Archivo diario: mayo 29, 2008

El Ojo Virgen 1: Primeras Imágenes Cinematográficas (por Antonio Gómez)

29 de mayo de 2008

«Yo nací –¡respetadme!—con el cine.

Bajo una red de cables y de aviones,

cuando abolidas fueron las carrozas

de los reyes y al auto subió el papa

 

(Rafael Alberti Carta abierta”. Cal y canto, 1929)

 

Los hechos y circunstancias se relacionan y entremezcla de manera misteriosa. Hace como un mes, cotilleando el blog de Ana, encontré una interesantísima página sobre cine (que he intentado localizar ahora para poner aquí el enlace, pero no lo he conseguido. Hoy tengo mi neurona tecnológica en plan de lunes), y en ella tropecé con las primeras imágenes cinematográficas, sacadas de youtube, claro, filmadas por los hermanos Lumière en 1895.

 

Unos días después, olfateando escritos sobre el tema, me topé con un aniversario que viene al pelo. El día 13 de este mismo mes de mayo, pero del año 1896, hace 112, un empleado de los Lumiere, probablemente un español apellidado Promio, realizó la primera proyección en España de las mismas películas utilizando el Animatógrafo, el proyector inventado por los dos gabachos. Fue en Madrid, aprovechando que se celebraban las fiestas de San Isidro y las calles estaban llenas de majas, manolos y puestos de churros. El acontecimiento tuvo lugar en un edificio de la calle de San Jerónimo, cuyo número ahora no recuerdo, aunque sé que es par y está en una esquina, pero que se puede reconocer por la placa de la facha que recuerda el acontecimiento.

 

En ambas proyecciones se pudieron ver las películas de los Lumière: Auguste (1862/1954) y Louis (1864/1948). La primera, aquella “salida de los obreros de la fábrica”, que era la de los propios cinematografistas galos y que no debería titularse de los obreros”, sino de las obreras”, y las siguientes, con la escena del desembarco o el tierno plano familiar, e incluso la que se considera primera película de ficción: ese “El regador regado que se puede ver en el vídeo. Es más, también está entre esas peliculitas iniciales el que quizás sea el primer “truco” de la historia del cine en ese corto final en el que un muro, que acaba de ser derribado por unos obreros, se rehace misteriosa y asombrosamente mediante el simple hecho de rebobinar la película. Los habían proyectado por primera vez, después de algunas exhibiciones privadas, en el Gran Café des Capuchines de París el 28 de diciembre de 1895. Tardaron tan sólo cinco meses en llegar a España. ¿Cómo se les ocurrió a aquellos dos pioneros de la fotografía entender que si empalmaban fotogramas sucesivos y los iban pasando delante de una luz, lo que se veía en pantalla era el movimiento de las personas? ¿Cómo fueron comprendiendo, poco a poco, cada una de las utilidades que permitía su invento y cómo las fueron desarrollando, ellos mismos u otros?

 

El día que encontré estas imágenes, me puse a verlas por curiosidad, pero nada más aparecer el cartel anunciador quedé fascinado. Estaba en el curro, rodeado de compañeros. Me puse los cascos y me olvidé de todo, porque de pronto sucedió por un momento que también yo parecía que estaba asistiendo a aquella primera proyección (probablemente a la española, que yo hubiera sido proleta y para viajar a París no me daba). Y mi ojo fue perdiendo imágenes almacenadas, secuencias, caras, películas, para retomar su inicial condición de ojo virgen.

 

El mismo ojo virgen que se enfrentó por primera vez con un búfalo dibujado en una cueva prehistórica, o que observó en América al primer conquistador con armadura de hierro montado en un caballo, o al africano que asistió asombrado al primer aterrizaje de un avión junto a su cabaña. El ojo virgen, sentado en una sala oscura junto a otros ojos vírgenes, a los que no ve pero de los que siente su presencia, con los que comparte la maravilla increíble que sale de una sábana blanca: el mundo en movimiento. El ojo virgen compartiendo el asombro, la sorpresa, la admiración, e incluso el miedo a que esas figuras gigantescas que salen de la sábana les arrastren. El ojo virgen abierto a lo desconocido.

 

Y en ese ojo virgen se sintetizan todas las miradas nuevas sobre cosas que no se han visto nunca, sobre cualquier descubriendo de cualquier tipo que abre nuevos horizontes al pensamiento, el conocimiento y la sensibilidad humanas.

 

Así las vi yo, pero igual es que andaba muy colocado. En cualquier caso, os recomiendo verlas a ser posible a oscuras y cogidos de la mano de un novio o novia, madre, padre o familiar diverso, vecino, mendigo invitado para la ocasión o hermanita de la caridad que no tenga necesitado que atender. No es una invitación a la promiscuidad cinematográfica, es sólo por la compañía, para hacerse a la idea de estar en aquel viejo teatro de variedades de París.

Si antes de llegar hasta aquí habéis visto las películas (que para eso están donde están, leches), quizás hayáis pensado algo similar a lo que a mí se me ocurrió al verlas. En primer lugar, que ahí se encuentran ya los dos elementos básicos e irrenunciables de la comunicación audiovisual hasta nuestros días: la posibilidad de reproducción de la imagen en movimiento y el carácter colectivo de la representación. Hasta hoy sigue así. Se ha avanzado en la tecnología, pero no tanto en el concepto. Cualquier pieza de ciber-arte contiene esos elementos en su sustancia: se mueve y pueden contemplarla numerosos espectadores simultáneamente, antes en una sola sala, ahora cada uno en su casa, pero muchos y simultáneos en ambas épocas.

 

Por otra parte, dándole luego vueltas, pensé que estas primeras películas de los Lumière se han considerado siempre documentales, pero no lo son exactamente. Es verdad que permanecen como testimonio de unas actividades reales, la salida de las obreras, la llegada del barco, pero también contienen ya el elemento de espectáculo que caracteriza a todas las artes “audiovisuales” contemporáneas. Lo importante de aquellos trabajos no eran ni los obreros, ni las mamas, ni los regadores; es decir, el tema importaba poco. Lo que interesaba mostrar a los hermanos, y lo que iban a ver los espectadores, era, ante todo, ese prodigio del invento que reproduce el movimiento. Es el movimiento en sí el espectáculo. Especulación mía es que sólo después pensaron en lo que se podía hacer con aquel movimiento.

 

Si el hermano Adrian, santo varón de paciencia infinita, lo permite, ya os amenazo con otras imágenes igualmente reveladoras. Permitidme ahora despedirme, de momento, con el preceptivo

 

Salud.

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