18 de diciembre de 2008
“Conversa ejemplar”de Robert Llimós
«La fidelidad es un concepto incivilizado e indigno. La idea de pareja cerrada, de familia, está ligada al mantenimiento del patriarcado, a la defensa de grandes intereses económicos, que están objetivamente interesados en evitar que ese núcleo caduco evolucione hacia soluciones renovadoras, más acordes con nuestros tiempos y con las necesidades sociopolíticas actuales. En resumen, lo que no hay manera de entender es que se puede perfectamente estar casado y tener una relación con otra, o con varias mujeres. Lo importante es que siga habiendo entre nosotros una relación de amistad, de afecto, y, sobre todo, de respeto«
Dario Fo y Franca Rame «Pareja abierta«
uno
¿Por qué nos enamoramos? ¿Por qué los hombres y las mujeres se enamoran? ¿Por qué se desenamoran? ¿Existe el sexo sin amor? ¿Y el amor sin sexo? ¿Es perjudicial el amor para la salud? ¿Y el sexo? ¿Amar hasta la muerte? ¿Morir follando? ¿Amamos, luego existimos? ¿Es el enamoramiento la enfermedad infantil del amor? ¿Qué es enamorarse? ¿Qué es el amor? No lo sé, porque si lo supiera, escribiría un best-seller de 500 páginas y me haría rico y entonces podría enamorarme muchas veces. Pero lo que yo sé del amor cabe en un céntimo de euro y sólo puedo enamorarme cuando el corazón lo manda. E incluso a veces, aunque el corazón lo mande, no puedo enamorarme porque no tengo dinero para pagar la cuenta de la cena. Aún así, reincido.
La última vez que me enamoré fue de una amiga de mi mujer y ella casi me hizo caso. Vaya follón.
–Manolo -sentenció Luisa, mi santa, cuando se lo conté. Porque yo soy un bocazas y no se callarme nada, y en menudos líos me meto por culpa de mi verborrea-, te he dicho mil veces que no te enamores, que no tenemos dinero y los enamoramientos salen por un pico. Además Margarita es una puta, por muy amiga mía que sea.
–Pero mujer -dije yo, que lo de ser bocazas es verdad, pero, además, eso de ser sinceros en temas sexo-amatorios era un pacto que habíamos acordado y uno tiene sus principios- ¿No habíamos quedado en que éramos libres y cada uno podía hacer lo que quisiera sin reproches? Además ¿no te enamoraste tu de Javier el año pasado y yo no abrí la boca?
–En primer lugar -contestó ella, que en eso de la dialéctica es un enemigo imposible-, yo no me enamoré, me acosté con el, que no es lo mismo. En segundo lugar el que pagaba las cenas y el hotel era él, y además, Margarita es una puta. Amiga mía, pero puta.
–¿Ves? en algo me llevas ventaja, que yo me he enamorado y no me he acostado con ella, sólo cenamos.
–Claro, y encima pagarías tú la cuenta.
Y es que las mujeres, y Luisa más que nadie, con eso del dinero son muy miradas.
dos
Cuando la próxima vez que nos vimos le conté a Margarita la conversación marital no podía dar crédito a sus oídos. Tanto le había hablado de la libertad que nos habíamos concedido Luisa y yo que casi había llegado a creérselo, y sólo estaba dispuesta a aceptar ponerle los cuernos a su marido convencida por la fuerza de mi argumentación sobre el amor libre, el sexo placentero y la confianza matrimonial.
–Es que, si Luisa dice que no, yo me echo atrás, eso no tiene vuelta de hoja -reculó Margarita, que pretendía agarrarse a un clavo ardiendo para acabar diciéndome que ella no estaba enamorada de mí, que sólo quería sexo-, porque Luisa es mi amiga y yo, si ella no quiere, no le hago esta marranada.
–Pero Margarita, lo nuestro es más puro que todo eso -repliqué, oliéndome la tostada de que con tanta literatura me iba a quedar a dos velas-. Yo estoy enamorado.
–Eso es lo malo, que tú me quieras, porque si sólo fuera sexo no tendría importancia. -contraatacó ella, que tenía memoria de elefante y recordaba las palabras exactas que yo había utilizado para llevármela al huerto una noche en que cenábamos los cuatro, ella, yo, su marido y mi mujer, en un restaurante italiano-.Tu mismo lo has dicho: el sexo sirve para darnos placer, como una buena comida, pero el amor es otra cosa.
–Oye, pues entonces follamos -concluí yo, por sacar algo en claro de toda aquella historia cada vez más etérea.
–De eso nada, que yo, si no es por amor, no follo.
Y es que las mujeres, y Margarita más que nadie, en esto del amor y el sexo, son muy particulares.
tres
¡Hay que joderse! pensé algunos meses después, cuando la historia con Margarita había pasado ya al olvido y una tarde calurosa de septiembre discutía con Luisa sobre la conveniencia o no de llevar a los mellizos a un colegio público o privado.
–Por cierto, hace mucho que no sé nada de Margarita -soltó ella de repente, cuando habíamos llegado ya a la conclusión de que a los Maristas nunca, que yo había estudiado con ellos y aún me quedaban sus huellas en el cerebro-, ¿La has visto últimamente?
-¿Margarita? –pregunté, intentando encontrar en mi memoria el nicho donde había enterrado su recuerdo-. Pues no sé. Hace mucho que no la veo.
–Al final te la tiraste ¿no? -inquirió mirando al techo, dándose un aire de no haber roto nunca un condón.
–Pues no, ya ves tú, no me la tiré -explique, sintiendo en las ingles el puntapié del ridículo que había acabado haciendo ante mí mismo-. Ella no quiso hacerte esa marranada.
–Hiciste el tonto, cariño. Menudo putón es Margarita, estoy segura que no le hubiera importado nada hacerte un favor.
–Pero mujer, si te pusiste celosa como una loba en celo –improvisé, sin saber muy bien si las lobas en celo son celosas.
–Si quieres que te diga la verdad, a mí, que te echara un polvo daba igual. Lo que me jodía es que te enamoraras de ella. Que tú eres muy blando, cariño. Un calzonazos, si lo sabré yo.
Y es que las mujeres, que ya lo dice mi amigo Judas, son una especie diferente.
-¿Y los hombres, qué?- preguntó Luisa cuando se lo cité aquella misma tarde del colegio de los niños. Otra especie diferente, hube de convenir ¿o no?
“Aguafuerte” de Pablo Serrano