchar contra un problema tan crucial. El “Emission Trade Scheme”, que dará a países poco contaminadores la posibilidad de vender derechos de contaminar a los más sucios, es una estafa práctica e intelectual: es pretender luchar contra la crisis climática usando los principios de la economía de mercado salvaje, que tanto ha contribuido a meternos en este lío. Pura estafa. Lo que haría falta, y no sé sabe si sería suficiente, sería dividir a corto plazo por dos nuestras emisiones de CO2. Eso supone un cambio radical de modo de vida que muy pocos somos capaces de imaginar, y menos aun de aceptar.
“Solución” peor todavía, la tentación del aprendiz de brujo: intentar lanzarnos en operaciones de geo-ingeniería, con métodos de ciencia-ficción. Por ejemplo, como dice este artículo: “lanzar partículas de aerosoles en la estratósfera para reproducir el efecto cooling de las erupciones volcánicas”. O echar montones de hierro en los océanos para que vuelva el fitoplancton. Nadie tiene idea de las consecuencias de tales experimentos, ni siquiera a corto plazo. Si se llevan a cabo, querrá decir que la situación es realmente desesperada, y que ya no tenemos nada que perder.
¿Qué va a pasar pues? Nadie lo sabe, pero no se puede descartar la posibilidad que evocaba antes, de un cambio brutal provocado por una reacción en cadena de retroacciones positivas. El escenario de la película “The Day After Tomorrow” de Roland Emmerich puede ocurrir mañana. La única cosa poco creíble de este film son las filas ordenadas de refugiados esperando en México, después de la catástrofe, a que la FEMA les dé de comer. La realidad se parecerá más a New Orleans después del Katrina.

Hay una cosa segura: los que más sufrirán serán como siempre los países pobres, en primer lugar en África. Cuanto más precaria la subsistencia cotidiana, más vulnerable la gente. Cualquier cambio puede acabar con estos equilibrios tan inestables. Este reciente reporte habla de 1.600 millones de personas en dificultades en Asia, si siguen las tendencias, en cuanto a alimentación y agua. Se habla de 2050, pero nadie sabe cuando va a suceder, igual que nadie sabe exactamente lo que va a pasar.
Para concluir esta optimista serie, hablaremos en el último post de los visionarios, a los que no hemos sabido escuchar.
Entradas anteriores:
Apocalypse Now? (3ª parte par Christophe Magny)
Apocalypse Now? (2ª parte par Christophe Magny)
Apocalypse Now? (el cambio climático par Christophe Magny)
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