Leer del tirón siempre se ha asociado a algo positivo. Es un elogio para cualquier libro decir que «me lo he leído de un tirón». Pero desde hace unos años me freno. Concretamente desde «Patria» de Fernando Aramburu (en mi opinión la mejor novela española de este siglo). No quiero terminar. Y mira que «Patria» tenía más de seiscientas páginas y me enganchó desde el principio. Pero iba ralentizando su lectura. El que los capítulos fuesen cortos ayudó mucho para imponer este ritmo lento. Desde entonces me ha pasado con todos los que leído que me han entusiasmado: «La uruguaya» de Pedro Mairal o «Cara de pan» de Sara Mesa, que leí dos veces, por citar dos novelas cortas, en las que era más complicado bajar el ritmo compulsivo de lectura; entre las largas destaco la última de Mario Vargas Llosa «Tiempos recios«.
Respecto a la de Vargas Llosa me pasó algo curioso. Suelo aprovechar los viajes en avión para ponerme al día en lecturas (sean libros, revistas o suplementos de los diarios). Si por alguna razón coincido en la lectura de dos libros, suelen ser de géneros distintos (una novela y un ensayo, pero nunca dos novelas o dos ensayos). Este dejar de ser un eyaculador precoz, referido a la lectura, me condujo a una situación imprevista. No deseaba terminar «Tiempos recios» y lo empecé a simultanear con el magnifico «Conversaciones con Gonzalo García Pelayo» de Luis Lapuente. Dos grandes, mano a mano. Así que me vi estableciendo estrategias para retrasar el orgasmo literario. Pero tuve un error de cálculo. Y de repente me vi simultaneando lo que aparentemente eran dos libros de música. Digo aparentemente porque el de «Conversaciones con Gonzalo García Pelayo«, dada la polifacética personalidad profesional de Gonzalo, es algo más que de música. Mas es el eje de las charlas y, en mi criterio, la música es su mayor aportación cultural (y tan importante en su cine). Tanto en su faceta de productor musical como de comunicador en medios (contribuyendo decisivamente al gran cambio en radio y TV).
Me he ido por las ramas así que toca volver al tronco. Decía que me vi simultaneando dos libros de música. Los de la foto del encabezado. Dado mi vinculo con GGP (mi mentor) y mi admiración por Luis Lapuente (gran trabajo el suyo en ordenar, editar y dar forma a horas de conversación), resultaba complicado echar el freno. Lo fui retrasando y retrasando. Iniciar «Música en 1853» de Hugh Macdonald curiosamente me ayudó.
«Música en 1853» es la biografia musical de ese año. Macdonald nos encuadra la importancia de 1853. Y nos enseña perfectamente lo decisivo que fue. Algo que desconocía y que nunca me había parado a pensar. Siempre se agradece aprender algo (y más a mi edad).
Recomiendo (mucho) ambos libros. Uno, porque es historia viva de gran parte de nuestra música popular del último tercio del siglo XX. Y el otro, porque es parte de nuestro subconsciente cultural y de nuestra formación musical. Y cierro con otra opinión contundente, como le gusta a Gonzalo: aprovechan el confinamiento para leer ambos.