27 de mayo de 2008
“No te pongas estupendo”, le dice Max Estrella a don Latino en una de las escenas de Luces de Bohemia. ¿O es al revés? no lo recuerdo con exactitud. Lo diga quién lo diga, el bohemio o su espejo, la verdad es que la batalla interna del PP se está poniendo estupenda, pero estupenda de verdad.
Y no lo digo con el tonó socarrón con que lo decía el personaje de Valle, sino con total regocijo. Mi padre, que era un viejo rojo, decía a menudo: “a la izquierda la desune la ideología y a la derecha la une el dinero”, y hasta ahora tenía razón el jodío, porque las cosas, ya que no los tiempos, están cambiando. Ya estaba yo hasta las gónadas de ver toda mi vida pelear a la izquierda por un simple quítame allá un marxismo-pesimismo cualquiera, cuando de repente aparecen las huestes peperas calle Genova arriba para pedir a gritos la dimisión de Rajoy y que a Gallardón le pongan donde creen que merece: ante el paredón. Y en este momento histórico, ahí estoy yo, sentado en primera fila de ring con mi bolsa de palomitas en la mano, observando con deleite y recochineo los puñetazos bajo el calzón que se tiran los contendientes en la pelea de nuestra derecha nacional.
Por razones cronológicas y de otra índole más perversa, me ha tocado asistir en mi vida a alguna batalla intrapartidista por el poder. Porque, no nos engañemos, las batallas de los partidos son por ver quién ocupa el sillón, como niños disputando una piruleta. Eso de “vamos a discutir de ideas” suele ser, más ahora que antes, una frase en arameo que traducida al idioma del imperio viene a decir: “como he perdido te voy a hacer la vida imposible y de paso me quedo con tu bastón de mando”. Aquellas viejas experiencias políticas me llevan a suponer con muchas posibilidades de certeza las puñaladas perdidas que se acechan estos días tras cada esquina de los pasillos de Génova. En los armarios y archivadores, debajo de los proyectos de expedientes disciplinarios y las fichas de los burócratas, se conservan dulces venenos que matan induciendo al sueño, flechas con puntas empapadas en curaré y cables de fino acero dispuestos para el estrangulamiento. No lo dudéis, la guerra es la guerra y en el PP no existe hoy en día dirigente que no salga de casa con las pinturas rituales en la cara dispuesto a la batalla. Y yo mirando. Joder, tíos, y yo en primera fila.
Si somos sinceros con nosotros mismos, si profundizamos en nuestros más íntimos sentimientos hasta llegar al pliegue más oculto de nuestros corazones, comprenderemos que este follón estaba cantado. A ritmo de chotis, naturalmente. Los partidos políticos tienen la costumbre de ponerse a la greña cuando pierden y el PP no podía escapar a esta ley general, que Einstein definió con la frase “el que pierde, paga”. Tras el gatillazo electoral del 2004, provocado en buena medida por aquel repugnante intento de cambiar la verdad por votos, y los cuatro años posteriores de resaca frente al muro de las acusaciones, no podía suceder de otra manera. Recuérdese el proceso de descomposición de UCD en el 81, antes de pasarle el testigo del poder a Felipe González, cuya salida de La Moncloa no estuvo seguida, precisamente, de la concordia y el compañerismo en el seno del viejo partido centenario.
Y el caso es que la actual crisis de estos chicos populares debería ser cosa seria, que diera resultados históricos. La derecha española se enfrenta ahora cara a cara con la posibilidad de dejar atrás las rémoras autoritarias heredadas del franquismo, del que, no lo dudemos, todavía son herederos espirituales (y en algunos casos por vía directa), y convertirse en una derecha nueva. No digo equiparable a las derechas europeas porque es un tópico y, además, las derechas no tienen fronteras (parecen en esto una ONG), pero tal vez ya sea hora de que nazca de forma nítida en este país una derecha que no sea una derechona, una derecha a la que no le huelan los pies, ni padezca de halitosis ni se les dispare la mano como un resorte automática que salga a la palabra “caudillo”. Incluso, en el mejor de los marcos apetecibles, podrían al fin delimitarse una derecha de toda la vida, con denominación de origen, y otra simplemente derecha.
Pero no sucederá. Porque estas cosas nunca pasan. Y como decía mi viejo, la pela es la pela y los intereses tiran mucho.
Salud.
La tira Génova 13 es de Bernardo Vergara (Público)