Especies que desaparecen (por Julio Valdeón Blanco)

3 de enero de 2011

Remato una crónica para Ruta 66 donde narro un viaje por Mississippi. Región olvidada, cuna del Blues pero también de la segregación, sólo en tiempos recientes sus mandamases políticos parecen comprender la magnitud de la gesta cultural que supusieron los doce compases, reconciliados al fin con el hecho de que fueron los hijos de esclavos, con sus tradiciones de Senegambia, quienes pusieron el territorio en la cartografía del siglo XX. Al hilo de una progresiva recuperación de los lugares históricos, tumbas de músicos, etc., malvive una precaria escena que conserva las esencias de aquella música embriagadora. Al frente del renacimiento figura Roger Stolle, antiguo ejecutivo afincado en St. Louis que abandonó su trabajo y vendió su casa para trasladarse a Clarksdale, lugar sagrado del género, hogar de Muddy Waters cuando vivía de destilar whisky ilegal, tumba de Bessie Smith, puerta del Delta, donde ha levantado una memorable tienda de discos y libros, Cat Head Delta Blues & Folk Art inc. Más importante aún, descubrió que todavía quedan músicos octogenarios tocando las variantes primigenias, hijas directas de las que patentaron Son House o Robert Johnson. Una especie en extinción: lejos de los pirotécnicos solos de guitarra preconizados en los cincuenta por los dos King, Albert y B.B., los Terry Harmonica Bean, T-Model Ford, Pat Thomas, etc., perseveran en el Blues más espartano, hipnótico y crudo, tocan para un público local en garitos zarrapastrosos, apenas les alcanza para subsistir. Gracias a Stolle, que ha grabado a la mayoría, su música no se perderá «como lágrimas en la lluvia». Merced al pequeño sello que montó hoy son reclamados en lugares como Nueva York o Seattle. A la devoción, audacia y, uh, dinero, de un admirador debemos que hayan sido resituados en los mapas. Stolle, ¿es necesario decirlo?, forma parte de la industria, como Richard Berry, primero estafado por la precariedad de ésta y más tarde resarcido gracias a que la posición de los autores ganó fuerza, escritor de «Louie Louie» que en los años cincuenta vendió los derechos de la canción por entre 75 dólares y pudo finalmente participar en los beneficios que había generado cuando 25 años más tarde ganó una demanda (al respecto pueden consultar «The Sound of the City, The Rise of Rock and Roll«, el seminal libro de Charles Gillet). Oh, là, là, la industria, la misma que producía a individuos como George Goldner, que colocaba su nombre junto al de los legítimos escritores de las canciones, caso de «Why Do Fools Fall In Love«, para luego venderlas al mejor postor, la misma industria, porque esta es una historia en claroscuros, que pagaba su sueldo a John Hammond y éste cumplió descubriendo y grabando, contra la opinión de sus superiores, frente al inicial desinterés del público, a Aretha Franklin, Count Basie, Bob Dylan o Leonard Cohen, esa industria que permitía el desarrollo de tipos tan fascinantes como los hermanos Chess o los Etergun, la misma que apoyó a maestros del bluegrass como Bill Monroe cuando apostaron por tomar elementos de la tradición negra, la que en España dio a gente como Gonzalo García Pelayo, sellos como DRO, construida bajo la máxima de que las independientes rastreaban el underground, las grandes fichaban lo más prometedor de entre esa oferta y a cambio las indies seguían ejerciendo de cazatalentos con la oreja cosida al asfalto. Hablemos de la industria, a la que los paladines de la piratería y el libre intercambio de contenidos culturales desprecian, la que fuera Decca o RCA o vive reencarnada en Cat Head, la que en su día fichó a Little Richard, la que logró que el reggae (Chris Blackwell y su Island Records) pasara de fenómeno local, circunscrito a una olvidada isla caribeña, a patrimonio global, responsable de mil y un abusos pero también de innumerables prodigios, de que podamos disfrutar, digamos, de las piezas de Jerry Lee Lewis, Louis Armstrong o Charley Patton restauradas y anotadas gracias a que existen Charly, JSP Records o Catfish, la que en el caso de Stolle justifica la fe en ser humano cuando contemplas como arriesga su capital para conservar y distribuir el trabajo de unos ancianos bluesmen, dignificando de paso sus condiciones de vida.

Obviedades, pero necesarias ahora que el debate respecto al corso sobre la propiedad intelectual alcanza cotas de impresentable sofismo. Con impunidad rampante miles de discos, películas y libros son descargados por un consumidor que en la falta de aranceles legales de Internet ha encontrado la perfecta barra libre. Si Ramoncín o Alejandro Sanz, un suponer, claman contra las descargas ilegales, mil y un internautas anónimos mientan sus discos, familia y allegados, crean foros para verter veneno, etc. Abunda el consabido «vete a poner ladrillos». Ignoran los verdugos la máxima lorquiana según la cual uno es poeta por la gracia de Dios… y del trabajo. Entrañable país, el nuestro, experto en sangre y moscas, donde paseamos al enemigo por las tapias de los cementerios virtuales mientras los nuestros, siempre los nuestros, fusilan a destajo. Hay que azotar al disidente, al que no piensa igual, ridiculizarlo, hacerse el simpático llamándolo enterado, listo, corrupto, ladrón, elitista, suficiente, mafioso, inventarle motes, bucear en su pasado, destripar sus méritos, pasearlo por la vía pública, hacer bufa, rechazar la mesura, la elegancia, la buena educación, la honradez intelectual, tan reaccionarias. En lugar de combatir las ideas, masacrar al individuo, laminar al otro, desintegrarlo, reducirlo a patético payaso, cosificarlo y machacarlo, puag, qué asco, ahí lo tienes, dando lecciones en su palacio de malaquita, entre yates y cochazos, mal español, ejemplo de la antiespaña, uf, que ya sólo merece la misericordia de nuestro bendito garrote, la caricia de la guillotina eléctrica reclamada por Valle.

Como me disparo, mejor centramos el debate.

Aclaremos, por si las dudas, que el canon digital fue una chapuza lamentable, que opino que debe suprimirse.

Con su aprobación pareciera validar cualquier asalto al copyright; de paso, culpabiliza al usuario sin vista, acusación o pruebas. Claro que su torpeza no valida las tropelías, como el pagar impuestos para que limpien tu calle no te exonera de tus obligaciones cívicas, y a nadie se le ocurre protestar cuando lo multan tras mear el empedrado sólo porque antes pagó al ayuntamiento (el ejemplo no es mío, lo leí en un foro hace poco). Pero, ya digo, el dichoso canon fustiga a quien copia para uso privado. Mala cosa por cuanto la copia privada resulta sagrada. Otro asunto será tomarla para distribuirla urbi et orbi si nadie concedió el privilegio. ¿Tan difícil resulta entenderlo, comprender que no es igual pasar un CD a un amigo que difundirlo gratis total entre cientos de miles? Afortunadamente el Tribunal de Justicia de la Unión Europea ha limitado su aplicación (dejando exento de su pago a instituciones y empresas). Algo es algo, aunque insuficiente a mi entender porque el Tribunal, con sede en Luxemburgo, señala que: «no es necesario verificar en modo alguno que éstos hayan realizado efectivamente copias privadas ni que, por lo tanto, hayan causado efectivamente un perjuicio a los autores de obras protegidas«. En el enlace a la noticia encontraran la sentencia completa y las declaraciones de un conocido abogado anti canon.

La Ley Sinde, o lo que de ella quede, arregla poco.

Uno no puede cerrar Webs sin una legislación clara, sin orden judicial previa, a no ser que de una puta vez dejemos claro que es delito y que no, o sea, cuando fijen una ley para Internet, actualizando, de paso, la legislación relativa a la propiedad intelectual. La ley actual, anclada en el viejo mundo de la cinta analógica o, con mucho, del top-manta, rarezas del pleistoceno, no funciona.

Del penoso espectáculo brindado por la clase política española ya ha escrito con eficacia no exenta de amargura Juan Puchades.

Cierto, la industria musical ha cometido numerosos atropellos. Como todas, pero no más que otras industrias.

Mantiene un discutible sistema que en numerosas ocasiones le ha permitido quedarse con los masters. Y consintió el entierro del vinilo. Colocó en su lugar el CD, que prima la comodidad sobre la calidad sonora, un artefacto más barato de fabricar que sin embargo colocaron en el mercado un 30% más caro. La historia del CD, o de cómo entregaron el master, es la de una guerra entre las productoras de hardware, Philips y Sony, frente a las discográficas puras. Concebido en principio para un consumidor de alto poder adquisitivo y enfocado a la música clásica (Deutsche Grammophon era de Polygram/Philips, hoy Universal), serviría como anzuelo para vender sus entonces carísimos aparatos reproductores. Los japoneses, que ya habían perdido la guerra del vídeo a pesar de poseer un formato superior al VHS, Betamax, porque no tenían las películas, compraron CBS. Negocio pingüe, debieron pensar, y durante un tiempo lo fue.

En muchas ocasiones pareciera que disfrutan disparándose al ombligo. Piensen en el libro digital en España, ese espanto, víctima de una plataforma que parece diseñada por sus peores enemigos.

Pero, repito, al amparo de tantos y tan evidentes pasotes engorda un pensamiento lírico que identifica industria y mierda, y va a ser que no, va a resultar que los argumentos que insisten en sus insuficiencias o tropelías aparecen mezclados con malentendidos de consecuencias devastadoras para nuestro futuro económico y cultural. O como ha escrito Arcadi Espada, millones «participan con plena indiferencia moral en esta versión digital del tradicional escalo, que como toda forma de ilegalidad organizada ha segregado una copiosa ideología, destinada a enmascarar el objeto del negocio y a recubrir con ampulosa costra la mala conciencia de los usuarios, que al fin se sienten ladrones con causa».

Con la intención de aportar claves al debate, paso a repasar algunas.

Dicen muchos que si algo les interesa lo descargan; después, si les gusta, lo compran. Permitan que dude. Gracias a YouTube, Myspace o, no digamos, Spotify, uno puede escuchar la producción de un grupo y saber si le interesa. Queda muy elegante decir que una vez que verificamos las bondades de determinado disco procedemos a comprarlo, pero la realidad es que el desplome de las cifras de ventas demuestra que nadie o casi nadie lo hace. Una vez descargado jamás corroboramos su calidad pasando por caja. La discusión es subjetiva, abierta a debate, etc., pero los números, cabritos, desmontan el artificio de una comunidad que primero circula por eMule y después pasa la tarjeta de crédito.

Es entonces que añaden que habría que pagar por lo bueno, pero que la mayoría de las películas, discos, etc., son muy malos.

Entonces, ¿por qué comprarlos tan caros?

Por lo mismo que pagamos por cualquier otro bien o servicio.

Porque resulta entre abracadabrante y estupefaciente considerar la hipótesis de una comisión de sabios o un perpetuo referéndum que disponga precios en función de la siempre discutible genialidad del disco o libro.

El que los precios estén o no inflados no significa que podamos arramplar con el producto.

Si nos parece que nos roban vayamos a magistratura, presentemos la correspondiente denuncia.

Si tampoco es para tanto, si decimos robar en sentido figurado, etc., mejor seamos cautos, evitemos desnaturalizar el lenguaje, vaciarlo de contenido.

Como las discográficas, productoras, etc., son maaalas, como además menuda mierda de discos hacemos en España, servidor, masoca perdido, corre a ponerse ciego de descargas.

Las cifras de ventas de música muestran un desplome del 71,46% en esta pasada década, con un incremento de la piratería -Top Manta y descargas ilegales- inversamente proporcional al descalabro. Y la más perjudicada ha sido la música española: un descenso del 65% en un lustro.

Entonces argumentan que no hay lucro.

Solo compartimos.

Hombre, no hay lucro para quien cuelga el disco en un servidor de intercambio, pero las páginas que los albergan, repletas de publicidad, no digamos aquellas que te piden registro y después venden los datos a empresas externas, ganan pasta, por no hablar, claro, de las teleoperadoras, forrándose a costa de distribuir sin pagar un clavo el trabajo ajeno. No vale, no, que hayamos pagado el disco, igual que el abonar la entrada de cine no autoriza a fletar un autobús para que todos los colegas entren en la sala, igual, en fin, que la dichosa entrada de hoy viernes no sirve para la sesión del sábado. El sonsonete de que otras mercancías, pongamos una humeante barra de pan, se pagan una vez, o sea, no distinguir entre bienes materiales e ideas, ladrillo o patente, camisa y partitura, velocidad o panceta, explica porque primero exiliamos a los afrancesados, después, más broncos, fusilamos a Ramiro de Maeztu en Aravaca, a Lorca en el camino de Víznar; actualmente, posmodernos, aseados, pulcros, nos limitamos al saqueo.

Ya, bueno, pero es que la verdad de la música está en el directo. ¿Quieren dinero? Que actúen. Yo sí voy a conciertos y pago.

Lo de siempre, confundimos autor e intérprete, algo que desde los Beatles y Bob Dylan se da con frecuencia pero que no siempre ha sido o es así. Desde los compositores del Brill Building (Doc Pomus, que escribió entre otras «Save The Last Dance For Me«, o Gerry Goffin & Carole King, autores de, por ejemplo, «Will You Love Me Tomorrow) a la factoría Spector (de la que salieron «Be My Baby» o «Unchained Melody«), hemos disfrutado de la bendita aportación de fulanos que preferían escribir a interpretar, así como de cantantes, Sinatra, Elvis, Camarón, que casi siempre grababan material ajeno. ¿Acaso Leiber & Stoller, autores de muchos de los éxitos de Elvis, no merecían cobrar? Por otro lado afirmar que la verdad palpita en el directo supone incurrir en un ejercicio de meridiana barbarie, olvidar que es el disco el que perdura, el que puede transmitirse a través del tiempo, o que algunos de los más brillantes y elaborados nunca fueron reproducidos en vivo.

Volviendo a los Beatles, sus mejores obras, del «St. Peppers» a «Abbey Road«, coincidieron con el enclaustramiento de un grupo que renunció a tocar en un escenario para consagrarse a la alquimia de la grabación. Pero es que, encima, el músico no tiene porque tocar ante el público si no le da la gana. No distinguir entre la obra grabada y su reproducción en vivo, creer que por pagar la segunda ya abonamos los costos de la primera, es una aparatosa falacia. Y están los músicos, caso del Johnny Cash anciano, que por motivos de salud ya no podían tocar. Pues que les zurzan, cantan los alegres corsarios, que yo no pago por las American Recordings que registró en los noventa.

Santiago González ha publicado en estos días una serie, La culpa es del tomate, en la que trata de arrojar luz en el foso. Compartiendo muchos de sus argumentos, acertando en reclamar por enésima vez que la solución pasa por revisar a fondo la Ley de Propiedad Intelectual, solicitando garantías judiciales para cualquier cierre de Webs, trato de aclarar, sin lograrlo, la razón por la que reproduce unas declaraciones de Manolo Escobar en las que el cantante señalaba que «si a la gente le gusta bajarse las canciones de internet el artista tiene que buscarse su trabajo en otro sitio y punto. Te lo buscas en el teatro». Entrañable, lógico en quien desarrolló buena parte de su carrera en un país desmochado, donde el mundo del espectáculo era un entramado paupérrimo, cuando al artista no le quedaba otra que pasar la gorra de teatro en teatro ante la imposibilidad de que la famélica industria fonográfica nacional, esa que hoy desaparece a velocidad turbo, pudiera ayudarlo. Ojo, Escobar triunfó. Pero el modelo del que habla, grabar un disco como mera presentación de tus espectáculos, ya existía: justo antes de que las discográficas se consolidaran y los reproductores de música fueran asequibles, o sea, hasta los años cincuenta, el negocio pasaba por el directo. A los artistas se les grababa en condiciones penosas, especialmente a los de géneros considerados de baja estofa, como el Blues o el Country, pagándoles miserias, robándoles los derechos de autor, dejándoles fuera de los beneficios que la venta de esos discos para las jukebox de los bares pudieran deparar, condenándolos, en suma, a no controlar lo que registraban ni como se vendía. Como escribía Javier Pérez de Albéniz, ¿vamos nosotros a ser tan hijos de puta como aquellos empresarios? Sólo con el auge del rock and roll, con la aparición de un sólido entramado que agrupaba a managers, abogados, etc., con el acceso de los artistas a la parte del león, pudieron estos negociar con ventaja, marcar la pauta comercial y, en buena medida, creativa. Nace entonces la edad de oro del disco de larga duración, concebido con ambición homogénea y no mera acumulación de canciones, mientras el EP cumplía la terapéutica función de dar salida a los temas más comerciales, a las canciones impares. La irrupción del CD acabó con el modelo, aparecieron más y más discos rellenados con remedos, apurados hasta el último segundo. La irrupción de iTunes demuestra hasta qué punto el consumidor prototípico prefiere el fogonazo casual de una canción determinada, el ritmo de las antiguas FMs con sus listas de éxitos, a la colección que exige tiempo y esfuerzo. Consecuencia indirecta del consumo de temas virtuales, sin soporte físico, es la desaparición del engorroso libreto, ese que daba cuenta de la gente que había trabajado, letra pequeña que sólo interesa a los cuatro bobos que sospechan que detrás de las canciones, libros, películas, hay autores. Tampoco debiera de ser mala la vuelta a las canciones aisladas, si bien reducimos la posibilidad de que aparezca un número suficiente de obras de gran calado. Más corrosivo parece que lo perdido en autoría, firma, nombre, nos lleva de vuelta al arte anónimo, gremial, ese que el romanticismo jubiló para dar paso a la figura del artista autónomo, alumbrado por la individualidad en letras de molde. Que las discográficas, y especialmente que la plataforma iTunes, cobren casi lo mismo por descargar un disco que no necesita de almacenaje, distribución, etc., fomenta el grito en contra del usuario y genera una realidad que lejos de beneficiarles acabará por ahogarlos. Ganancia momentánea, sangría a largo plazo, debieran corregirla. Si pueden… pues le recuerdo que en buena medida los responsables del precio del disco son las grandes superficies comerciales, las mismas que primero ahogaron a las pequeñas tiendas y ahora arrinconan la sección de discos hasta convertirla en algo anecdótico.

Volviendo a Santiago González, había explicado en su artículo que «Internet es un factor que permite a Shakira, por poner un ejemplo, dar conciertos con decenas de miles de asistentes y cobrar por uno de ellos lo que era inimaginable en un artista de su nivel hace quince años. Ya no hace falta organizar un Woodstock, ni ser Julio Iglesias o el difunto Sinatra para atraer al público en las mismas cantidades, pero todos los fines de semana».

No, don Santiago, Shakira da conciertos con decenas de miles de asistentes porque antes hubo una discográfica que pagó durante años para promocionarla, que ha invertido en publicidad, que ha concertado entrevistas y, ejém, presionado a los medios, pagado los vídeos que venden sus canciones, cuñas de radio, apariciones en las emisoras que cobran porque determinado disco suba o no en sus listas, etc. Los grupos que tratan de dar a conocer su producto sin una discográfica fuerte detrás, tirando sólo del boca/oreja, de su página web, Facebook, etc., las pasan putas. En un abrumador porcentaje jamás podrán profesionalizarse. Conozco el percal. Tengo amigos en grupos independientes, gente que se curra la autoedición, representantes de bandas que lo mismo escriben gratis la nota de prensa que participan sin cobrar en el videoclip que otro amigo ha rodado. Con suerte, luego de invertir al menos 12.000 euros de sus bolsillos en grabar un disco, tras casi una década en la brecha, reciben críticas entusiastas de la crítica especializada y logran dar unos 30 conciertos al año con una media de 50 espectadores que pagan 6 euros, o menos, por cabeza. Por supuesto, mantienen trabajos aparte, cómo no, será imposible que en el futuro una compañía les entregue un anticipo para que puedan encerrarse en un estudio durante un año, como hizo Bruce Springsteen cuando grabó más de sesenta canciones y dio forma a «Darkness On The Edge Of Town«. Me pregunto en qué planeta viven quienes cuando al hablar de músicos acuden siempre al ejemplo de Miguel Bosé o similares, si conocen la existencia de revistas como Ruta 66, Rock de Lux o Efe Eme y lo que estas defienden, si saben de Munster Records o Elefant, o Chapa. Pues bien, todo ese colectivo de músicos a la intemperie, con la actual crisis, tiene más difícil que nunca que una discográfica apueste por ellos. Irán a lo seguro, a lo que no falla, a lo único que nuestros intelectuales, que a lo sumo citan a Lennon & McCartney, conocen. Entonces, funesto instante, argumentamos que los músicos, autores incluidos, ya cobran cuando entregan su disco. Lo que buscan, enemigos del pueblo, es seguir ganando pasta gansa por el mismo producto, ¡el mismo! toda su vida.

Cierto que las grandes estrellas cobran generosos anticipos, pero la inmensa mayoría de los músicos apenas recibe adelantos. Los beneficios llegan, de llegar, si el disco vende. El disco, por cierto, exige pagar no sólo al grupo o cantante de marras, que verá compensado su esfuerzo si hay royalties, sino también a los instrumentistas de sesión, ingenieros, productores, etc. Decir que hoy cualquiera puede grabar por cuatro perras en su casa equivale a ignorar con malicia que las obras de Sinatra en Columbia y Capitol, con aquellas grandes orquestas, jamás podrán realizarse en tu habitación, o que el «Blonde On Blonde» de Bob Dylan jamás hubiera supurado aquel sonido de mercurio líquido de no haber contratado Columbia a un ejército de soberbios mercenarios en Nashville, o que la propia Nashville, hervidero de estudios y músicos de alquiler, sería impensable de no existir ingresos para mantenerla. Estudios como Stax, en Memphis, o Muscle Shoals o FAME, en Alabama, germinaron el periodo dorado del Soul merced a que alguien pagaba el desplazamiento de las Aretha Franklyn, Etta James, Wilson Pickett, Arthur Alexander, Clarence Carter, Joe Tex, etc., hasta los lugares donde un ejército de compositores, músicos, productores, etc. (Rick Hall, Dan Penn, Barry Beckett, Jimmy Johnson, Jerry Wexler, Booker T & the MG´s, Jim Stewart, Stelle Axton, Chips Moman, Isaac Hayes, David Porter, Spooner Oldham, etc.), daba lugar a aquel sonido. Detroit jamás hubiera dado el soul de los setenta de no haber existido la infraestructura de unos estudios, Motown, que posibilitaron que naciera un estilo con marchamo único. El Rock and Roll, tal y como lo entendemos, nace en el minúsculo estudio de Sun Records porque un buen día un fulano que hasta entonces trabajaba como empleado de hotel decidió jugársela, alquilar un local, construir el estudio con sus manos, fichar talentos locales, ayudarles a buscar un sonido, grabarlos, etc. Me refiero, claro, a Sam Phillips, y entre sus descubrimientos figuran tipos como Howlin’ Wolf, Ike Turner, Elvis Presley, Jerry Lee Lewis, Johnny Cash, Conway Twitty, Roy Orbison, Carl Perkins o Charley Rich. Decir que sin Phillips también hubieran creado el rock and roll es pura-historia ficción, hipótesis no demostrable que dejamos para partidarios de desentrañar los etéreos genitales de los querubines.

Hagan la prueba.

Tomen un disco de la estantería, que se yo, «Lady In Satin«, inoxidable clásico de 1958 de Billie Holiday. Se trata de un álbum de canciones muy reconocibles en el que una cuasi agonizante Holiday, completamente alcoholizada, mezclaba su machacada garganta con vientos y cuerdas. Para empezar, está el asunto de las composiciones: todas ajenas, debidas a la pluma de escritores como S. Edwards, E. Bretton, D. Meyer, J. Van Heusen, H. Carmichel, J.F. Coots, etc. Todos ellos, y sus herederos, bien merecen que sus creaciones, «I´m A Fool To Want You«, «For Heaven’s Shake«, «It’s Easy To Remember«, «But Beautiful«, etc. les generen dinero, y la parte del león ha llegado con el paso de las décadas, cuando Holiday ha sido elevada al panteón de las grandes figuras del género. Por otro lado el disco cuenta con la inestimable participación en cada corte de la orquesta de Ray Ellis, responsable de los nuevos arreglos y director de un conjunto de cuarenta músicos en el que tocaban tipos de la categoría de Mele Davis, Urbie Green, Romeo Penque, Phil Bodner, Tom Mitchell, Danny Bank, etc., a los que, vaya por dios, hubo que alojar y pagar. Luego está, maldita sea, la figura del ingeniero, Fred Plaut, y cómo no el productor, Irving Townsend, en absoluto superfluo: aparte de coordinar las sesiones, enhebrar un sonido particular, aconsejar a los implicados, dirigir la post-producción, etc., tuvo que ejercer como psicólogo particular de Holiday, ayudándola a apaciguar sus demonios junto con el solícito Ellis. Por supuesto, fue necesario un estudio de gran calidad, repleto de cacharritos de última generación que captaran hasta la última voluta de unas interpretaciones que paseaban por el filo del cuchillo. Ellis, por cierto, decidió los arreglos y el repertorio luego de comprar y estudiarse todas las grabaciones disponibles de Holiday, por cuanto no basta con conocer del directo a un intérprete para planificar cómo será el disco, y cada uno de esos artefactos, sí, también requirió del trabajo de un nutrido grupo de expertos. Más todavía: el disco que ahora disfrutamos es una remasterización realizada en 1997 por Phil Shaap, experto al que debíamos, entre otras primorosas restauraciones, la de «Miles Davis & Gil Evans: the complete Columbia Recordings«, fastuosa caja en las que junto al ingeniero Mark Wilder, con el que también colabora en «Lady In Satin«, desarrollaron una complicada técnica para combinar las pistas originalmente grabadas en mono y estéreo, y así poder editarlas en dos ediciones diferenciadas. Junto a ellos, en los estudios que Sony Music posee en Nueva York, trabajaron el director del proyecto, Seth Rothstein, la ingeniera Debra Parkinson, los diseñadores gráficos Howard Fritzson y Randall Martin, el fotógrafo Don Hunstein, etc. Huelga decir que se beneficiaron de años de trabajo previo en el que los estudios ha desarrollado máquinas y programas que permiten la restauración de discos añejos en pésimo estado. Como escribía Diego A. Manrique hablando de la posible desaparición de Abbey Road, los míticos estudios donde los Beatles grababan, «Ocurre que los grandes estudios son depositarios de un savoir faire que resume décadas de errores, enmiendas, experimentos. Se necesitan unos micrófonos, un espacio, unos oídos expertos para grabar adecuadamente una batería, unos metales, unas cuerdas. Los bárbaros que proponían piqueta para Abbey Road seguramente ignoraban que, aparte de cargarse puestos de trabajo para técnicos y músicos, desaparecería un conocimiento único». Cuando la gente insiste en que si compra la edición remasterizada de los Beatles ya habrá pagado tres veces por las mismas canciones incurre en el pecado que venimos denunciando, obvia la costosísima orfebrería, décadas de magisterio e inventiva que la gente de Abbey Road y otros estudios han invertido. Discos como «Hot Rats«, de Frank Zappa, fueron posibles merced a la inversión en tecnología, al salto de las ocho pistas que dominaban en los sesenta a las dieciséis, mucho más flexibles, de los setenta. TASCAM, Heat y otras consolas sustituían a los viejos equipos de cuatro y ocho pistas, revolucionarios en su momento.

Ok., pero erre que erre una cosa es la música y otra la industria, y olé.

Todos esos discos, estilos, etc., existen porque hubo quien machacó sus neuronas, exprimió sus recursos y dedicó cientos o miles de horas a parirlos y difundirlos. Que nos parezca mal que luego quieran recuperar la inversión, en muchos casos para evitar la quiebra, da pena; que en contadas, gloriosas ocasiones algunos llegaran a hacerse ricos y nos parezca mal es propio de envidiosos incapaces de celebrar que uno entre mil músicos no viva como un perro y muera pobre, que alguno, sólo alguno de entre los tipos que nos hicieron felices, sea recompensado. Pero cuidado con los argumentos sentimentales, siempre pringosos. Sin apelar al agradecimiento, lo sustancial es que, salvo vuelta a las barricadas o triunfo de los soviets vivimos en un sistema capitalista, creemos en la retribución del trabajo, la propiedad privada y la acumulación de capitales; resulta, pues, sonrojante, que el consenso al respecto sea unánime excepto en el caso de los creadores. Más que apostar por la redistribución de la riqueza o la colectivización de la propiedad se trata de prístino latrocinio, robo descarado al que disfrazamos con máscara utopista para ocultar su amoralidad.

El siguiente argumento, o sea, que la cultura debe ser gratuita y universal, queda así respondido. Lo que debe ser gratuito y universal será la educación y la sanidad. La única posibilidad que existe para que la cultura fuera gratis es que estuviera completamente subvencionada, al cabo sometida al comisariado político de turno y el reparto de prebendas. No parece aconsejable que el dinero de los impuestos deba irse allí. Asunto distinto es la protección de una industria cultural que, en toda su amplitud, suponía en España el 4% del PIB, lo mismo, para entendernos, que la del automóvil, pero mientras la primera ha visto como más de ochocientas empresas, entre discográficas, distribuidoras, tiendas, etc., quebraba en apenas cinco años, con la consiguiente destrucción de empleo y perdida de mano de obra cualificada, la segunda sí parece de interés nacional. Así el gobierno subvenciona la compra de un coche nuevo. A todos nos parece bien, ¡cómo no! Ahora, si ayuda, pongamos, a la industria musical, hablamos de los chupópteros de la ceja, titiriteros y demás ralea. Lamentable, en fin, no distinguir entre la ideología del creador y su obra. El odio al contrincante nubla la evidencia de que resulta bueno para el país la existencia de una industria cultural bien musculada. Tanto unos, unidos por la repugnancia que les generan Sabina, etc., como otros, incapaces de reconocer, un suponer, que Jaime Campmany escribía de cine, no vemos más allá del disolvente prejuicio, hijos de esa España trágica que «ha de helarte el corazón», como tan certeramente recordaba Santiago González, profesionales en el caníbal arte de destriparnos sin pausa ni sentido de Estado ni gaita que lo acune.

Porque, señores, vivimos presos «del pensamiento mágico. Aquí creemos que la música grabada brota sola, que no necesita inversiones. Los centinelas de la cultura no leen la letra pequeña: solo cuenta el artista, aparentemente un fenómeno natural e inevitable. Se está extinguiendo la industria fonográfica nacional y ni siquiera quedará constancia escrita de sus afanes. Como si fuera una extraña artesanía tercermundista, a explorar por futuros mu-sicólogos de Ohio o Nanterre» (Diego A. Manrique dixit). Nuevos Medios, responsable del Nuevo Flamenco, podría quebrar y no pasa nada, nadie llora, nadie reclama, nadie se moviliza, nadie, faltaría, compra sus discos. Pues sepan que gracias a héroes como Mario Pacheco, recientemente fallecido, Ketama grabó con Toumani Dibate su seminal «Songhai«, el Flamenco-Blues de Pata Negra existe porque metió a los Amador en el estudio y reclutó a fenómenos como Carlos Lencero. Gracias a que viajó a Inglaterra y firmó un acuerdo con Factory, otro sello indispensable, trajo a New Order o los Smiths. A su muerte el país estaba demasiado ocupado en celebrar que el Flamenco ha sido declarado patrimonio de la humanidad y no sé cuantas ampulosas chorradas más como para preocuparse de que sus dinamos culturales desaparezcan sin posibilidad de reemplazo ni tejido económico que asegure la continuidad del empeño al que dedicaron sus vidas.

¿Otro ejemplo?

OK.

¿Recuerdan cómo Los Rodríguez salvaron el culo del rock and roll en español en los noventa? Su primer disco, Buena suerte, pasó desapercibido porque editaron en una compañía, Pasión, minúscula. Sólo tras el salto a DRO/GASA (adquiridos por Warner) abandonaron las penalidades. Merced al éxito de sus últimas dos obras, en especial del recopilatorio «Para No Olvidar«, Calamaro afrontó una carrera en solitario con garantías (durante su anterior etapa, luego del periodo junto a Los abuelos de la nada, ya había facturado discos magníficos, caso de «Nadie sale Vivo De Aquí«, de los que casi nadie supo). Con DRO pagando, entre otras menudencias, la grabación de su nuevo disco en Nueva York (bajo las órdenes de Joe Blaney y junto a la flor y nata de los instrumentistas de Manhattan, como Marc Ribot), «Alta Suciedad» fue un pelotazo. El dinero obtenido sirvió para que dedicase los siguientes dos años a parir su obra magna, «Honestidad Brutal«. Más interesante aún, sufragó el encierro, sin giras ni leches, que dio lugar a «El Salmón«. Fabulosa contradicción: el quíntuple mastodóntico aparece hoy como emblema de la creación a contracorriente, enfrentada a la industria y sus servidumbres. Sin embargo, si Andrés hubiera estado sometido a la necesidad de girar continuamente, desprovisto de unos generosos derechos de autor, acaso no exixtiría. Suele ocurrir cuando el artista no disfruta de una generosa herencia.

La generación de ideas no es lujo de cuatro. Constituye, junto al lenguaje y la memoria, los mimbres de lo que entendemos por humano. Haríamos bien en considerar que algo cruje en un país que chulea a sus músicos, insulta a sus cineastas, exilia a sus científicos y, en general, baña con gasolina la osamenta que permitiría a las nuevas generaciones vivir de la creación. Me espanta, por reaccionario, acusar a los jóvenes de esto y lo otro, descreo, por banal, vago e injusto, del pensamiento calcificado que insiste en culparlos de todas las pestes, pero sospecho, con amarga prodigalidad, que habitamos en una nación esquizofrénica, donde los escándalos por corrupción urbanística no son sino síntoma o reflejo de otras miasmas, donde la gente, por ejemplo, acude al Corte Inglés a comprar un traje para una boda, lo devuelve a las 24 horas luego de haberlo usado en el festejo, so pretexto de que no le vale, y los amigos, jocosos, celebrarán su garbo, su donosa facilidad para el trapicheo, su graciosa inventiva.

Habrá quien diga que no pasa nada si «El Salmón» no hubiera existido, si los Beatles no hubieran dispuesto de las maravillosas innovaciones tecnológicas desarrolladas por sus ingenieros que tanto contribuyeron a la gestación de «Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band«, si a los Stones no les hubiera alcanzado para alquilar Necollete, sumergirse en su tóxico sótano y grabar «Exile On Main Street«, si la figura del productor profesional sobrase y ya no hubiera un Rick Rubin dispuesto a trabajar con Johnny Cash, un Joe Henry amparado por Fat Possum Records que resucitara la carrera de Solomon Burke, un Daniel Lanois haciendo magia en una casona de Nueva Orleans para que Dylan pariera «Oh Mercy«. Dirán que fue prescindible Tony Wilson y su labor junto a Joy Division, Cabaret Voltaire, Happy Mondays, New Order, etc., que T-Model Ford, a sus noventa años, debe tocar hasta que palme sobre las tablas si quiere seguir alimentando a su nutrida familia, que sobran futuros Gay Mercader, que nos colocó en la primera división de las giras, o nuevos Emilio Cañil, que montó Discoplay y ayudó a introducir el catálogo de Folkways (Pete Seeger, Woody Guthrie, Cisco Houston, etc.). Insistirán en que no necesitamos a profesionales como Vicente Mariskal Romero, Jaime Gonzalo o Ignacio Juliá, que da igual si la papilla de Kiss FM sustituye a los locutores con gusto y talento, a tipos como Juan de Pablos, o que los conocimientos, y el estudio, de Paco Loco no beneficiaron a Australian Blonde, Nacho Vegas, Migala, Tachenko, El Hijo o Manta Ray. Creerán que el mundo hubiera sido igual de no haber alquilado aquel teatro Jim Stewart, de no haber colaborado Bob Johnston con algunas de las luminarias de los sesenta, de no haber fundado Servando Carvallar sus Discos Radioactivos Organizados, ofreciendo un paraguas a Siniestro Total, Parálisis Permanente, Loquillo, o Gabinete Caligari (estos dos últimos firmados al sello Tres Cipreses, que tanta ayuda recibieron de Servando).

Pésimo negocio, éste de situar al borde de la extinción la figura del artista que merced a su trabajo pudo emanciparse del mecenas, del intelectual surgido tras el triunfo de los ideales ilustrados y su corroboración económica en el XIX (como muy bien explicó Francisco Umbral en «Lorca, poeta maldito«). «Judío que vive en Praga y escribe en alemán» (Manuel Vázquez Montalbán dixit) me subleva la deriva ideológica actual, que imagina el arte como una suerte de materia fluyente, mágica, que llega celeste sin intermediarios, rutilante maná, ajeno a la sociedad mercantil, libre de profesionales, medios o corroboración económica. Si seguimos así los cantantes volverán a mendigar las gracias del señorito. El escriba que abandonó el palacio carecerá de recursos, tiempo y dinero para desarrollar su obra, demasiado ocupado en representarse y promocionarse, cortados los recursos externos y, al cabo, democráticos, siervo otra vez mientras los ciegos, creyentes en la religión del gratis total, celebran el advenimiento de un sueño igualitario que en realidad nada iguala, que azufrará los campos, y bien que lloraremos.

P.D.: Hablé, en general, de música y músicos, de lejos el colectivo más castigado, marginado por los políticos, con un IVA del 18% sobre los discos, incomprendido por la intelectualidad al mando, tan analfabeta en cuestiones musicales, pero argumentos similares podrían haberse empleado para defender, no sé, la necesidad de la industria editorial, para abocetar la importancia de Carlos Barral, Mario Muchnik o Jorge Herralde, para glosar lo que significó Josep Vergés y como la revista/editorial Destino ayudó a gente como el citado Umbral, Miguel Delibes o Josep Pla, etc.           

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42 comentarios

Archivado bajo Cine, Cultura, Libros, Música

42 Respuestas a “Especies que desaparecen (por Julio Valdeón Blanco)

  1. Pingback: Un muchacho entre cafres

  2. jota

    El vinilo no sonaba mejor que el cd,eso es romanticismo de abuelete cebolleta apegado a recuerdos juveniles en su senectud. La musica online es el futuro y su disfrute gratuito una realidad,el futuro es disfrutar gratuitamente de cualquier obra que este digitalizada, sea esta, escrita, sonora o visual;Se pagara por representaciones de las mismas en directo, a sus creadores y a los que las interpretan. Los artistas de cualquier indole se haran famosos por internet y despues los medios se haran eco de ello. Los mayores de 30 podeis entrar en el bucle pajeril y onanista de que lo de antes era mejor, seguis sin inventar nada, otros antes ya lo dijeron cuando se hicieron viejos.

  3. Pingback: Vale, hablemos de descargas | Diamantes en serie

  4. Will E

    En fin. Estos o muy parecidos argumentos son los que se utilizaban cuando aparecieron la radio y los discos. Entonces quienes hablaban del fin de la música eran las editoriales de música que vivían de las partituras.

    La cuestión es que se han abierto otras formas de negocio y las discográficas y editoriales siguen sin entender cómo puede funcionar. El hecho es que hoy hay mas sellos, mas ediciones y mas conciertos que nunca ¿es esto la muerte de la música? ¿o solo la de un modelo prericlitado y encima abusivo?

  5. Goyo

    Parece que hemos sido unos cuantos de esos a los que hay que concienciar los que hemos leído el artículo. Quiero señalar un par de puntos que me parece que no se han mencionado en ninguna respuesta anterior.

    «¿Tan difícil resulta entenderlo, comprender que no es igual pasar un CD a un amigo que difundirlo gratis total entre cientos de miles?»

    No es igual del todo, eso lo entiende cualquiera y nadie que esté en sus cabales lo discute. Sí es (o puede ser) igual de privado. Las comunicaciones p2p son tan privadas como el correo electrónico o postal. Y no son gratis, solo baratas. La copia privada es igual de privada independientemente del número y del coste. ¿Por qué no ha de ser también igual de sagrada?

    «vivimos en un sistema capitalista, creemos en la retribución del trabajo, la propiedad privada y la acumulación de capitales; […] se trata de prístino latrocinio, robo descarado»

    Esto es muy desafortunado. Las regalías no son retribución por el trabajo sino rendimientos del capital (intelectual, si se quiere). La propiedad privada en el capitalismo tiene como razón de ser la gestión eficaz de bienes escasos. Imponer escasez artificialmente restringiendo el derecho de copia es un asunto bien distinto y no va a ser menos distinto porque nos empeñemos en llamarlo propiedad (intelectual). La vulneración del derecho exclusivo de copia no despoja a nadie de su propiedad, llamarlo latrocinio o robo no ayuda en nada a aclarar las cosas.

    Para poder concienciar hay que prestar atención a estos detalles.

  6. Me encanta el artículo, pero no es mas que una opinión, y una historia sobre música como cualquier otra de las miles que se pueden contar, entre ellas la de la música africana o la música clásica. La música no comenzó en los tiempos en los que Senegambia tomó el delta del Missisipi.
    La única realidad de ahí fuera dice que somos gente. Y estamos todos ahí a mogollón. Como debe ser. Destruiremos, perderemos y volveremos a crear como siempre pasó.
    No comparto en absoluto tanto pesimismo. Saldrán músicas, películas y literatura cada vez mas maravillosas, ideas, inversores de su alma gracias a los que las futuras generaciones enloquecerán de gozo. Nuevas formas de arte y cultura. Parece que algunos no lo pueden comprender, debe ser la distancia generacional.
    La debacle es similar para los sistemas de salud y educación que bien conozco. La solución es la misma: Arrancarse las tripas y «ensifonarse» el cerebro por una oreja. Arrasar con nuestras neuronas, dejar que las cosas sucedan, aceptar el momento y con optimismo hablar maravillas del futuro que nos espera, pues solo así puede que suceda. Escribir, y manifestarnos es todo lo que podemos hacer, y así la conciencia social irá en un sentido u otro y se montarán y desmontarán leyes según lo que -en cierto modo- la gente decida.
    Es un rasgo común a todas las generaciones precedentes, un engaño de nuestro cerebro que nos aferra al pasado como única fuente de estabilidad mental, si pudieramos volveríamos a la teta. Resulta mucho mas sencillo esto que arrancarse las tripas (espero se me entienda la expresión) Llámenlo si lo prefieren «desaprender» lo aprendido.
    Por suerte, esto sucede cada vez mas a menudo, y la gran masa cada vez pone mas atención en cualquier forma de cultura o arte, lo crean ustedes o no. Yo mismo, fervoroso yonqui y amante de la música desde mi mas tierna infancia -gracias a estos debates- mi amor e instinto de protección por la música crece aun mas.
    Por otra parte el texto confronta y enfrenta de manera cuasi-bélica momentos gloriosos y brillantísimos de la historia reciente de la música (el último siglo) con la mas soez de las posturas que manejan algunos de los que no hay quien les entienda y que lanzan sus consabidas proclamas aberrantes, tan faciles de poner en evidencia como lo hace el texto. Visto así puede que incluso convenza a alguien, pero no a mi.
    Esta es mi opinión, igual de subjetivísima, y en consecuencia no dudaría ni un instante en quemar mi colección de mas de 3000 albumes entre cintas, vinilos y cd’s originales si esto le permitiera a mis hijos acceder libremente a toda la música que quisieran, no como me pasó a mi. Volvería a empezar si pudiera.
    Es como si las palabras que conforman nuestra lengua, que manejamos y pudieramos llegar a manejar en un futuro, tuvieran que estar en venta y las tuvieramos que ir comprando con cuentagotas.
    Y bien sabeis que la música es el mas elevado de los lenguajes.
    No quisiera restar con esta pseudo-crítica ni un ápice de mi fascinación por la gente que con tanta pasión hablais de la buena música.
    Así que un saludo y:

    VIVA LA MUSICA.

    • “…Esta es mi opinión, igual de subjetivísima, y en consecuencia no dudaría ni un instante en quemar mi colección de mas de 3000 albumes entre cintas, vinilos y cd’s originales si esto le permitiera a mis hijos acceder libremente a toda la música que quisieran, no como me pasó a mi…”
      Don Recopetín, tras sus palabras parece latir el espíritu de un sincero amante de la música. El problema es que al formular estos sentimientos estamos entrando cada día en otro autoengaño mental –igual que los que usted critica al advertir que nos aferran “al pasado como única fuente de estabilidad mental”- derivado esta vez de la polisemia, de llamar a las cosas lo que no son o utilizando acepciones semánticas poco adecuadas. Un nutrólogo al que entrevisté para la radio en una de mis vidas anteriores afirmaba que uno de los grandes problemas que había para implantar un sentimiento social de higiene alimentaria es que cuando se habla de “radicales libres” la gente propende a simpatizar con ellos -¿quién no ama la libertad?-, mientras que los “antioxidantes” se llevan toda la antipatía -como todo “anti”-, cuando en realidad éstos últimos garantizan el equilibrio metabólico y aquéllos nos envejecen y nos matan, incluso prematuramente. Pues bien, usted afirma que no accedió libremente -¿quién no ama la libertad?- a la propiedad de todos esos 3000 discos (qué bárbaro, enhorabuena) algo que desea cambie para sus hijos. Pero usted no se refiere a que se hizo con ellos obligado por alguien a punta de pistola, sino a que usted pagó por cada uno de ellos en la tienda, generando así un ingreso para el autor, el intérprete, el editor, el de la tienda y el de la furgoneta que se lo hizo llegar. Y es que usted utiliza -y lo mismo yo también alguna vez sin darme cuenta- el término “acceder libremente”-¿quién no ama la libertad?- en el sentido de hacerse con la música gratis total, y afirma que usted no gozaba de tal libertad. Y usted desea para sus hijos que se hagan con la música gratis total, al contrario de lo que a usted le sucedió. En resumen, usted utiliza el adjetivo “libre” -¿quién no ama la libertad?- en vez de “gratis”, algo que a mi nutrólogo le pondría muy nervioso. Porque esa “libertad/gratuidad” está en camino de acabar con la creación musical. Todos esos que están dispuestos a bajarse música gratis total ¿estarían dispuestos a componerla o interpretarla gratis total si tuvieran ese talento? O de no tener ese talento, ¿estarían hoy en día dispuestos a ayudar económicamente a fondo perdido a sus amigos que sí lo tienen para que empleen su esfuerzo en ello y no en ponerse a trabajar en un call-center de sol a sol, perdiéndo así la sociedad un «creador musical»? Esa es la cuestión, amigo, hablamos de viabilidad, no de libertad. Y en términos prácticos, ¿por qué no ya acceder “libremente” -¿quién no ama la libertad?- a la fruta, al pescado o a mi piso, si quien accede es más fuerte o, al menos, más numeroso que mi frutero, mi pescadero o yo mismo? Y cuando eso suceda, ¿quién querrá pescar?
      Perdón por el ladrillo.

  7. Un artículo estupendo del que extraigo un fragmento:

    «The CD theory holds that the music business actually died about twenty years ago. It was revived without anyone knowing it had actually died because compact-disc technology came along and everybody had to replace what they’d bought for the twenty years prior to the advent of the CD.

    The music business, this theory acknowledges, is about selling technology as much as music. From mono to stereo to Walkman. It just happens that the next stage of technological development in the music business has largely excluded the music business itself.»

    Facing the Music

    • Gracias ddaa.

      «It just happens that the next stage of technological development in the music business has largely excluded the music business itself.” es una frase brutal. Y en cuanto a lo de la teoría del CD más que 20 años serían 30: los 80. Es reconocido que «Thriller» de Michael Jackson sacó a la industria de su antepenúltima crisis, y consolidó al CD como formato estrella (y en USA también fue decisivo MTV, que sustituyó a esa radio en declive que menciona el autor del artículo). Y por cierto el restaurante japonés de Sony es excelente…

  8. Pingback: ¿Por qué…mis ideas dejan de serlo (mías) a los 10 años? « ANTROPOSCOPIO

  9. Antonio Muñoz Molina en su Blog:

    antoniomm
    Enviado el 06/01/2011 a las 11:16 PM | Enlace permanente

    «Hablando de regalos, Elvira me acaba de pasar este texto apasionado y admirable, tanto en su amor por la música como en su erudición:

    https://elmundano.wordpress.com/2011/01/03/especies-que-desaparecen-por-julio-valdeon-blanco/ »

    http://antoniomuñozmolina.es/2011/01/emocion-de-las-cosas-2/

  10. Julio me pidió permiso para publicar este texto en Efe Eme. No puse ninguna pega y ayer apareció en Efe Eme:

    http://www.efeeme.com/77521/especies-que-desaparecen/

  11. Pingback: Underworld La Pelicula Español (7-10) | Juegos De Bendies

  12. Javier Sánchez

    ¡Joé Adrián!, voy a tener que pedir unos días de vacaciones para empollarme el temita. Menudo articulito, para empezar el año, del barroco Julio Valdeón- otro colega que no se ha leído a tu amigo Gracián-. Con tantas oportunas, sabias y dispares opiniones-más las recomendaciones en azul verdoso- el que no se doctore en el tema, es porque la neurona la tiene enfocada en lo que la tiene enfocada.
    Opiniones tengas y las airees, si no, enmohecen.

  13. He empezado hoy a leer el genial post de Valdeón, creo que lo terminaré antes de Reyes. Y es que cada párrafo e incluso cada frase me provoca reflexiones y no siempre sé adónde me conducen (que es lo bueno de las reflexiones, que no sepa uno adónde le conducen), y dejo de leer, y retrocedo, y vuelvo sobre el mismo párrafo… ya me pasó lo mismo con el Ulises de Joyce (de nada, don Julio, las que a usted le adornan). De momento lo que empieza a darme vértigo es que me ha convencido de que los artistas que conocimos y admiramos los de mi generación eran en realidad el resultado de un azar que cruzó en su camino a un ingeniero, un productor, un representante, un mercadotécnico, una compañía discográfica, etc. Cuántos artistas geniales habrá habido por ahí que no han tropezado con esa lotería y hoy no les conocemos, están en cualquier banco poniendo sellos a documentos y ordenándolos por fecha. ¿Os imagináis qué habría sido de nuestra vida sin los Rolling, Thelonius Monk o King Crimson? Y en esa supuesta vida ¿los echaríamos de menos, notaríamos como que nos faltaba algo? Aún más: ¿existiría la música -más allá del tambor de las tribus africanas- sin los editores y las discográficas? Porque lo cierto es que yo mismo no la conocería sin los discos, primero los vinilos, después los cd’s (siempre fui demasiado manazas para los casettes), todo mi conocimiento y mis pasiones musicales se lo debo a las discográficas. Entonces, ¿qué es lo que a mí me gusta, la música o los discos, los músicos o los editores? ¿O los ingenieros? Voy a leer otro capítulo, que quiero ver cómo termina el post. En cualquier caso, termine bien o mal y resuelva o no mis dudas, enhorabuena y gracias por estimular mis marchitas neuronas, don Julio.

  14. Me ha gustado mucho el artículo, cuyo tono nostálgico me recuerda a los lamentos por el fin del Hollywood de los grandes estudios o por la disolución del Imperio Austrohúngaro. Pero el cine siguió a pesar de todo y los austríacos y los húngaros ahí están, tan campantes, y lo mismo ocurrirá con la música. Por mi parte, he comprado LP’s, he grabado cintas para mis novias, luego me pasé a los CD’s, más tarde a las descargas y ahora estoy más feliz que una perdiz con Spotify, y no echaré en falta los libretos de los discos mientras existan google, allmusic, wikipedia, songfacts y miles de blogs y páginas web donde se puede conseguir más información sobre grupos, discos y artistas de la que uno es capaz de procesar. Precisamente ayer estuve leyendo sobre el lamentable proceso que desembocó en la pérdida de los derechos sobre su obra sufrida por Lennon y McCartney, y esto es algo que, con un poco de suerte, también va a ir desapareciendo. Y lamento que en el artículo de Valdeón se mezclen reivindicaciones legítimas con otras que no lo son tanto, y nombres de gentes que han demostrado su amor por la música y que seguramente han contribuido a engrandecerla y a difundirla con los de unos sujetos que no merecen, no ya una mención, sino ni siquiera un escupitajo en la cara. Y es que, amigos, por cada Sam Phillips hay cien coroneles Parker, y por cada Mario Pacheco, demasiados tunantes -y aquí no cito nombres- que saben de música lo que yo de física nuclear, pero de engañar y de robar a los músicos podrían impartir lecciones magistrales.

    • Pepon Manzanares

      Sacto ddaa, que en Hollywood llevan decadas que no mean con el tema de las descargas porque les pasa lo que a los titiriteros en Espana, que no se han adaptado aun al nuevo sistema, a la evolucion hacia un sistema mixto que, inevitablemente, acabara con el concepto de la sala cinematografica como la concebimos hoy. Se queja, y se quejan sin la mas minima razon, porque hay mucha descarga ilegal pretendiendo que toda descarga ilegal es, como minimo, una entrada al cine perdida cuando, en realidad, el 99% de quienes se descargan peliculas, de no hacerlo irian al cine en la misma medida que quienes se descargan discos comprarian los de Ramoncin -si es que los sigue grabando, que espero que no-. Y que, pese a las descargas, la gente no solo va al cine mas que nunca, sino que, ademas, se compra las ediciones en Blue-Ray, eso si nmo se baja la pelicula de internet, legalmente, ademas. Y, con el tiempo, se comprara la misma pelicula varias veces porque los chiquillos han jodido o perdido la copia otras tantas veces. Y, ademas, le importara bien poco el gastarse el dinero en ellas…

      Eso si, siempre que sean «Avatar», «Up» «Toy Story 3» y hasta alguna de Almodovar. Por lo que no va a pagar es por ver, pongamos por caso, «Mentiras y gordas», vale?

    • KC

      «por cada Sam Phillips hay cien coroneles Parker»

      Y cien padres de Michaeles Jacksons 😀

      Saludos.

      • Jajaja KC, Don Sam pertenece a la denostada industria (productor, propietario de un estudio de grabación y de una discográfica), mientras que Parker era un manager (quien por muy mala persona que fuese defendió a su representado y le consiguió jugosos contratos). A Elvis le fue bien con él. ¿Qué le podía haber ido mejor sin Parker o con otro? Eso es pura ficción y nunca lo sabremos.

        Con menores de edad siempre hay un padre o una madre. Y así debe ser.

  15. AlejandroRodriguez

    Si la gente se descarga música de la red, la solución no es dedicarse al teatro, la solución pasa por modernizarse, adaptarse a los nuevos tiempos y que las discográficas acepten el progreso, aunque este le suponga menos beneficios, no se puede pretender obligar a la gente a consumir algo de una determinada manera cuando lo que reclaman es consumirlo de una forma diferente, adaptense a Internet, creen paginas similares a iTunes donde poder descargar las canciones a un precio razonable y la cosa funcionara.

    Por otra parte yo seguiré criticando a Alejandro Sanz, porque tiene razón en reclamar sus derechos, pero hacerlo con la ley Sinde que es claramente antidemocratica (ya que vulnera la división e independencia de poderes, base de cualquier democracia) es propio de una persona egoísta, avara y pesetera a la que le da igual los demás siempre que el siga llenando su saca

  16. KC

    Vaya, pensé que el artículo era tuyo, Adrian. Es lo que tenemos los despistados, que no nos fijamos en las cosas más evidentes, aunque he de reconocer que el estilo me sorprendió bastante. De todas formas, y utilizando lenguaje jurídico, la «cuestión de fondo» es la misma, más allá de su autoría. Espero que no le importe a Julio.

    Por cierto, hoy ha salido una noticia en relación al aumento de las visitas por parte de los franceses a Megaupload después de la Hadopi, que está en torno a un 35%. Vuelvo a dejar caer la pregunta que dejé a colación del asunto en este mismo blog: ¿Por qué cojones nadie va contra este tipo de páginas -que son las que además mantienen los archivos- con la misma fuerza con la que se ha ido contra los «expositores de enlaces»? Nos podemos hacer una idea de la respuesta, ¿no?

    Saludos.

    • Goyo

      Han ido varias veces y sin resultado, no tengo referencias a mano pero si las buscas las encontrarás. Megaupload retira los archivos a petición de los titulares de derechos, lo cual se considera diligencia suficiente.

      Hay que hacer los deberes.

  17. KC

    Adrian, deberías haber escrito esta entrada hace 2 ó 3 años, sobre todo porque diseccionas bastante bien la cuestión esencial, aunque en algunos puntos se perciba un tanto tú «cojera». Creo que entradas así son justamente lo que faltan en un mundo que piensa que un creador es alguien que un día se levanta por la mañana pensando en que quiere componer algo, se dedica a ello por la tarde y por la noche nada sobre millones de billetes mientras ve a través de la ventana sus Ferraris aparcados en la puerta. Creo que parte de la culpa de esta concepción, aparte de la ignorancia general, es debido al intento de glamourizar artificialmente el espectáculo con una serie de premios que no sirven para nada más que para darse una interesada retroalimentación, y que tan bien funcionaron antes, pero que ahora, como diría Woody Allen, son perfectamente sustituibles por un buen concierto en un local perdido de Mississippi.

    Cuando uno observa desde la lejanía, allá por dónde dicen que se encuentra el centro, la retahíla de gilipolleces que alguien usa para generar sus argumentaciones -sobre todo en el bando denominado «pirata», que escribo entre comillas porque el otro bien podría denominarse «bucaneros»-, no puede sino esperar que algún día añadan en los colegios asignaturas que tengan que ver con «Teoría de la Argumentación» o «Teoría del Pensamiento Crítico». Luego uno descubre que la mayoría de estas soflamas gilipollescas obedecen a una serie de patrones -o mantras como tú llamas- que, a su vez, obedecen a unos intereses que no son más que aquellos cercanos a nuestras circunstancias o ideologías.

    Sobre tu relativo alegato para con la «industria», creo que antes ésta se encargaba de encontrar revelaciones, ahora, ya no sé si general o excepcionalmente, más bien se las inventa. Y siguiendo el campo que dominas, tú, que tanto sabes de música, y músicos, deberías recordar de dónde sale esa capacidad creativa, esa capacidad de expresión causada por vaya usted a saber qué, pero que nada tiene que ver con montar un casting y ver quiénes pueden llegar a afinar bien una voz o vender más por su cara bonita. Es obvio, y tienes toda la razón, en que sin «industria» no hay autores, porque hay muchos aspectos importantes en el viaje que va desde la creación de alguien hasta que a otro le llega a sus manos. Y es evidente que la promoción es un proceso MUY importante; el problema es cuando la promoción pasa a ser lo MÁS importante. Entonces sabemos qué clase de obra tenemos delante, que suele ser de la misma calidad que si el tal Enrique Dans se metiera a poeta. Está claro que no es bueno generalizar, pero todos sabemos que cierta parte de las «industrias» han metido auténticas mierdas en los «mercados», en la que lo único que se olía de Arte era el arte con el que se colaba…

    En cuanto a argumentaciones del tipo «quiero pagar si la obra me gusta, porque si me parece mala no pago», es evidente que sólo puede salir de la boca de un imberbe a quien le interesa no pagar, entre otras cosas porque seguramente no puede, cosa que, entonces, puede tener una reacción esperable. Es curioso que Windows 7 esté ofreciendo a los estudiantes el mismo producto que antes costaba bastante más, por la «ridícula» cifra de 35€ (en realidad no es curioso, sino que tiene un por qué, claro). El amigo Bill nunca fue lo que se dice tonto.

    Y si esperas que la Ley solucione ésto rápidamente, o que los Diputados entiendan cómo funciona el sistema o por qué Internet puede ser mejor o peor, o que simplemente tengan una sola idea en aras de arreglar todo este «jaleo», puede usted esperar sentado… te lo dice alguien que estudió en una Facultad de Iletrados. Mientras sÓlo -me paso por la huevera lo que diga el DRAE- nos queda teorizar y derramar tinta, que siempre es mejor que vómitos. Por cierto, últimamente estoy observando cierta tendencia a equilibrar ideas por parte de los diferentes «sectores radicales», así que igual no todo va tan mal.

    Saludos.

    P.D.: cuando digas un mejor «compositoreintérprete» que Lennon este «intelectual» que escribe estas líneas dejará de citarlo 🙂 Lo digo porque me sentí identificado con tu comentario. Y no creo que sea el único.

  18. Gracias señor Valdeón, creí que la mayoría del argumentário sólo descansaba en mi cabeza, excelente¡¡¡¡.

  19. Sólo el esfuerzo que requiere escribir un post de esas dimensiones y, mejor, profundidad, refleja el compromiso con el tema tratado y la larga reflexión en la que se sustenta. Yo estoy básicamente de acuerdo en el concepto de «pagar por disfrutar de las ideas de otros» que, al final, es de lo que se trata pero, muy brevemente, creo que hay dos matices y un ejemplo importantes:

    – El primero es que el contexto de hace 50 años no es el actual. Es decir, que, en mi opinión, hablar de la industria actual poniendo ejemplos de artistas de los años 50 sólo resalta la importancia de la industria en los años 50, no la importancia de la industria en el momento actual. La prueba es que la música ni ha muerto ni morirá. Sigue habiendo música (cada vez mas, por cierto) a pesar de la caída en picado de los beneficios de la industria musical tradicional. Y, si ésta desaparece por completo, la música seguirá existiendo. Otra cosa es que ya no sea un negocio tan boyante y los artistas semidioses, pero eso ya es otro tema. Los hábitos de consumo musical han cambiado. Ya no «somos de los Beatles o de los Rolling» y tenemos que elegir el disco de los unos o de los otros (básicamente porque era imposible comprar todo de todos). Ahora picoteamos en todas partes, cientos de artistas y miles de canciones anuales por persona. Ese nuevo hábito, como no lo ha sabido cubrir el mercado legal, ha sido cubierto por el mercado negro. Es una ley básica de la economía que, cuando una normativa o un monopolio restringen la oferta, aparece el mercado negro. Y eso es lo que ha pasado. Con esto no justifico nada, simplemente creo que cuando ese tipo de hábito sea cubierto satisfactoriamente por el mercado desaparecerá el mercado negro (o disminuirá drásticamente). Hoy existen otras formas de distribución, promoción y comercialización que han sido anecdóticamente explotadas por la industria y cuando lo han hecho (Netflix, Spotify, etc) el éxito, al menos en USA, de dónde disponemos datos, ha sido significativo. Probemos a promocionar estas estrategias comerciales y veamos que pasa con las descargas.
    – El segundo matiz y , para mí, más flagrante por inexplicable… ¿qué atributo divino exclusivo hace que «crear» una canción/libro/película goce de la vida del autor mas 70 años de protección intelectual e «inventar» un fármaco/motor/tejido sólo de 10?

    – El ejemplo lo saco mezclando ambos «matices». En la ciencia se acepta que una simple idea (un cultivo celular, una técnica, un experimento…) no sólo puede ser copiada, sino que, necesariamente, se han de publicar los métodos de cómo se ha llegado a la conclusión original que merezca ser publicada. Es decir es condición sine qua non, que la idea sea reproducible y, por tanto, potencialmente explotable, por otros, claro está, en beneficio propio. ¿Dé qué vive el científico? De dos cosas, de ayudas y de la inversión de empresas que encuentren en la idea del científico algo explotable comercialmente (una molécula, un kit diagnóstico…). En mi opinión el matiz es importante. Lo que se remunera no es la idea, sino la idea convertida en producto material. Si el producto explotable comercialmente (disco) tiende a ser cada vez más inmaterial (.mp3, .avi, .epub), mas desprovisto de «proceso industrial» y mas puramente «idea» no veo por qué hay que asumir dogmáticamente que una idea artistica es remunerable y no una idea científica.

    Por cierto, hay unos pocos científicos adinerados. Son aquellos que han tenido grandes ideas…pero no se han hecho ricos por publicar en Nature una idea (que seguramente ha sido copiada hasta la saciedad en laboratorios de todo el mundo), se han hecho ricos dando conferencias multitudinarias por el mundo. Ahí es donde entran las giras de Shakira o de U2.

    Un saludo cordial y gracias por estos posts tan estimulantes.

    • Peter

      En el clavo amigo. Se exige a las farmaceúticas que no se forren y compartan sus descubrimientos en los que han invertido mucho dinero pero un libro puede seguir dando pasta más de 100 años a los nietecitos y a sus empresarios. Y lo del canón, defendido por muchos, suena a chiste.
      Estamos de acuerdo en que es un robo que no se debería de permitir pero si no se reconoce la necesidad de una adaptación (que no significa la eliminación de los derechos) seguirán siendo momias que recuerdan batallitas de hace 50 años cuando el mundo va por otro lado. Algunos sectores empiezan a moverse pero otros siguen igual.

      • Querolus

        Gracias Peter. Trato de formular la misma pregunta cada vez que sale el tema y todavía no he recibido contestación satisfactoria.
        Las normativas de propiedad intelectual/industrial reflejan la consideración mística que reciben las artes (la inspiración, el duende, la «creación») respecto a las ciencias (el trabajo, la meticulosidad, la dedicación) y que contribuyen decisivamente a su consideración como bien común universal y no como fruto del trabajo de personas concretas y con familia e hijos.

    • Pepon Manzanares

      Excelente respuesta que explica sencillamente las razones por las que pasa lo que pasa que es, lejos de las posturas que defienden a quienes pretenden vivir del cuento (o cancion) de por vida, merezcan o no hacerlo, la incapacidad de una industria gorrona, explotadora, impresentable, a adaptarse a unas circunstancias quer no solo han llegado para quedarse sino que seguiran evolucionando hacia adelante, siempre en la direccion contrario del paleolitico que representan las casas y la industria en general, discograficas.

      La cosa se veia venir desde hace mucho tiempo y han habido opciones, a mansalva, de ponerse al dia y adaptarse al cambio. Pero es mucho mas facil -si bien condenado al fracaso mas absoluto- aferrarse a los beneficios del presente y «que se jodan los que vengan», con la misma filosofia egoista y explotado que ha definido, desde siempre, a las empresas de producciopn y distribucion discografica y, en menor medida, como media, pero tambien, a los llamados «artistas».

      Independientemente de que es de cajon de madera de pino, por decirlo castizamente, que no guarda relacion el que el «artista» o escritor este protegido de por vida y hasta 70 anos despues de su muerte, mientras que la obra del cientifico carezca de royalty personal y este protegida, para quien de verdad se juega los cuartos tras una idea que avanza a la sociedad mundial para siempre, solamente por diez anos. Y, eso si, que ademas demuestre que es beneficiosa para todos los usuarios y reproducible por quien quiera hacerlo libremente a los 10 anos. Y eso que para ser «artista» o escritor, ni se requieren medios economicos -o muy pocos- ni estudios universitarios necesariamente, cosa que es impensable en el caso de los cientificos que, ademas, se habran pagado de sus bolsillos o el de sus padres, la carrera. Lo dicho, para comer cerillas, vamos.

      Y luego esta el tema de la calidad (entendida en su concepto mas mayoritario, que como dice el autor del hilo inicial, estamos en una economia de mercado y se trata de lo que le gusta a la mayoria, por lo que entenderemos por calidad eso, lo que le gusta a la mayoria). Pues resulta que ni los Stones ni Cristina Aguilera, por citar dos conceptos tal vez opuestos de la musica, ni Britney Spears ni el propio Alejandro Sanz tienen problemas para vender millones de discos. Y cientos de miles de descargas en iTunes. Ademas. Claro que si hay muchos otros «artistas» que no venden un carajo, pero tal vez hubiera que someter a discusion si su calidad» esta a la altura para justificar una distribucion mayoritaria. DEs muy sencillo echar una mirada al pasado, desde el nacimiento del rock como ha hecho el co-autor del hilo, y quedarse encandilado ante la cantidad y CALIDAD de las figuras que aparecen decada tras decada… hasta que llegamos a los 80s, 90s, 2000s y ahora, la nueva decada. Es muy claro ver que no es que ahora ya se vendan menos de la mitad de los discos que se vendian -que ni siquiera eso es verdad, pero ese es otro tema- sino que es un milagro que se vendan los que se venden considerando los poquisimos que tiran de ese carro y que, ademas, de los pocos que tiran, la mayoria lo hace sin «musculo» para ello. Qujienes venden, vendenb mucho mas que han vendido nunca. Y se descargan, legal e ilegalmente, mucho mas. Los que nunca han valido para tirar de ningun carro son los equivalentes del rey del pollo frito cjuyos discos no querria nadie aunque se los regalaran con lazos y rodeados de flores. O sea que a llamar al pan pan y al vino vino y a no perdernos en disquisiciones parcialistas, tendenciosas y que no hacven frente a la realidad de la situacion.
      En Espana al consumidor se le explota, lo quiera o no, con canones y con proiductos de verguenza en su mayoria. Y se rebela, claro, ahora que puede, bajandose todo aunque no tenga ni tiempo ni ganas de escuchar siquiera la mitad. Logica reaccion a la explotacion salvaje a la que ha sido sometido por decadas.

      Por ultimo, creo que se malentiende tambien el concepto de distribucion «sin coste» que representa Itunes. No lo es. Crear la infraestructura ha supuesto -y supone su mantenimiento- una multimillonaria inversion que requiere y merece no solo su amortizacion sino pingues beneficios. Personalmente creo que el modelo hasta ahora ejercido explota al espectador mas de lo que deberia, pero debo de estar equivocado porque van que echan humo los de Apple, batiendo record de distribuciones de descargas pagadas y, una vez mas demostran do que lo que vale la gente no tiene inconveniente en pagar por ello, incluso cantidades percibidas como excesivas, incluso si se trata de descargas que puede hacer gratis si asi lo quiere. Lo que pasa es que si se pone la rpoduccion discografica espanola de los ultimos 30 anos en ITunes, probablemente obtendria menos descargas que las viajas grabaciones de Manolo Caracol, si existen, o hasta de Los Sirex, por poner ejemplos que -en el caso segundo- pudieran carecer de calidad musical pero si tuvieron la calidad suficiente (comercial) para vender muchos discos.

      Cosa que en los ultimos 30 anos han tenido muy pocos en Espana.

      Y ahi es donde esta el problema de una industria que carece, en la realidad, de elementos creativos que la sustenten. No de consumidores dispuestos a hacerlo.

    • Querolus

      Leo que Arcadi Espada dice lo mismo de la mística del arte ayer en su columna…

  20. Arcadi Espada comenta este post en su blog:

    http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elmundopordentro/2011/01/03/un-muchacho-entre-cafres.html

    Gracias Sr. Espada (en nombre de Julio y del mío).

  21. Que artículo tan melancólico!!

    Enhorabuena por muchas de las cosas que se dicen en él, aunque no estoy de acuerdo con algunas de ellas.

    No me quiero extender, pero hay algo que debemos aceptar: los tiempos cambian y los puntos de vista son diversos (y todos con un punto de razón). No existen los blancos y negros, sino los grises.

    Sólo le dejaré una perspectiva distinta a la del artículo (desde el punto de vista del músico que es el que me atañe). Tiene dos axiomas:

    1) Ayer salían al mercado y triunfaban al año 10 grupos de 1.000 que existían. 990 de ellos no tenían ninguna posibilidad si no metían su cabeza en ese embudo llamado industria de la música. Morían siquiera antes de haber nacido.

    2) Hoy salen al mercado y triunfan 2 músicos de 100.000 que existen. 999.998 tienen una posibilidad mínima en caso de no entrar en la rueda del mercado: pueden enseñar su obra, compartirla en las redes, aceptar donaciones para financiarse sus discos, regalar su obra a cambio de compartirla, grabar sus discos de forma barata en sus casas con una calidad más que aceptable (y superior en muchos casos a la que encontramos en discos de los años 50 y 60), comunicarse directamente con sus fans, buscarlos y segmentarlos por gustos en las redes sociales, etc, etc.

    Estos artistas no entrarán en la dinámica de los 40 Principales, ni tampoco tendrán limusinas o musicazos de estudio que les adornen sus composiciones de forma lujosa. Tendrán algo que hoy es presente y mañana futuro: tienen un mundo lleno de posibilidades por descubrir que se llama Internet.

    Yo ya he adoptado mi receta, se llama: http://www.tucorequena.es

    Y sí, soy músico de vocación y periodista de profesión… y no, no me gano la vida con la música… por ahora… porque, ¿quién dijo que ganarse la vida con su propia obra fuera fácil?

    Para no extenderme más, le paso un par de enlaces de mi blog donde hablo sobre estos temas. Espero le resulten interesantes ya que contienen otros puntos de vista más, algunos cercanos al suyo y otros no tanto:

    http://tucorequena.blogspot.com/2010/01/de-como-el-artista-mito-paso-ser-un.html

    http://tucorequena.blogspot.com/2010/07/recetas-para-el-nuevo-musico.html

    Yo también echo de menos muchas cosas del pasado y posiblemente muchas de ellas sean mejores que las de hoy. Pero cuando los tiempos cambian, determinadas cosas empeoran a cambio de la mejora en otras. La sociedad está en constante mutación, es ley de vida. La cuestión es saber distinguir lo bueno de dichas mutaciones (siempre tienen algo bueno) y no caer en una nostalgia que a veces nos traiciona y nos lleva hacia el camino de la tristeza y la frustración.

    Enhorabuena por el artículo de todas formas.

    Salud.

    Tuco Requena.

    • Joder Tuco! Así se habla. Estoy echando un vistazo a todos los artículos que se están escribiendo sobre el tema, y me cabrea mucho la existencia de dos posturas irreconciliables: unos llamando criminal a cualquier chaval que prefiera no pagar 20 EUR por un CD, otros hablando de la cultura libre y demás chorradas mientras cargan sus webs de enlaces de publicidad.

      Creo que para que la mayoría de la gente entienda la dimensión del problema, se debe hacer un ejercicio de «periodismo serio». Escuchar todos los puntos de vista, analizar el problema, explicárselo a la gente. Buscar soluciones. Y no, no creo que criminalizar al usuario sea una solución. Tampoco creo que la eliminación de la propiedad intelectual sea otra solución. Lo que sí creo es que los tiempos han cambiado y siguen cambiando a gran velocidad y que hay una industria, la del disco, que lo está haciendo fatal y está firmando su sentencia de muerte.

      Es hora de dejar de patalear y de lloriquear por la resurrección de un formato condenado a la desaparición (a excepción del fetichismo/coleccionismo de vinilos). Es hora de echar una manita, fomentar un debate SERIO, dejar de insultarnos y buscar SOLUCIONES.

  22. Pingback: Tweets that mention Especies que desaparecen (por Julio Valdeón Blanco) | El Mundano -- Topsy.com

  23. Keyser Söze

    Su artículo, apabullantemente erudito, razonado y razonable, tiene toda la razón en lo que dice. No puedo, con todo, leerlo sin sentirme melancólico.

    Creo que Ud. sabe mejor que nadie la parte que el tinglado discográfico español tiene en esta tragedia disfrazada de farsa. Cuando una buena parte del buen público despotrica contra Ramoncín o Alejandro Sanz lo hace porque representan el sector más parasitario de una industria musical que persigue el máximo beneficio y lo hace vendiendo masivamente basura a precio de etiqueta negra.

    Ud. no dejará de saber que la Red es el único lugar de que algunos disponemos para enterarnos de por dónde van las novedades en el estado de las buenas músicas. Sea porque en nuestro lugar de residencia no hay tiendas de discos, sea porque en las mismas no hay sino unas limitadísimas existencias, hemos de desplazarnos nuestros buenos kilómetros si queremos adquirir un CD (en mi caso además, y por tratarse de la discografía de los Residents, no he tenido el menor éxito hasta ahora). Si en mi tienda de discos les pido que me consigan ese que busco, lo harán; no hay que negarles su profesionalidad en este punto. ¿Pero cómo creen que he llegado a saber que existía tal disco? No, desde luego, por lo que haya oído en la mayoría de las radios o en la mayoría de las televisiones.

    Ud., repito, tiene toda la razón en defender al músico, al compositor, al productor, al trabajador de los estudios y a todo aquel que, a menudo honrado y truhán a partes iguales, ha dedicado sangre, sudor y lágrimas a trabajar por la música. ¿Pero realmente podrían ellos sentirse representados por las sociedades de gestión de derechos o por el negocio discográfico español? ¿Qué posibilidades tendrían aquellos que Ud. nombra de prosperar en la actualidad?

    Ud. nada a contracorriente y va a recibir desde ambas orillas. Su honradez es merecedora de las mayores alabanzas. Espero que, en su honor, de aprobarse una nueva Ley, sirva ésta no para satisfacer los hipertrofiados egos de los que se dicen creadores o artistas ni para continuar llenando los bolsillos de una industria charcutera que finge defender el pata negra, sino para defender a aquellos pescadores cuyos esquifes navegan a duras penas en medio de los cañonazos que se lanzan piratas, corsarios y filibusteros.

  24. milestone

    O mucho me equivoco o el concienzudo artículo que has escrito no lo leerán mas que aquellos que a los que no hay que concienciar, que se toman su tiempo para disfrutar de las cosas y que entienden que hay que pasar por caja…
    En mi modesta opinión la música se la cargaron cuando se publicó el primer CD o los primeros millones de CD’s con reediciones descuidadas y muchas veces sucias de todos los vinilos del catálogo de la discográfica de turno, hicieron caja rápido sin pensar en el futuro. El soporte no es atrayente, la tecnología permite destriparlo y sigue faltando cultura.
    Somos muchos los que continuamos comprando vinilo aunque sea de segunda mano y defendemos el soporte analógico.
    Saludos.

  25. Pingback: ‘60 Minutes’ to profile Wynton Marsalis | Cancer News

  26. jincho

    Hola, Adrian. Aunque pueda ser un poco off-topic, creo que puedes encontrar interesante este artículo sobre una comparativa de la calidad audio de vinilos y cds entre otros:
    http://francisthemulenews.wordpress.com/2011/01/03/que-suena-mejor-al-oido-un-vinilo-un-cd-o-un-dvd-de-audio/

    Saludos, y feliz 2011…

    • ¡Qué bueno Jincho leerte por aquí! Muchas gracias por el enlace, que viene a confirmar cosas que sabía y otras que intuía. Y me viene al pelo tu comentario porque quería hacer unas matizaciones -algunas personales- al gran artículo de Julio:

      La primera de ellas es referida al CD: no soy tan purista como para defender al CD sobre el vinilo. He sacrificado cierta calidad, por comodidad (portabilidad y tamaño). Los mismos argumentos que usan los defensores del mp3. Ya lo sé, pero el mp3 no me gusta nada. Igual que no me gustaba nada la casete.

      Otra cosa que quiero aclarar sobre el CD es lo de su precio y fabricación. Es evidente que a grandes volúmenes entran en juego las economías de escala. Pero lo que nadie señala -Julio tampoco- es que para fabricar CDs necesitas ¡una fábrica! Algo que no existía antes de la aparición del formato. Adaptar las fábricas existentes a este nuevo formato o construir una nueva no es barato. Al contrario, fue bien costoso. Evidentemente con el paso del tiempo se fueron amortizando (y bajaron los precios de fabricación).

      También me parece injusto señalar a la Industria del disco como responsable del precio de los CDs. El precio lo fija la tienda, nunca el productor. Siempre pongo el mismo ejemplo: si yo vendo el CD a 7.50 euros y aparece en el punto de venta entre 15 y 17 ¿por qué va a ser la culpa mía? Estamos hablando de un negocio de márgenes razonables de beneficio (cuando los hay), claramente inferiores al de otros sectores (textil, perfumería, joyería, complementos, alcohol, etc.) en el que la parte del león, el mayor porcentaje sobre los ingresos (recaudación) se los llevan tiendas y Estado (IVA). Una aclaración: mi precio es sin IVA y el de venta al público de la tienda lo incluye.

      Y por último me voy a referir al canon y la Ley de la Propiedad Intelectual. Estoy a favor en ambos casos.

      En cuanto a la Ley no entiendo a los que dicen que hay que reformarla. ¿El qué? No aportan nada. Se limitan a decir -y repetir- que se tiene que adaptar a los nuevos tiempos. Qué quieren que les diga, uno ya se adaptó a los nuevos tiempos, bajo dos dictaduras (la comunista y la franquista). Eso sí que es adaptarse. Y fuimos millones. ¿Qué nuevos tiempos? ¿Lo digital? No será más bien al revés. Tengo la impresión que suceden dos cosas:
      1: De tanto repetirlo el mantra lleva camino de cumplirse. Ese «hay que reformarla» ya está en boca de gente que ni siquiera se ha leído la Ley. Y muchos de los iniciadores del repiqueo tampoco porque
      2: Responden a una agenda oculta que esconde un solo fin: eliminar la propiedad intelectual y por tanto los derechos de autor. Los cuales están reconocidos como uno de los Derechos Humanos. Así que, de entrada, ya estamos hablando de activistas anti DD.HH. Ahí es nada. Mientras consiguen su anhelo se van posicionando para conseguir rebajas en las tarifas (algunos de ellos como ciertos medios ni siquiera pagan, o esos que publican libros y han defendido el gratis total: para los demás porque lo suyo lo venden y bien caro).

      Y ojo no estoy en contra de su reforma, si así lo deciden los «sabios» y expertos en el asunto. Así como sus protagonistas.

      Al principio el canon me daba igual. A medida que fui conociendo a quienes estaban en contra me decanté por estar a favor. Porque eran los mismos del mundo analógico (fabricantes de hardware; ciertos periodistas; piratas y amigos de lo ajeno; medios que pretendían ofertar productos culturales sin pagar a autores y productores o directamente pirateados; etc.). Intenté retratarlos en este post del cretácico del blog:

      https://elmundano.wordpress.com/2007/12/28/anticanonlandia/

      Por lo demás estoy de acuerdo con lo escrito -brillantemente- por Julio Valdeón. Y estoy al 100% con el espíritu de su artículo. Y a fin de cuentas se trata de eso.

      P.D.: en el post verán como el amigo Jincho me echa un cable por ahí…

  27. Pingback: Bitacoras.com

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