Estoy en fase de reconciliación con Mozart. No hace demasiado tiempo le comenté a Antonio Perea que tenía problemas con ciertas cosas del maestro de Salzburgo. Concretamente esas obras palaciegas, para la aristocracia de su época, o la ligereza y frivolidad de algunas de sus piezas. La obra seleccionada en el Ciclo Sinfónico del Auditorio Nacional de esta semana no parecía la más adecuada para la reconciliación. Porque reunía todo lo que no me gusta. Excesiva en duración (como una primera parte aburrida de un partido de fútbol con tres minutos de descuento), y con siete movimientos, en vez de los cuatro habituales. De los siete dos eran minuetos (una de las danzas preferidas de Luis XIV y su corte). La «Gran partita» además era solo para instrumentos de viento (de madera y metal). 13 en total, con especial protagonismo para los clarinetes. No me convence la sonoridad aislada de la sección de viento de una orquesta.
Parece que mi reconciliación con Mozart va a ser un largo y tortuoso camino (como el título de la canción de los Beatles).
La «Noche transfigurada» de Schoenberg fue todo lo contrario. Intensidad y profundidad de una belleza sublime. Y el contraste con la de Mozart fue total. Que imagino es lo que pretendía quien programó. De una composición para instrumentos de viento pasamos a otra en la que se empleó toda la sección de cuerda de la orquesta. «Noche transfigurada«, compuesta originalmente para sexteto de cuerda en 1899, fue revisada por su autor en 1917 para orquesta de cuerdas. En 1943 volvió a revisar la obra, en este caso el arreglo de 1917.
Schoenberg, padre de la música atonal y el dodecafonismo, fue el líder de la Segunda Escuela de Viena. Esta denominación provocó que hubiese que establecer una Primera Escuela, a posteriori. El invento colocó a Haydn. Mozart y Beethoven como integrantes de la misma. El relato periodístico añadió a otras figuras, como Brahms. La mayor diferencia entre ambas es que la Segunda existió de verdad y funcionó como tal. No fue el caso de la Primera, a pesar de la admiración mutua que se profesaban Haydn y Mozart, y la obvia influencia de este sobre las primeras obras del genio de Bonn. Schoenberg, además de seguidores, tuvo discípulos. Siendo Alban Berg y Anton Webern los más destacado.
La mañana que se presentó con dificultades al estar Madrid cortada al tráfico (por ¡dos! carreras), se tornó decepcionante con la obra de Mozart y me elevó con la de Schoenberg. Agradecer a la directora Shiyeon Song y a los integrantes de la orquesta de cuerda de la Orquesta Nacional de España su magnífico quehacer.